X. La obsesión
diabólica
La Sagrada Escritura nos enseña que
los espíritus malignos, enemigos de Dios y del hombre, desarrollan su acción de diversas maneras; entre ellas se señala la
obsesión diabólica. El demonio se apodera en un cierto modo de las fuerzas y de las actividades físicas de la persona. No
puede, sin embargo, apoderarse de la libre voluntad del sujeto, a pesar que la violencia física que el diablo ejerce en el
obseso es una incitación al pecado, que es lo que busca. Por esto el demonio no puede comprometer la voluntad libre
del obseso, salvo los casos de obsesos culpables y por ser hijos del diablo.
Es necesario dividir el
análisis; desde el punto de vista del sujeto que sufre la obsesión, desde el punto de vista del objetivo que
persigue el demonio y desde el punto de vista del medio operativo de la obsesión.
En el primer caso, hay dos clases de
sujetos: los que buscan cumplir con la voluntad de Dios y los que quieren hacer su propia voluntad o buscan entregarse al
demonio, y por esto se convierten en sus hijos y sujetos de posesión pasiva o activa.
Desde el punto de vista
del objetivo que persigue el demonio, es doble. Por una parte busca atormentar, persuadir y/o seducir a las personas para
que se desistan y dejen el camino de Cristo. Por otra, a quienes quieren seguir su propia voluntad o de plano entregársele,
les proporciona satisfactores y medios para que se entreguen al pecado y sean verdaderos activistas del mundo, de manera que
estén bien dispuestos para convertirse en hijos del diablo y portadores de la posesión pasiva.
Asimismo, desde el punto de vista
del medio por el que se presenta la obsesión, se encuentra el psiquismo, los sentidos de cada cual y el tipo de
obsesión que los afectan asì como el tipo de fenómenos que ocurren al sujeto. Estos fenómenos pueden ser percibidos
y presentar consecuencias a quienes le rodean.
Hay que considerar también en este
renglón a los fenómenos externos, que ocurren en el entorno del obseso y a quienes le rodean.
Se considera como medio operativo de
la obsesión a personas que realizan prácticas de brujería y su tipo, cuyo objetivo es afectar a terceros, para producirles
la obsesión.
En este renglón, se considera toda
clase de estados psicológicos de las personas. Desde estados de máxima confusión, depresión,
miedos, deseos de suicidio y desesperación, pasando por fijaciones con personas, objetos, relaciones de toda clase, actividades,
etc., hasta euforias y sentimientos de megalomanía y máximo poder.
También toda clase de fijaciones relacionadas
y derivadas de los siete pecados capitales y de cada una de las transgresiones en contra de los mandamientos de la ley de
Dios.
Asimismo, toda clase de fenómenos externos
reales o aparentes, como visiones de toda índole; ángeles, vírgenes, de Dios, el diablo, seres horrorosos, difuntos, animales
raros, alienígenas, pesadillas. También cosas que se mueven, ruidos estruendosos,
explosiones, gritos aterradores, ruidos imperceptibles espantosos, despertarse a las 3 de la mañana, etc.
Desde el punto de vista
del sujeto que sufre la obsesión, es necesario diferenciarlo, cuando se trata de la acción ordinaria en contra de quienes
se esfuerzan por ser y permanecer como hijos de Dios y de quienes se han entregado al demonio por sus actos o formalmente.
Su fenomenología es análoga.
En el primer caso, hay quienes sufren
esta prueba permitida por Dios ya sea de manera natural, o inducida a través de prácticas de brujería por terceros. Dios permite
esto en las víctimas para acrecentar la gracia por el ejercicio de la virtud, la oración y los
sacramentos; por simple que sea el medio de la obsesión y fuerte que sea la manifestación de la manipulación del demonio.
En este apartado incluimos no solamente
los fenómenos que ocurren al sujeto, sino a su entorno; lo que los estudiosos denominan sufrimientos físicos externos, causados
por el diablo, vejación diabólica, infestación diabólica en lugares y objetos.
En el segundo caso, de los que por
el pecado o por su libre entrega al demonio se han convertido en sus hijos, la manipulación del demonio puede ser muy fuerte
o de bajo perfil y fascinadora para el que se encuentre en este estado y quienes lo rodean, según lo que el demonio y el propio
sujeto anden buscando.
