Los Hijos del Diablo

VI. María, triunfadora de Satán.

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VI. María, triunfadora de Satán.

 

“María es Madre de los miembros del Salvador, porque, en virtud de su caridad, Ella ha cooperado al nacimiento de los fieles de la Iglesia. María es el molde viviente de Dios, es decir: sólo en Ella se formó al natural el hombre-Dios sin perder, --digámoslo así—ningún rasgo de su divinidad: y sólo por Ella puede transformarse el hombre –de un modo adecuado y viviente—en Dios, en cuanto es capaz la naturaleza humana por la Gracia de Jesucristo” (San Agustín. Citado en Legio Mariae. Manual Oficial de las Legión de María. Publicado por Concilium Legionis Mariae. De Montfort House. Dublin 7 Irlanda. 1997).

 

“Quien es Ésta, que va subiendo cual aurora naciente, bella como la luna, brillante como el sol, terrible como un ejército formado en batalla? (Cant. 6, 10).

 

Respecto de las citas anteriores, cabe poner como antecedente lo que el padre Gabriele Amorth expresa claramente, fundado en lo que Dios revela a través de San Pablo, con relación al misterio cristocéntrico y señala que de este “depende el papel de toda creatura” (Op. Cit. P. 18).

 

Esta dependencia de actos, por tanto, nos debe remitir a Cristo como principio y fin de todo cuanto existe y, es el mismo San Pablo, quien hace referencia al papel de los cristianos en la creación de Dios, en su carta a los Romanos, lo cual es, en este sentido, perfectamente aplicable a la Santísima Virgen María:

 

“Pues a los que de antemano conoció, también los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera  el primogénito  entre muchos hermanos; y a los que predestinó a ésos también los justificó, a esos también los glorificó” (Rm. 8, 29-30).

 

En este sentido, Dios conoce a cada hombre que ha existido, que existe y que existirá. Conoce toda la vida de cada uno, todos sus pensamientos y sentimientos, todas sus acciones buenas y malas. Conoce lo más profundo de su ser, y la libertad completa, las motivaciones profundas por las que el hombre en su acto libre decide amar a Dios, cumplir sus mandatos, o rechazarlo.

 

Con este conocimiento, ha dotado a todos y a cada uno de sobrados auxilios para que el hombre pueda salvarse, aunque sepa que muchos los rechazarán, y otros los aceptarán, y conoce esos actos y motivaciones profundas por las que cada uno toma una decisión u otra.

 

Así, a los que de antemano conoce en sus actos libres y que con todas las ayudas que les brinda para salvarse le aman, los predestina a reproducir la imagen de Cristo, los justifica y los glorifica.

 

Entre todos sobresale la Santísima Virgen María por su caridad, de manera que es la única que encontró gracia delante de Dios (Lc. 1, 29-31), por lo cual la predestinó a ser la madre de Dios y, por tanto, el cofre de todos sus decretos, el cofre hecho de virginidad donde se deposita el plano original de toda la creación y de la redención (Mc. 3, 32-35). Por esto, por los méritos de la redención de Cristo,  no solamente está libre de pecado, sino llena de gracia, y así es concebida en los planes de Dios en toda la eternidad.

 

En el caso de la Santísima Virgen María, esta relación de Dios de conocimiento esencial, de predestinación, justificación y glorificación, es en calidad de  libre de pecado y llena de gracia, Madre de Cristo, Madre de Dios, colaboradora en la creación, la encarnación de Cristo, la redención y todas las demás obras de Dios hasta que Él lo sea todo en todos. Ese es el oficio que le asignó por ser la que halló gracia delante de Él y fue la única que presentó, entre todos los seres humanos de todos los tiempos, las condiciones necesarias para haberla obtenido.

 

En esta calidad es que el conocimiento, la predestinación, la justificación y glorificación de que habla San Pablo, se da en María, que por ello ha sido constituida esencialmente con aquella sustancia que Dios hizo necesaria en Ella para ser su madre: la virginidad, de la que es fuente el mismo Cristo. Por esta virginidad, que se llena de gracia, --porque la atrae irresistiblemente como su depósito-- se constituye como el molde original e irresistible de Cristo, del Dios hecho Hombre; Madre de Dios, y así, de todo plan de la Santísima Trinidad y de toda forma de relación de Dios con sus creaturas y de las creaturas con su creador.

 

Este hecho que queda claro para aquellos que Dios ha predestinado para que le den gracias por el misterio que encierra, resulta piedra de tropiezo para muchos cristianos que se han separado de la obediencia del primado de los obispos, que es el Papa, por razón de su rebeldía sustentada en la soberbia.

 

Les está vedado comprender que el autor de todo cuanto existe lo es también de la maternidad, y que esta no se puede colocar por encima de Él por razón del proceso natural que Él mismo ha dado a dicha maternidad.

