El diablo tiene hijos, simiente maldita desde el principio, que acechan a los que no son como ellos y cuyo destino establecido por Dios es que los hijos de la mujer consagrada por Él, les aplaste la cabeza.
Los hijos del diablo quisieron serlo por libre y plena voluntad, por entregarse, como él, a la mentira y a la muerte. Lo son, por su semejanza con él, que se engendró a sí mismo en la mentira,
origen y principio del error, de lo que no es ni será.
Por
la mentira, participan de la rebeldía primordial. La asumen y la hacen principio activo de su vida, se reconozcan o no como
hijos del diablo, quienes consumen el acto supremo que les hace indeleble tal filiación, al imputarla a los verdaderos fieles
de Cristo, de manera análoga a los fariseos quienes decían que Cristo expulsaba
demonios por Belcebú, príncipe de los demonios (Mt. 12, 24), exaltándose así como verdaderos hijos de la serpiente (Gn. 3,
15).
Actualmente la mayor
presencia del demonio ocurre con la acción y relaciones de sus hijos por la mentira y los pecados contra los 10 mandamientos
y los pecados capitales, así como las formas organizadas del mal, como el narcotráfico, el crimen y el robo sofisticado por
el que se empobrece a pueblos enteros. No ocurre por posesiones como las de la película de “El Exorcista” o “El
Exorcismo de Emily Rose”, sino por otro tipo de posesiones, pasivas, que
no son espectaculares, pero son las que más le sirven al diablo.
Ello se debe principalmente
a lo que explica el padre Corrado Balducci en su libro “El Diablo ... existe y se puede reconocerlo”, cuando señala que el demonio prefiere que la gente cometa pecados, que posesionarse
de alguno, ya que de este modo seguirán pecando, con lo que alcanza su objetivo.
En este sentido es necesario poner al descubierto
el embate que se da con la acometida de los hijos del diablo, y del pecado como medio de filiación diabólica, y resaltar
que aunque alguno tenga revelaciones de Dios, sea ministro, sacerdote, obispo, o simple fiel, si su fe no se sustenta en la
solidez de la verdadera doctrina de Cristo y los actos que la deben acompañar, puede convertirse en instrumento del demonio.
Esto puede ocurrir a quien sea, de un momento a otro
y obrar según la carne, con sus juicios, creyendo que vienen de Dios (Mt. 16, 13-23), hasta eventualmente engendrarse a sí
mismo con la marca de la iniquidad (Jn. 13, 21-27) y entregarse al diablo para que entre en él, con uno, varios o muchos pecados.
Cualquier persona que no viva en estado de gracia,
revisando, con el aguijón de la conciencia todos sus actos, como recomienda San Buenaventura,
está en riesgo de llegar a ser verdadero hijo de la perdición, hijo del diablo, aunque en su mente no se de cuenta
de ello, por acallar a su conciencia, respecto de sus actos.
Quienes se olvidan
de este modo de su salvación, así como los malvados, tienen un padre, que los confirma en su simiente. Es aquél que se constituyó
como el adversario del hombre; que ronda como león rugiente buscando a quien devorar, frente a quien es necesario estar sobrios,
en vela, para tener disposición de resistirle firmes en la fe (I Pe. 5, 8-9).
Es poco lo que en
realidad se sabe del diablo, en detrimento de lo que es útil para la salvación de cada uno, debido a que él mismo se encarga
de ocultar en el olvido esa información, tanto en la cultura general, como en la importancia individual que se le otorga.
En este sentido la
dificultad para abordar el tema del demonio ofrece escollos significativos, los cuales con la gracia de Dios y por medio de
la Santísima Virgen María, que es la que quebranta la cabeza del enemigo malo (Gn. 3, 15),
--a quien encomiendo este estudio-- confío que sean superados.
La forma en que se
presenta la exposición resalta lo que debe prevalecer como principal en nuestra mente, la consideración de la salvación de
nuestras almas y los medios que le son necesarios, por encima del conocimiento y de las potestades que se ejerzan sobre el
maligno (Lc. 10, 20), ya que la vida eterna consiste en conocer a Dios y su enviado Jesucristo (Jn. 17, 3).
Es objeto del presente
estudio ofrecer de manera clara, sencilla y resumida, los conocimientos necesarios para saber quién es demonio y la relación
que tiene respecto de Dios y del hombre, a partir siempre de lo que se ha revelado acerca de Dios y sus hijos, a fin de que
puedan servir como herramienta de iniciación para el discernimiento de espíritus y la toma de decisiones para aquellos que
se han determinado a trabajar por su salvación.
También para quienes
habiendo vivido sin considerar tan delicado asunto, quieran saber de qué se trata
y puedan iniciarse en este trabajo. Puede servir además a quienes por gracia de Dios vean aquí lo necesario para darse cuenta
de que han vivido sirviendo al demonio y por ello se comporten como sus hijos ya que por sus obras verdaderamente lo sean,
y quieran salir de tan deplorable estado.
