XI.
La posesión diabólica
Los exorcistas
que hemos citado definen a la posesión diabólica como el uso por parte del demonio del cuerpo de un sujeto, a su antojo. Asimismo,
que esta puede producirse por que Dios la permite para acrecentar la virtud del sujeto, y puede ser sin más intermediario
o por un maleficio de por medio.
“Por
parte de Dios, en fin, como la posesión no representa un mal moral, es decir,
un pecado, sino un mal físico, nada impide que Dios, en sus inescrutables designios, la permita” (Balducci. Op. Cit. Pp. 186).
Vicente Risco
anota cinco causas para que el sujeto sea poseído sin culpa suya: para mayor mérito propio; por leve delito de otro, el cual
puede relacionarse con la soberbia de atribuirse como propio aquello que procede de Dios, sobre todo cuando se trata de la
conversión del que resulta poseso; por pecado venial propio, cuando este se relaciona con una injusticia; grave pecado ajeno,
cuando se juzga injustamente y con mentira, la acción buena no comprendida del
prójimo; gran maldad propia, cuando por despecho por alguna acción del prójimo, se realizan actos de ira o de soberbia, o
se comete cualquier otro pecado capital en venganza (Op. Cit. Pp.171-172).
Otras causas sin
responsabilidad del sujeto, son: la consagración del sujeto al demonio desde el vientre de su madre, cualquiera que sea el
motivo. Esta consagración puede ser por parte de los padres, abuelos, y bisabuelos. Acudir a brujos para la sanación del sujeto
siendo este menor de edad. También por: maldición por parte del padre, la madre,
el hermano mayor, los abuelos o bisabuelos. Asimismo por medio de un maleficio, debido al daño que quiera hacerle otro sujeto.
En estos casos Dios permite la posesión para la conversión de la víctima y de quienes la rodean.
Algunas causas
con responsabilidad propia son: que el sujeto se haya expuesto a ser poseído mediante prácticas de brujería, por prácticas
de magia blanca, roja, azul o de cualquier otro color; por curiosidad en observar y/o saber de manera morbosa respecto de
las artes diabólicas y quienes las practican; por someterse a “limpias”, “curaciones”, “sanaciones”,
en manos de chamanes, brujos, mediums, etc.
Por jugar la “ouija”,
realizar prácticas de teosofía, ejercicios de viajes astrales, control de sueños. También por consultar horóscopos, tarot
y toda clase de cartomancias y adivinaciones, así como el uso de amuletos, fetiches,
objetos y sustancias a las que se atribuyan poderes de protección o para conseguir algún beneficio por atribuirles
tal o cual virtud.
No hay que olvidar
como causa de posesión con responsabilidad, que sin haberse determinado a la santidad y tras una larga vida de oración
y penitencia, y sin tener la orden sagrada del sacerdocio o siendo sacerdote no tenga el ministerio de exorcista mediante
mandato de su Obispo, y realice exorcismos (Hech. 19, 13-17). Asimismo, ser entregado al demonio por caridad de quien tenga
autoridad para ello, por la vida pecaminosa y notorio riesgo de condenación del sujeto (1 Cor. 5, 4-5: 1 Tim. 1, 19-20).
Por otra parte,
existe un tipo de posesión que aunque tiene referencia en el Evangelio, no ha sido objeto de estudios, a pesar de que es la
más generalizada. Se trata de la posesión diabólica pasiva.
Utilizamos el
término “pasiva” para designar a un tipo de posesión que no se manifiesta con la fenomenología que expone
el Ritual Romano, esto es, hablar en lenguas antiguas, desconocidas o extranjeras, conocer cosas ocultas y remotas, manifestar
fuerza extraordinaria, su extraordinario repudio y blasfemia en contra de Dios y lo sagrado, así como otras que sobradamente
se observan en películas sobre este particular.
Ello se debe a
que el demonio no se va a manifestar de estas maneras en pecadores obstinados, que continuarán en este estado por su propia
voluntad, porque tal cosa incluso produciría la conversión del pecador que ya está en su poder.
Sin embargo, la
carencia de la fenomenología dada a conocer por las películas de exorcistas, en un pecador obstinado e, incluso, en personas
de aparente y virtud o bondad alabada por todos, no significa que no sean posesos del demonio.
No nos detendremos
en el análisis de la fenomenología aparatosa de las posesiones diabólicas de las que trata el Ritual Romano para la aplicación
del sacramental denominado Exorcismo. Para quienes deseen abundar sobre este particular, recomendamos las obras anotadas
de Amorth, Balducci, Fortea y López Padilla.