 

El hecho de que María sea Madre de Dios no significa que sea más que Dios como argumentan para desacreditar esta obra muchos cristianos separados de la comunión del Papa, por su percepción de que Dios no pueda tener madre aunque quisiera. Más bien con este hecho Dios realiza plenamente la voluntad de darse a Sí mismo a una madre que es creatura, porque pudo hacerlo y le dio la gana hacerlo, ya que Él es el inventor y conservador de la maternidad, mediante la cual quiso revelar su principal misterio, el de Cristo, a los ángeles y al hombre (Apoc. 12, 1-2, 5-6).

 

Tal es su poder, que puede hacerlo y así lo hizo, lo que viene a ser escándalo de los que pretendan señalar que es imposible que Dios tenga madre, ya que para Dios no hay imposibles (Mc. 10, 27).

 

“494 Al anuncio de que ella dará a luz al "Hijo del Altísimo" sin conocer varón, por la virtud del Espíritu Santo (Cfr. Lc 1, 28-37), María respondió por "la obediencia de la fe" (Rm 1, 5), segura de que "nada hay imposible para Dios": "He aquí la esclava del Señor: hágase en mí según tu palabra" (Lc 1, 37-38). Así dando su consentimiento a la palabra de Dios, María llegó a ser Madre de Jesús y , aceptando de todo corazón la voluntad divina de salvación, sin que ningún pecado se lo impidiera, se entregó a sí misma por entero a la persona y a la obra de su Hijo, para servir, en su dependencia y con él, por la gracia de Dios, al Misterio de la Redención (Cfr. LG 56):

Ella, en efecto, como dice S. Ireneo, "por su obediencia fue causa de la salvación propia y de la de todo el género humano". Por eso, no pocos Padres antiguos, en su predicación, coincidieron con él en afirmar "el nudo de la desobediencia de Eva lo desató la obediencia de María. Lo que ató la virgen Eva por su falta de fe lo desató la Virgen María por su fe". Comparándola con Eva, llaman a María `Madre de los vivientes' y afirman con mayor frecuencia: "la muerte vino por Eva, la vida por María". (LG. 56).

495 Llamada en los Evangelios "la Madre de Jesús"(Jn 2, 1; 19, 25; Cfr. Mt 13, 55, etc.), María es aclamada bajo el impulso del Espíritu como "la madre de mi Señor" desde antes del nacimiento de su hijo (Cfr. Lc 1, 43). En efecto, aquél que ella concibió como hombre, por obra del Espíritu Santo, y que se ha hecho verdaderamente su Hijo según la carne, no es otro que el Hijo eterno del Padre, la segunda persona de la Santísima Trinidad. La Iglesia confiesa que María es verdaderamente Madre de Dios ["Theotokos"] (Cfr. DS 251).

496 Desde las primeras formulaciones de la fe (Cfr. DS 10-64), la Iglesia ha confesado que Jesús fue concebido en el seno de la Virgen María únicamente por el poder del Espíritu Santo, afirmando también el aspecto corporal de este suceso: Jesús fue concebido "absque semine ex Spiritu Sancto" (Cc Letrán, año 649; DS 503), esto es, sin elemento humano, por obra del Espíritu Santo. Los Padres ven en la concepción virginal el signo de que es verdaderamente el Hijo de Dios el que ha venido en una humanidad como la nuestra:

 

Así, S. Ignacio de Antioquía (comienzos del siglo II): "Estáis firmemente convencidos acerca de que nuestro Señor es verdaderamente de la raza de David según la carne (Cfr. Rm 1, 3), Hijo de Dios según la voluntad y el poder de Dios (Cfr. Jn 1, 13), nacido verdaderamente de una virgen, ...Fue verdaderamente clavado por nosotros en su carne bajo Poncio Pilato ... padeció verdaderamente, como también resucitó verdaderamente" (Smyrn. 1-2).

 

497 Los relatos evangélicos (Cfr. Mt 1, 18-25; Lc 1, 26-38) presentan la concepción virginal como una obra divina que sobrepasa toda comprensión y toda posibilidad humanas (Cfr. Lc 1, 34): "Lo concebido en ella viene del Espíritu Santo", dice el ángel a José a propósito de María, su desposada (Mt 1, 20). La Iglesia ve en ello el cumplimiento de la promesa divina hecha por el profeta Isaías: "He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un Hijo" (Is 7, 14 según la traducción griega de Mt 1, 23).