Además para aquellos
que por su culpa, se encuentren posesos del demonio y quienes están posesos por obra de terceros y/o por disposición divina,
y quieran ser liberados por los ministerios dados a la Iglesia y servir de testimonio a quienes los rodean, así como para
su mayor virtud.
No dejamos de lado
a quienes ejerciendo la enseñanza, quieran tener un instrumento adicional que sirva para la comprensión de este fenómeno o
para quienes quieran poner al servicio del prójimo, de manera más comprometida, los ministerios que han recibido de la Iglesia,
para la salvación y santificación de las almas. Puede servir incluso a sacerdotes que tengan el llamado a ejercer el ministerio
del exorcismo, para que así lo propongan a sus obispos, de la manera más prudente y sabia, encomendándose a la Santísima Virgen
María, para salvar los obstáculos que se presenten hasta lograr la encomienda.
El título del presente
estudio tiene su raíz en la consideración de la relación del hombre con Dios, a partir de que lo llamó a la existencia
y vino para redimirlo del pecado, hecho lo cual, unos los recibieron y otros no. A los que lo eligieron, les da el ser hijos
de Dios, por lo cual nacieron de Él por la Gracia (Jn. 1,11-13).
De esta consideración
fundamental --de la que hemos tratado en nuestras exposiciones “De Cara al Templo”, “El Cetro de Hierro” y “La
violencia del Reino de Dios”— se desprende el estudio acerca de los que no lo recibieron,
los que son del mundo, y que habiendo presenciado la luz de Cristo, tal y como todos los demás hombres, por la predicación,
prefirieron las tinieblas (Jn. 1, 5-11), y que por ello se hacen a sí mismos, hijos del diablo.
Tal como la filiación
divina, de la que habla San Juan en el primer capítulo de su Evangelio, tiene consecuencias de vida eterna y manifestaciones
visibles y tangibles en acciones concretas, modo de relacionarse con Dios y con el prójimo y las cosas del mundo, la filiación
demoniaca presenta características fundamentales de su simiente.
Estas reflexiones
son más apremiantes, ya que si los apóstoles estuvieron expuestos, por su debilidad, a las sugestiones del demonio, fundadas
en el modo humano de pensar y de sentir, cuanto más lo estamos los simples cristianos.
Serán útiles para darnos
cuenta si con nuestras acciones hacemos la obra de Dios o la del demonio, de lo cual nos advierte San Pedro, que fue víctima
de la no vigilancia constante acerca de este punto, sin darse cuenta, pero que Cristo lo puso sobre aviso cuando dijo: “Lárgate atrás, Satanás,
que eres mi tropiezo, porque no sientes las cosas de Dios, sino las de los hombres”,
cuando el primero de los apóstoles tratara de persuadirlo acerca de su muerte, que estaba anunciando (Mt.16, 22-23; Mc. 8,
32-33), y también cuando le negó (Lc. 22, 31-35).
Por ello nos recomienda
ser sobrios, estar en vela, resistir con firmeza en la fe, frente a este enemigo (I Pe. 5, 8-9), trabajo al cual puede servir
este escrito, para discernir cuánto en nosotros hemos avanzando en dar cabida a la verdad, en vivir la vida de Cristo y caminar
por su camino (Jn. 14, 6-7), para ser verdaderos templos de Dios (Jn. 14, 23) o cuanto hemos sido camino del mundo, pájaros, espinas y piedras, que hemos hecho estéril
la semilla de la palabra y la gracia de Dios (Mt. 13, 1-8; 18-23) y/o hecho el mal, de tal forma que obremos como agentes
del demonio por nuestra inconsistencia e inconstancia.
También para discernir
si de plano alguno se haya entregado a este mundo y con ello sea hijo del diablo sin darse cuenta, o creyendo que sirve a
Dios, habiendo constituido su particular credo (Mt. 15, 4-8), se sirva a sí mismo, tergiversando y prostituyendo ante los
demás las enseñanzas de la Iglesia, obrando la mentira, y sea también por ello, hijo del diablo.
Algunos entenderán
por qué tienen tan arraigadas ciertas conductas y sentimientos adversos al prójimo
(Mt. 15, 19-20), a la doctrina de Cristo o contra sus ministros y su Iglesia, aunque se digan y sientan cristianos, --sin
importar si es simple bautizado o prelado-- y verán la oportunidad de conocer el origen de los mismos y extirparlos (Mt. 17,
8-9; Lc. 13, 1-9), para acoger la compunción del corazón (Lc. 15, 18-19; 18, 13) y la negación de sí mismos por sobre los
criterios personales (Lc. 9, 23-25; 18, 22) como la práctica diaria de sobriedad y vigilancia que recomienda San Pedro y la
renovación de la mente que recomienda San Pablo.
Finalmente puede
servir a quienes quieran, por la caridad, ayudar a quienes se encuentren en estos estados, o en estados plenos de oponerse
a Dios y obran el mal en contra del prójimo o aquellos que pretenden ser cristianos, pero al mismo tiempo obran el mal y hasta
practican la brujería, para discernir el modo apropiado de prestarles ayuda.