Trataremos aquí
lo que denominamos posesión diabólica pasiva, que es distinta de la posesión diabólica ampliamente conocida por sus
estrepitosas manifestaciones de horror, aunque desde el punto de vista del daño que produce en la víctima y en quienes la
rodean, podemos, con toda certeza, afirmar que se trata de una de las actividades más importantes del demonio, ya que por
su medio ejerce su señorío en el mundo y ratifica la filiación de quienes se le han entregado.
Posesión diabólica pasiva.
En el Evangelio
de san Lucas, se hacer eferencia a María Magdalena, de la que Jesús “había
expulsado siete demonios” (Lc. 8, 2). Asimismo, en otro caso, señala:
“Satanás entró en Judas, llamado Iscariote, que era del número de los doce” (Lc. 22, 3); San Juan anota,
en la última cena: “tras el bocado, entró Satanás en él” (Jn. 13, 27).
Son dos referencias
a posesiones diabólicas de las cuales no se narra que hubieran manifestaciones como las que presentaban otros endemoniados
que fueron liberados por Cristo y que se enumeran en el Ritual Romano como necesarias para diagnosticar la necesidad de un
exorcismo. Esto es, no tenían fuerza sobrehumana, no hablaban en lenguas extranjeras o antiguas, no conocían hechos ocultos,
no echaban espuma por la boca, etc.
Sin embargo, son
posesiones diabólicas reales, porque verdaderamente el demonio estaba posesionado de tales personas, aunque no ejerciera el
dominio despótico de sus cuerpos como en otros posesos de los que se hace referencia en los evangelios.
En
los casos señalados, de María Magdalena y Judas Iscariote, se trata de pecadores en grado superlativo. La primera se arrepintió
de sus pecados y Jesús la libero. En el caso de Judas, cometió cada vez más pecados, hasta convertirse en deicida, por lo
cual el demonio entró en él y se convirtió a sí mismo en hijo de la perdición (Jn. 17, 12). Primero era ladrón, que
alimentando su codicia se perfeccionó tanto en sus pecados, que se hizo homicida contra Cristo (Jn. 12, 4-6; Mt. 26, 14-16; 27, 3-5; Hech. 3, 14).
Estos dos casos,
aportan elementos suficientes para diferenciar dos clases de posesiones diabólicas: las activas, de las que ya hemos tratado
y aquel tipo de posesión donde el sujeto es un pecador superlativo y no existe razón para que sufra una posesión activa como
prevención, que le permita ser castigado y arrepentirse para ser salvo por tal hecho. En este caso, el sujeto tiene una posesión
pasiva, como la que experimentaron María Magdalena y Judas Iscariote, de la cual puede ser liberado solamente si se arrepiente
del pecado y se determina a seguir a Cristo (Lc. 8, 1-3).
Desde el punto
de vista del pecador superlativo, es posible afirmar, por tanto, que existe un número de posesos, igual al número de este
tipo de pecadores.
El estado del
pecado superlativo no necesariamente requiere que el sujeto se encuentre inmerso en muchos pecados, sino que con uno solo
basta y cualquiera puede ser poseso de esta manera, aunque se ostente como cristiano.
El pecado mortal
es puerta para la posesión. Un pecado en particular que se haya cometido y se guarde, se ignore o se reduzca su importancia,
como si no existiera, es un síntoma de posesión pasiva.
“Los
mismos ermitaños tampoco se veían absolutamente libres del demonio. Una vez el abad Serapión se vio libre de una mentira en
la que antes había incurrido, y el diablo salió de su pecho en forma de lengua de fuego, apestando toda la habitación con
un hedor a azufre”. (V.
Risco. Op. Cit. P. 177)
Lo mismo ocurre
al sujeto con los pecados mortales cometidos reiteradamente, aunque se esfuerce por convertirse, pero que no lo ha rechazado de manera determinante (Mt. 5, 29-30) ya que ha puesto su confianza en sí mismo para
hacerlo y no en Dios, por lo que siempre guarda residuos en su corazón, aunque se la pase pidiendo ayuda a Dios para salir
de ese estado. Es síntoma de que en su interior habita un demonio y con su negativa a rechazar tajante y absolutamente ese
pecado o sus residuos, mantiene dentro de sí a tal inquilino.
Es el caso de
sujetos que de plano se han entregado a uno o varios pecados mortales, de modo que hasta perfeccionan cada vez el hábito de
cometerlos; aquellos actos que conducen a su realización, el acto mismo del pecado
y los actos siguientes a haberlo cometido, de manera que se trata de una verdadera ciencia del mal, con una epistemología
y metodología propias.