 

498 A veces ha desconcertado el silencio del Evangelio de S. Marcos y de las cartas del Nuevo Testamento sobre la concepción virginal de María. También se ha podido plantear si no se trataría en este caso de leyendas o de construcciones teológicas sin pretensiones históricas. A lo cual hay que responder: La fe en la concepción virginal de Jesús ha encontrado viva oposición, burlas o incomprensión por parte de los no creyentes, judíos y paganos (Cfr. S. Justino, Dial 99, 7; Orígenes, Cels. 1, 32, 69; entre otros); no ha tenido su origen en la mitología pagana ni en una adaptación de las ideas de su tiempo. El sentido de este misterio no es accesible más que a la fe que lo ve en ese "nexo que reúne entre sí los misterios" (DS 3016), dentro del conjunto de los Misterios de Cristo, desde su Encarnación hasta su Pascua. S. Ignacio de Antioquía da ya testimonio de este vínculo: "El príncipe de este mundo ignoró la virginidad de María y su parto, así como la muerte del Señor: tres misterios resonantes que se realizaron en el silencio de Dios" (Eph. 19, 1;Cfr. 1 Co 2, 8).

499 La profundización de la fe en la maternidad virginal ha llevado a la Iglesia a confesar la virginidad real y perpetua de María (Cfr. DS 427) incluso en el parto del Hijo de Dios hecho hombre (Cfr. DS 291; 294; 442; 503; 571; 1880). En efecto, el nacimiento de Cristo "lejos de disminuir consagró la integridad virginal" de su madre (LG 57). La liturgia de la Iglesia celebra a María como la "Aeiparthenos", la "siempre-virgen" (Cfr. LG 52).

 

500 A esto se objeta a veces que la Escritura menciona unos hermanos y hermanas de Jesús (Cfr. Mc 3, 31-55; 6, 3; 1 Co 9, 5; Ga 1, 19). La Iglesia siempre ha entendido estos pasajes como no referidos a otros hijos de la Virgen María; en efecto, Santiago y José "hermanos de Jesús" (Mt 13, 55) son los hijos de una María discípula de Cristo (Cfr. Mt 27, 56) que se designa de manera significativa como "la otra María" (Mt 28, 1). Se trata de parientes próximos de Jesús, según una expresión conocida del Antiguo Testamento (Cfr. Gn 13, 8; 14, 16;29, 15; etc.).

 

501 Jesús es el Hijo único de María. Pero la maternidad espiritual de María se extiende (Cfr. Jn 19, 26-27; Ap 12, 17) a todos los hombres a los cuales, El vino a salvar: "Dio a luz al Hijo, al que Dios constituyó el mayor de muchos hermanos (Rom 8,29), es decir, de los creyentes, a cuyo nacimiento y educación colabora con amor de madre" (LG 63).

 

502 La mirada de la fe, unida al conjunto de la Revelación, puede descubrir las razones misteriosas por las que Dios, en su designio salvífico, quiso que su Hijo naciera de una virgen. Estas razones se refieren tanto a la persona y a la misión redentora de Cristo como a la aceptación por María de esta misión para con los hombres.

503 La virginidad de María manifiesta la iniciativa absoluta de Dios en la Encarnación. Jesús no tiene como Padre más que a Dios (Cfr. Lc 2, 48-49). "La naturaleza humana que ha tomado no le ha alejado jamás de su Padre ...; consubstancial con su Padre en la divinidad, consubstancial con su Madre en nuestras humanidad, pero propiamente Hijo de Dios en sus dos naturalezas" (Cc. Friul en el año 796: DS 619).

504 Jesús fue concebido por obra del Espíritu Santo en el seno de la Virgen María porque El es el Nuevo Adán (Cfr. 1 Co 15, 45) que inaugura la nueva creación: "El primer hombre, salido de la tierra, es terreno; el segundo viene del cielo" (1 Co 15, 47). La humanidad de Cristo, desde su concepción, está llena del Espíritu Santo porque Dios "le da el Espíritu sin medida" (Jn 3, 34). De "su plenitud", cabeza de la humanidad redimida (Cfr. Col 1, 18), "hemos recibido todos gracia por gracia" (Jn 1, 16).

505 Jesús, el nuevo Adán, inaugura por su concepción virginal el nuevo nacimiento de los hijos de adopción en el Espíritu Santo por la fe "¿Cómo será eso?" (Lc 1, 34;Cfr. Jn 3, 9). La participación en la vida divina no nace "de la sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de hombre, sino de Dios" (Jn 1, 13). La acogida de esta vida es virginal porque toda ella es dada al hombre por el Espíritu. El sentido esponsal de la vocación humana con relación a Dios (Cfr. 2 Co 11, 2) se lleva a cabo perfectamente en la maternidad virginal de María.

 

506 María es virgen porque su virginidad es el signo de su fe "no adulterada por duda alguna" (LG 63) y de su entrega total a la voluntad de Dios (Cfr. 1 Co 7, 34-35). Su fe es la que le hace llegar a ser la madre del Salvador: "Beatior est Maria percipiendo fidem Christi quam concipiendo carnem Christi" ("Más bienaventurada es María al recibir a Cristo por la fe que al concebir en su seno la carne de Cristo" (S. Agustín, virg. 3).

 

507 María es a la vez virgen y madre porque ella es la figura y la más perfecta realización de la Iglesia (Cfr. LG 63): "La Iglesia se convierte en Madre por la palabra de Dios acogida con fe, ya que, por la predicación y el bautismo, engendra para una vida nueva e inmortal a los hijos concebidos por el Espíritu Santo y nacidos de Dios. También ella es virgen que guarda íntegra y pura la fidelidad prometida al Esposo" (LG 64).” (Catecismo Oficial de la Iglesia Católica).

 

Es así, que en la señal que aparece en el cielo para que sea vista por los ángeles y para que sea conocida por los hombres; la mujer vestida de sol con la luna bajo sus pies, no aparece sola, sino que está embarazada de Cristo, esto es, que Dios presenta a las dos personas juntas, no separadas, por lo que los oficios de ambos en su creación están relacionados desde toda la eternidad (Apoc. 12, 1-2) porque Él así lo quiso.

 

En virtud de esta relación eterna de Cristo con la Santísima Virgen María, por esto hubo quienes señalaron la “relación única con la Santísima Trinidad, hasta el punto de ser llamada, ya en el siglo II, “cuarto elemento de la trinidad divina” (Gabriele Amorth. Op. Cit.P. 18).

 

Ello se funda en la maternidad divina de María, ya que en el acto que Dios quiso hacerse hombre y así lo consumó, con este acto se dio una madre, la cual lo es de la persona completa, de Cristo, que es Dios verdadero y Hombre verdadero, y no repudia su naturaleza divina trinitaria, sino que en Él se encuentra el Padre (Jn. 14, 9-11; 17, 22-23) y el Espíritu Santo en ambos, de quienes procede (Jn. 16, 7-11; 15).

 

Con la acción de darse una madre, por la cual María es verdadera Madre de Dios, también la hizo madre de todos los que son de Cristo, que es uno con su Padre y uno con sus discípulos, ya que ellos están en Él y Él en ellos (Jn. 17.23).

 

Por lo tanto, las diferencias que existen son las de oficios y de naturalezas; una que es operadora de los planes de Dios como causa infinita y sobrenatural, que es Cristo, y la otra que es creatura asociada con Dios, que es colaboradora por elección y determinación de Dios para la realización de todas sus obras, principalmente de la redención. Así la revela en el capítulo 12 del Apocalipsis.

 

Consecuencia de esto, María es vencedora de Satán, porque la Santísima Trinidad eligió relacionarse con sus creaturas a través de María y siendo que los demonios son creaturas, la acción que les corresponde, esto es, el ser vencidos y ser quebrantados de su cabeza (Gn. 3, 14-15), ocurre siempre por María, aún cuando los cristianos vencen las tentaciones que les pone el enemigo.

 

De esta manera, como madre de Dios, “siendo la Virgen María una persona enteramente singular, trasciende a todas las demás, y constituyendo ella sola un orden aparte, justamente le corresponden privilegios singulares que a ninguna otra persona humana o angélica pueden convenir” explica el padre Antonio Royo Marín (La Virgen María. Op. Cit. P. 46).

 

Agrega Royo Marín, citando a Gabriel María Roschini:

 

“Lo primero que tenemos que hacer para tener una idea exacta de María es separarla de todas las demás cosas creadas. Ella es un mundo por sí, con su centro, con sus leyes enteramente propias. Por encima de Ella no está más que Cristo. Y bajo Ella están todas las otras cosas, visibles e invisibles, materiales, espirituales y mixtas. En la vasta escala  de los seres y de su dignidad, Ella constituye un orden aparte, incomparablemente superior, no solo al orden de la naturaleza, sino también al de la gracia y al de la gloria, puesto que pertenece al orden hipostático”. “Esta singularidad de María deriva como de fuente primaria de la singularísima misión  que ha recibido de Dios, esto es, de la misión de Madre del Creador y de las creaturas. La singularidad de misión exigía en Ella, la singularidad de privilegios, como la singularidad de un fin exige, lógicamente, la singularidad de medios aptos para obtenerlo” (La madre de Dios según la fe y la teología. Op. Cit. Pp.46-67).