Esta clase de
pecadores, posesos por uno o varios diablos, con su forma de vida, han establecido un pacto de facto con el diablo.
A este respecto
conviene señalar que existen tres clases de pactos con el diablo: el pacto explícito, el implícito y de facto.
El primero consiste
en firmar un pergamino en un ritual que para ese efecto realiza el sujeto, en donde establece un contrato de servicios específicos
o generales, que el demonio deberá prestarle, a cambio de entregarle su alma.
El segundo consiste
en que el demonio acude a prestar algún servicio al sujeto que lo invoque mediante ciertos formulismos.
El tercer tipo
de pacto no requiere de pergaminos firmados con sangre ni de cláusulas ni formulismos esotéricos. Consiste en que el sujeto
ordinariamente comete uno o varios pecados mortales e incorpora dicha conducta a su forma de vida, por lo cual el demonio
se introduce en el cuerpo de la persona y establece en este su morada.
Su principal manifestación
es simplemente la permanencia en tal o cual pecado, a lo cual se agrega otras
manifestaciones: rechazo de lo sagrado, que frecuentemente se encubre con el
fingimiento; la utilización de las cosas sagradas según las conveniencias e incluso predicar, expulsar demonios y ser tenidos
por piadoso y justos por los demás (Mt. 7, 21-23; Lc. 6, 46).
Puede ocurrir
que posesos de esta clase, sientan admiración por santos y personas virtuosas, pero no tienen la más mínima intención de convertirse.
Así lo demuestra el caso del rey Herodes, que admiraba a Juan Bautista, pero seguía cometiendo adulterio (Mc. 6, 20).
Los posesos del
demonio por haber elegido al pecado como parte de sus vidas, han establecido un pacto de esa naturaleza con el demonio y se
han convertido en sus hijos. Sus actos dan testimonio del padre que han elegido.
Al analizar la
condición de este tipo de posesión, se observa que el sujeto se encuentra voluntariamente en una auténtica servidumbre respecto
de su pecado, de la cual se sirve para obtener satisfacción.
Mientras que en
la posesión diabólica que amerita la aplicación del sacramental denominado exorcismo, el demonio utiliza el cuerpo del sujeto
a su antojo, lo cual casi siempre es en contra de la voluntad del sujeto, que tras las crisis no recuerda lo ocurrido ni la
manera en que el diablo lo uso, en la posesión pasiva, el sujeto por su propia voluntad ha entregado todos sus miembros
al ejercicio del pecado.
A diferencia de
la posesión ordinaria, donde la memoria, la voluntad y la inteligencia quedan al margen de la posesión, en esta otra clase,
las potencias superiores han sido entregadas al servicio del pecado por su voluntad; el sujeto quiere pecar y el pecado forma
pare de su vida.
La vida del sujeto
gira en torno de su pecado y destina gran parte de su tiempo, dinero y esfuerzo para consumarlo cada vez, mantenerlo con vida
y hacer de este el objeto de sus anhelos y esperanzas. El pecado se ha convertido de esta manera en un engendro que es objeto
de culto por parte del sujeto.
Cuando la mentira
es el pecado principal y en torno del cual gira toda la vida, tal como lo hemos expuesto, por su medio de presentan todas
las características descritas, aunque casi siempre este pecado es servido por el ejercicio de alguno o varios de los siete
pecados capitales.
Cuando el pecado
principal es alguno de los capitales o en contra de alguno de los mandamientos de la ley de Dios, siempre va acompañado de
la mentira, por lo que se establece una relación de retroalimentación entre la mentira y los demás pecados.
No se dará el
caso en que un sujeto proclame que es asesino, ladrón, codicioso, difamador, ladrón de esposas o esposos, soberbio, iracundo,
glotón, perezoso, lujurioso, etc., y exhiba sus acciones. Siempre buscará ocultarlos
y encubrirlos, y para ello la mentira es la herramienta necesaria.
Todos los pecados,
cada uno por separado, piden, desde el momento en que el hombre los comete por primera vez, seguir existiendo, por eso el
demonio insufla la mentira, para que el sujeto los siga cometiendo. Una vez que el hombre se aficiona al pecado que le gusta
o que cree necesario para obtener lo que quiere, aprende que la mentira es indispensable para seguir cometiendo aquel pecado.
Se trata de una relación de supervivencia, la de todos los pecados con respecto de la mentira.