 

Precisa que, como es sabido,

 

“en el conjunto universal de todos los seres creados, la teología distingue tres órdenes completamente distintos, en orden ascensional de perfección: el orden puramente natural (al que pertenecen incluso los minerales, vegetales y animales irracionales); el orden sobrenatural de la gracia y de la gloria (al que pertenecen los hombres y los ángeles elevados por Dios a ese orden gratuito incomparablemente superior al puramente natural), y el orden hipostático, que es el relativo  a la encarnación del Verbo, que pertenece de manera absoluta solamente a Cristo (Dios y hombre en una sola persona divina) y de una manera relativa a la Santísima Virgen (por la relación esencial que existe entre una madre y  su verdadero hijo)” (Op. Cit. Pp.46).

 

Dada la singularidad de María, es necesario reiterar que la relación de Dios con las creaturas es a través de Ella. No existe otra manera de relacionarse con Dios sino a través de María. Así, en referencia al demonio, toda potestad exorcística que tengan los hombres, es dada por María, quien constituida madre de Dios, fue concebida en gracia y con este hecho ha quebrantado la cabeza del demonio, sin que este sepa por qué y cómo ha ocurrido esto.

 

Ello se debe a que el molde original de todo y de la redención, que es María, por ser la que guarda el molde único de Cristo, es inalcanzable e incomprensible para el resto de los seres que de este original de planos han salido, y solamente puede accederse a Ella por libre consagración de amor y participar de su virginidad para poder engendrar a Cristo en nosotros, así por la amorosa e incansable búsqueda de todos los hombres que Ella realiza, para llevarlos a Cristo, la cuales constante e incluso contra toda concepción de racionalidad.

 

En el caso de los demonios, que salieron buenos de este molde, se hicieron malos a sí mismos, hasta transformar su naturaleza de manera que la mentira y el homicidio son su constitutivo esencial de ser (Jn. 8, 44), por lo que el grado de incomprensión, confusión y sometimiento de los demonios respecto de Ella, que es la impronta de la verdad en la creación,  es absoluto. Por esto la relación de los demonios respecto de la Santísima Virgen María es que siempre su cabeza les sea quebrantada y ser vencidos, confundidos, sometidos.

 

Siendo que la perfecta imagen de Cristo radica en María, los cristianos que por su ordinaria imitación obtengan la perfecta imagen de Élla en su alma, tendrán la perfecta imagen de Cristo, y con este hecho estarán consumando la sentencia que el creador dio a la serpiente de que la descendencia de la mujer le quebrantará la cabeza cuando se acerque para ponerle asechanzas (Gn. 3, 14-15).

 

Pero al igual que en el caso de Cristo, la acción de María deja muy por debajo las obras del demonio, por lo que viene a prevalecer el regalo amoroso de Dios en Ella para el hombre, ya que si Él quiere entregarse al hombre, con esta entrega le da el  medio y el modo por el que lo hace perfectamente, y comparte su mas preciado tesoro, que es el cofre mismo que lo contiene, sin el cual es incontenible.

 

Como en el resto de la obras por las que se obtiene la participación divina, resulta imposible obtener los tesoros de Dios sin el cofre que los contiene, y quien pretenda hacerlo, puede ser que pueda tener una u otra joya, pero ni siquiera podrá conservarla, porque es de Dios, y los tesoros de la divinidad nada los puede contener sino solamente el contenedor que Él mismo ha hecho para ese propósito. Aquel que posea ese cofre podrá tener al tesoro completo de Dios, y este sagrario y arca de la Alianza es María.

 

 

Las obras del demonio provienen de su naturaleza, y Cristo nos ha advertido que es mentiroso y homicida, por lo que cuando miente, obra conforme a su naturaleza (Jn. 8, 44) y todo cuanto hace es para perder al hombre que vive en la tierra, ya que a Dios nada puede mutarlo y a los ángeles de Dios tampoco, lo mismo que a los justos del cielo.

 

La acción del diablo conforme a su naturaleza quedó descubierta ya desde el cielo, cuando Cristo, que es la luz verdadera e increada, desde el seno de la Virgen María, iluminó los cielos, cuando Dios la hizo aparecer como una señal, vestida de sol y con la luna bajo sus pies (Apoc. 12, 1-2).

 

La luz de Cristo traspasó los cielos empíreos, de manera que la luz natural de los cielos creados para ser morada de los ángeles, fue traspasada por la luz sobrenatural e increada del Verbo desde el seno de María, que estaba lista para su nacimiento, esto es, llena de gracia y traspasada igualmente por esta misma luz. En este acto iluminó y traspasó a cada uno de los ángeles, dejando al descubierto en ellos el interior de sus personas y la voluntad de servir y amar al Verbo de Dios en esta su  morada y la voluntad soberana de hacerse hombre, o de oponerse y no servirle.