Con tales actos,
se establece un pacto de filiación de hecho, con el padre de la mentira. En este sentido, es que opera el pacto de quienes
se han entregado al demonio por el pecado en contra de alguno o varios de los mandamientos de Dios.
Se trata de “las
profundidades de satanás” (Apoc. 2, 24) quien como padre de la mentira inicia y lleva a la perfección en la mentira
y en el pecado que han elegido a quienes se le entregan de esta forma. Los conduce a vivir profundamente en ese universo propio,
conduciéndoles por sus recovecos, derivaciones, relaciones y recompensas en el mundo, de manera que los convierte en verdaderos
maestros del pecado elegido y del pecado necesario que les sostiene en aquel, la mentira.
La existencia
de tal pacto, que confirma que el sujeto se encuentra en posesión diabólica de esta naturaleza, lo vincula con el conocimiento
y la vivencia cotidiana de la mentira y el pecado o pecados principales que han elegido como objeto de sus complacencias,
de manera que participe de “las profundidades de satanás” y recibe en proporción, la gloria del mundo.
Esta consiste
en todas las satisfacciones que provienen del pecado elegido y de la mentira; el conocimiento y recreación en tales pecados,
su concepción, planeación; en los actos que llevan a su consumación y en su remembranza.
Brindan al sujeto una experiencia con las características de obsesión diabólica, que le permite recrearse con su recuerdo
y les sirve de estímulo para repetir estos pecados, pero cada vez con mayor grado de sofisticación y sutileza, hasta convertirse
en maestro de la mentira, y enseñar su sofisticación a otros. Un pecado preferido por el demonio es que estos tales enseñen
esa forma de vida a los niños, durante muchos años de su vida.
Asimismo, y ya
que habiendo participado de “las profundidades de satanás” el
sujeto forma parte activa del mundo y, como su agente, se relaciona con otros de su condición en el pecado, a fin de inducir
a nuevos adeptos y perfeccionar a los que se han iniciado ya.
Por tal motivo
es que como parte del pacto, tales sujetos, posesos pasivos del demonio, por esta naturaleza de pecados superlativos, --cuya
simiente principal viene a ser la mentira y la sofisticación y perfeccionamiento perverso en la misma—obtienen sendos
éxitos en cuanto se proponen. Las relaciones que establecen con otros de su condición, les sirven para arroparlos con la ayuda
necesaria para ello, para lograr cada vez más poder, tener más riqueza, fama, reconocimiento y ser alabados por todos (Lc.
16, 8).
Este tipo de sujetos
verdaderamente se han entregado al demonio para adorarle de rodillas (Mt. 4, 9), lo cual hacen cada vez que alimentan su pecado
y la mentira que lo sostiene. Les facilita el cometer cada vez más pecados del mismo género en el que se han especializado,
les mantiene interesados en seguir en tal estado, y les proporciona las relaciones necesarias, de sujetos con similares costumbres,
para inmovilizarlos en esa condición. El demonio les entrega la gloria del mundo y son sus hijos.
Este es el ejercicio de aquella ciencia del bien y del mal que
anunció el diablo en el paraíso terrenal (Gn. 3, 5), porque siendo que no tiene capacidad de verdad en él (Jn. 8, 44), no
se refería al bien y el mal que pudieran entender Adán y Eva, ni al poder determinar lo que es bueno o malo que corresponde
a la justicia de Dios, sino a la ciencia del pecado, al anti-universo que él ya había inaugurado, el de la mentira, donde
todo es una creación hecha por él de la cual es monarca, con la esencia del pecado y la muerte.
Tal ciencia es
la que se encuentra en el fondo de las profundidades de satanás (Mt. 12, 26; Apoc. 2, 24), que estaba ansioso por introducir
en los hombres desde su creación, para engendrar su simiente humana, cuya progenie se establece, en su mayoría, por la aceptación
y vivencia profunda del pecado. Mientras que todas las cosas y los hechos sirven para el beneficio de los hijos de Dios (Rm.
8, 28), en el caso de los réprobos, todo les sirve para profundizar en sus pecados (Apoc. 22, 11).
Así, lo bueno
y lo malo que acontece al justo, son motivo de ejercicio de mayor virtud y santificación en Cristo por María, para vivir la
misma vida de Dios y hacerse uno con Él, ser dios por participación.
En tanto, para
el malvado, lo bueno y lo malo que le acontece, en consecuencia con la simiente diabólica que aceptó para ser como
dioses, con el conocimiento del bien y del mal que le ofrece el demonio, le sirve
para hundirse más en el pecado y participar del mundo del maligno.