 

Es así que la acción del demonio, que constituye su iniquidad, quedó al descubierto por la luz de Cristo por María (Ez. 28, 18; Apoc. 12, 3), y en ese acto repudió todo lo bueno de él (Ez. 28, 16), aquello que Dios le dio y en lo que se había complacido cuando lo creó (Gn 1, 31), aquello que por su comercio ya había marchitado y muerto (Ez. 28, 5; 16, 18), quedando como un cascarón de apariencia. Quedó solo la verdad: se había convertido en la propia iniquidad de su acto, en dragón rojo, padre de la mentira y enseguida realiza el acto que es consecuencia del primero: se convierte en homicida, al acechar para devorar al hijo de la mujer (Apoc. 12, 4) y en el enemigo mortal del cristiano (Apoc. 12, 17).

 

Esta última acción ocurre ya en la tierra y en contra del hombre, que ha sido destinado a juzgarlo, incorporado en Cristo:

 

“El Apocalipsis nos dice que los demonios fueron precipitados sobre la tierra; su condena definitiva aún no se ha producido, si bien es irreversible la selección efectuada en su momento, que distinguió a los ángeles de los demonios. Todavía conservan, por tanto, un poder, permitido por Dios, aunque “por poco tiempo”. Por eso apostrofan a Jesús: “¿Has venido aquí a atormentarnos antes de tiempo?” (Mt. 8, 29). El juez único es Cristo, que asociará a sí mismo su cuerpo místico. De tal modo debe entenderse la expresión de Pablo: “¿No sabéis que nosotros juzgaremos a los ángeles?” (1 Cor. 6, 3). Es por este poder que aún ostentan por lo que los endemoniados de Gerasa, volviéndose a Cristo, le rogaban: “que no los mandase volver al abismo”… (Lc. 8, 31-32). Cuando un demonio sale de una persona y es arrojado al infierno, para él es como una muerte definitiva. Por eso se opone tanto como puede.. pero deberá pagar los sufrimientos que causa a las personas con un aumento de pena eterna. San Pedro es muy claro al afirmar que el juicio definitivo sobre los demonios aún no ha sido pronunciado, cuando escribe: “Dios no perdonó a los ángeles que pecaron, sino que precipitados en el infierno, los entregó a las prisiones tenebrosas, reservándolos para el juicio” (2 Pe. 2, 4)” (Gabriele Amorth. Op. Cit. Pp. 30-31)

 

Por estos hechos conocemos que la acción del diablo es la de engendrar la mentira y matar la vida divina en el hombre, tal cual lo hizo consigo mismo; hacerle la guerra durante toda su vida mortal.

 

Desde antiguo se ha sostenido que el diablo con su rebelión quiso destronar a Dios, pero parece ser más apropiado con su naturaleza el señalar que con su pecado, quiere destruirlo y destruir todas las obras de Dios, objetivos que por supuesto jamás alcanza ni alcanzará. Quiere instaurar un reino distinto, uno de  mentira y muerte; horror, odio, dolor, putrefacción, locura, un reino que corresponde a lo que él es, naturaleza que por si misma se odia eternamente.

 

El diablo actúa para destruir al hombre, por la imagen que guarda con Dios. Odia incluso a sus servidores, los que se le entregan por pactos implícitos y explícitos. Su acto es el de una extrema violencia cuyo alimento es el odio total de su ser, aunque ordinariamente la manifestación de este acto esta revestido de una extrema cobardía y mentira, ya que carece del valor para presentarse tal como es (Gn. 3). En este ocultamiento constante de su persona, radica su poder seductor, ya que su sola apariencia –en la medida en que la entendiera cualquier hombre, incluso el más ignorante—serviría como un gran aliciente para la conversión de la persona.

 

La visión del demonio forma parte de las penas del infierno, ya que es insoportable y produce gran daño. A este respecto señala un diálogo entre Jesús  y Santa Catalina de Siena:

 

“Si bien te acuerdas , cuando Yo te lo mostré (al diablo) que fue casi un punto, , tú después de que volviste en ti, hubieras elegido andar  por un camino de fuego, aunque durara hasta el día del juicio, antes que verle” (Santa Catalina de Siena.  El Diálogo. Citada por Francisco Martínez G. Op. Cit. P. 40)

 

Por tanto, se le reconoce por su acción, la cual tiene una serie de manifestaciones que van desde lo más grotesco y espantoso de las posesiones diabólicas, pasando por la sujeción ordinaria de los que quieren permanecer en el pecado, hasta lo más sutil de la fascinación y/o del engaño que obran los que se han hecho los hijos del diablo, cuyos prototipos son el anticristo y su profeta (Apoc. Cap 13), quienes pronto vomitarán su odio contra los de Cristo, como hicieran los fariseos con Él (Jn. 8, 44).

 

Así la acción del demonio en el mundo es la de mentiroso y homicida, y esta acción tiene por objeto destruir la imagen de Dios en el hombre, para destruir el reino de Dios en él y hacerlo ciudadano de su reino de odio y muerte (Hebr. 12, 4).

 

Además de las posesiones, en el Nuevo Testamento se expone el gran despliegue de la actividad del demonio: impide que los cristianos se reúnan (I Tes. 2, 18), abofetea al cristiano para que no se engría (II Cor. 12, 7), los hace encarcelar (Apoc. 2, 10);  seduce de manera engañosa (I Tim. 4, 1), llena el corazón del hombre para inducirlo a pecar contra el Espíritu Santo  (Hech. 5, 3), mata inocentes (Mt. 2, 13-18), es el tentador (Mt. 4, 1-11), produce el escándalo (Mt. 16, 23), induce a la traición y la asechanza, pone el pecado, el homicidio, la codicia, la avaricia y el robo, en el corazón del hombre y de esta forma lo hace poseso por aceptación de tales pecados (Jn. 6, 70-71; 12, 4-6; 18, 3; Lc. 22, 3-6). Siembra la cizaña junto a las buenas intenciones y obras que Dios siembra en el hombre, y pone a sus hijos, los malvados, al lado de los buenos para hacerles el mal (Mt. 13, 24-39); quita las buenas obras que Dios siembra en el corazón de los hombres que no se preocupan por entenderlas ni realizarlas (Mt.13.19). Induce pensamientos en quienes se han hecho hijos del diablo; induce el pecado en contra del Espíritu Santo  (Mt. 12, 24-32); si alguno le da acogida en su interior, va por otros siete demonios peores para introducirse en ese hombre (Mt. 12, 43-45); magnifica respetos humanos para ocasionar daño a  los que son de Cristo (Mt. 14, 6-10).

 

Asimismo, planta intenciones, acciones y cría individuos que se escandalizan y escandalizan a los demás contra la verdadera doctrina de Cristo (Mt. 15, 13); manipula los sentimientos de los hombres contra la voluntad de Dios (Mt. 16, 22); induce al falso arrepentimiento y la desesperación y el suicidio (Mt. 27, 3-5); induce sentencias injustas (Mt. 27, 17-25). Produce largas enfermedades (Lc. 12, 10-11); reclama a Dios para que le permita zarandear a los cristianos, tentarlos para que caigan en el pecado, incluso en la presencia misma de Cristo y al siguiente momento en que Dios mismo ha comunicado algo al cristiano (Lc. 22, 31-32; 34, 56-60). También asume los pensamientos y juicios del hombre como propios para hablar y actuar a través de este, cuando en lugar de ponerse en manos de Dios, confía más en sí mismo y en sus percepciones e inclinaciones (Mt. 16, 13-23).

 

Para ver la acción del demonio en el Antiguo Testamento, basta citar el Libro de Job.

 

López Padilla anota la naturaleza de las acciones del diablo en la tierra:

 

“El demonio, como espíritu puro que es, tiene el gobierno sobre las cosas materiales. Puede, por tanto, imprimir a los cuerpos un movimiento local. Ahora bien, el demonio no puede obrar sobre los cuerpos de modo que los cambie   sustancial o accidentalmente con su acción inmediata, sino que todos los efectos que produce en las cosas materiales con su virtud natural los obtiene mediante la aplicación de otros agentes corporales  de los que se vale como de instrumentos, poniendo a las fuerzas físicas en el contacto de proximidad  necesaria para ejercer su actividad natural...” “...de esta manera puede el demonio de suyo curar muchas enfermedades, modificar muchas funciones de la vida vegetativa, como la nutrición y la generación; provocar los actos de la vida sensitiva; afectar de diversas maneras los sentidos; exaltar los sentidos, despertar la memoria; imitar la voz del hombre,  o de cualquier animal, etc. El principal medio de que puede servirse para su acción sobre las cosas materiales, es la potestad que tiene, como todos los ángeles, de mover los cuerpos de un lugar a otro. ¿No nos cuenta el Evangelio  que Satanás trasladó  a Jesús sobre el pináculo del Templo? (Mt. 4, 11). (Luis Eduardo López Padilla. Op. Cit. P. 90)

 

Siempre sujeto a pedir permiso y obedecer a Dios, el demonio puede realizar todos los fenómenos que resulten de movimientos naturales de las fuerzas físicas, debido a que es inherente a su naturaleza, lo cual, con respecto del hombre resulta del orden preternatural, esto es, más allá de todas las posibilidades del hombre para realizarlo.

 

El demonio no puede obrar directamente sobre la voluntad del ser humano, pero si de manera indirecta, presentando un objeto como deseable o impresionando a los sentidos, la imaginación y el apetito sensible, por lo cual resultan dos maneras de acción del diablo sobre las sensaciones del hombre actuando sobre un objeto exterior: haciéndolo aparecer o desaparecer y obrando sobre los cinco sentidos.

 

De igual manera puede actuar sobre los sentidos internos del hombre, que son el sentido común, imaginación, instinto y memoria. Sobre la imaginación, que es el más vívido, el diablo puede producir visiones extraordinarias, fuera de la realidad, mediante las cuales engaña con falsas revelaciones, o también con hechos que siendo ciertos, los utiliza para sus fines de mentira.  Puede producir sensaciones muy diversas en las personas: hambre, sed, frío, calor, bienestar, malestar.

 

Puede afectar las funciones vegetativas de la nutrición y el crecimiento; puede excitar sentimientos y pasiones mediante representaciones a los sentidos, así como de humores y disposiciones corporales, por lo que le es posible provocar amor, odio, tristeza, melancolía, ira, tedio deseo, desaliento, etc.  Todo ello para inducir al hombre al mal o provocarle daño. Las curaciones que realice, solamente son un engaño, ya que la enfermedad, en estos casos, es producida por él mismo, por lo que solamente deja de producirla.

 

También el diablo puede producir fenómenos extraordinarios, que trata de hacer pasar como milagros, hacer levitar a las personas, producirles visiones y éxtasis místicos, revelarles cosas ocultas o hechos que pasarán.

 

La iglesia diferencia dos tipos de actividad: ordinaria y extraordinaria. La primera es la tentación. Ya se explicó que es el tentador y origen de esa actividad para oponer al hombre a la voluntad de Dios y perderlo, pero desde el punto de vista del agente el diablo es uno de los tentadores, ya que existen otros dos, los cuales son distintos, pero se coaligan con el diablo para la perdición del alma, y por  eso se les llama enemigos de la salvación: el mundo y la carne.

 

En el análisis de la acción del diablo desde el punto de vista del trabajo y esfuerzo dedicado cuantitativamente,  se dedica a tentar a los justos y a los que quieren permanecer en estado de gracia. Ello con la permisión divina, de tal manera que la tentación se restringe por parte del sujeto pasivo a esta delimitación, que adquiere relevancia fundamental para el demonio desde el momento en que la presencia de los hombres de Dios, por sí misma repele al demonio y es luz que alumbra desde lo alto a los demás (Mt. 5, 14), por el ejercicio pleno de la triple consagración bautismal. Ello significa una guerra total y sin tregua contra las fuerzas infernales. Por su naturaleza es de ataque del demonio en contra del cristiano, quien con ayuda de Cristo vence, por lo cual su trabajo es de resistencia frente al enemigo (I Pe. 5, 8-9).

 

Corrado Balducci explica la naturaleza de la acción del diablo luego de que alguien ha caído en la tentación,  que a nuestro juicio ya no se trata de tentación, sino del trabajo de establecer su simiente entre los hombres, de hacerlos sus hijos, para que a su vez, estos trabajen en las tres actividades fundamentales de su padre: perseguir a los cristianos, ser agentes de tentación del demonio, el mundo y la carne para hacerles caer  y trabajar con sus relaciones con los que les rodean para envolverlos y extender su simiente.

 

Se trata de:

 

“...un trabajo continuado, más insistente, más penetrante, dirigido a alejar al hombre de Dios, a mantenerlo alejado de él, hasta llegar a ofuscar, a apagar esos sentimientos y esos valores fundamentales de amor y justicia que el creador puso en el corazón del hombre; así que este, nacido para ser la habitación de Dios, termina convirtiéndose en la habitación del diablo, mansión más o menos operosa, activa, que tiende y que puede llegar en ciertos casos a transformar al hombre en un portador del mal, en un demonio encarnado.

 

“No es fácil investigar qué es lo que favorece esta apertura a satanás, esta posibilidad de transformarnos en demonios. En todo caso, los continuos rechazos a los repetidos llamados de la gracia hasta silenciarlos, no sentirlos ya, el transformar la indiferencia y la incredulidad a la verdad religiosa en una posición de hostilidad contra ella, abandonar la verdad conocida o hasta negarla, impugnarla, son in duda manifestaciones claras de nuestra voluntad de no querer saber nada de Dios y representan no solamente hendiduras, sino puertas abiertas a la entrada de satanás, que se preocupará por llenar el vacío que se le ha dejado.

 

“¡Estos comportamientos son como evocaciones implícitas de quien está muy contento y deseoso de entrar y volvernos como él; incluso en esto él es remedador de aquél Dios, que, cuando le demostramos  que nos queremos dar a él y nos encaminamos por esta vía, termina por transformarnos en otros tantos dioses!” (Op. Cit. P. 166)

 

La acción extraordinaria es aquella que tradicionalmente se encierra en dos apartados: obsesión y posesión.

VII. La acción del diablo.