El sujeto quiere permanecer en dicho
estado obsesivo porque le gusta, le hace sentir poderoso, seguro de sí mismo, capaz de realizar lo que sea para obtener lo
que busca. Cree tener poderes especiales que le hacen dominar a los demás y a la naturaleza, por su voluntad, deseo, mirada,
ademanes, palabras, cosa que puede ocurrir efectivamente, no por que le sean inherentes, sino porque el demonio realiza tales
obras y le hace creer firmemente que tiene tales habilidades especiales.
Este tipo de obsesión puede ser una
de las manifestaciones que presentan los hijos del diablo, la cual se transformará
en posesión pasiva, por un demonio en particular relacionado con una especie de pecados permanentes por voluntad
del sujeto. El fuerte cuadro de obsesión y posesión pasiva produce la fascinación del sujeto y de quienes le rodean.
Si se analiza la obsesión desde el
punto de vista del objeto de la misma, son tan numerosas las obsesiones cuantas personas hay en el mundo y cuantas sean sus
inclinaciones, ya que por las relaciones con los demás y su potencial de inducirlos al pecado, para el demonio es necesario
el uso de este instrumento.
Para tipificar la obsesión, de manera
general se puede decir que su objeto se relaciona con violar alguno de los mandamientos de la ley de Dios, de los mandamientos
de la iglesia, respecto de los sacramentos, respecto de las virtudes, respecto de las buenas obras, en general respecto del
bien. Ello referido también a las personas que las practican En los primeros
casos se trata de fascinaciones y en los segundos de sentimientos de animadversión, aversión,
desprecio, repulsa y odio.
Las fascinaciones de la obsesión vienen
acompañadas de la repulsa por su contrario. Por ejemplo, la fascinación por un sujeto exitoso que tiene poder y dinero, que
todo le sale bien, que puede tener a la mujer u hombre que le da la gana, y el deseo de ser su amigo, de imitarlo y de tener
y poder todo lo que tiene y puede, se acompaña de la repulsa de los individuos que no son así y de la repulsa de las virtudes
que le son contrarias.
Hay que diferenciar lo que es la fascinación
de la obsesión, respecto de la simple admiración, la cual no significa que no haya una relación entre las mismas. En el primer
caso predomina la permanencia y la violencia que vuelve a las acciones que se relacionan con la obsesión hasta irracionales
e intempestivas, automáticas, con fuerza y firmeza que pueden ser avasallantes para el sujeto y quienes le rodean.
En el segundo caso, la admiración,
no se acompaña de la fuerza y la virulencia, como tampoco de la permanencia de la fenomenología señalada, pero esta admiración
es la tentación sutil, proveniente del demonio, el mundo o de la carne, que es la semilla cuyo fruto es el pecado, la obsesión, la posesión pasiva y la filiación demoniaca.
Es importante señalar varios objetos
de obsesión por ser los de mayor ocurrencia, no solamente en los justos, sino en toda clase de personas, que alguna vez hicieron
caso de la moción del Espíritu Santo para volver al estado de gracia o acrecentar en ella.
“Sobre
todo en momentos decisivos de nuestra vida, su acción tenebrosa se hace más presente, o más insinuante, o más violenta, según
el caso. “En el instante que la razón se critica, en el que llega el escoger solemne de nuestra conciencia, en el instante
en el que, iluminados por la gracia pensamos volver a Dios, después de largos años de infidelidad; en el instante en el que
se forman los propósitos generosos que producen las grandes virtudes, los propósitos firmes que son la suprema expresión del
arrepentimiento, el demonio se nos hará presente” (L. Monsabré. Retiros pascuales 1877-1878. El demonio. P. 30.
Citado por Emilio Bortone, S.J., en “La Verdad sobre Satanás”. Offset
Santander S.A. P. 21).
El padre Jesuita Emilio Bortone, refiere
un hecho que presenta el tormento de la obsesión diabólica, que ocurrió a un monje benedictino cuando confesaba en su lecho
de muerte a un amigo suyo masón:
“...mientras
de los labios del penitente extraordinario salía la enumeración y la descripción particularizada de todo el mal cometido,
una tormenta diabólica trastornaba la mente y el corazón del sacerdote”. “Una voz terrible y obsesionante resonaba
en sus oídos: “ ¿A qué viene aquí recitar tu triste comedia, cómico de trajín? ¿No te da vergüenza engañar en las últimas
horas de un moribundo con las promesas mentirosa de una vida eterna que no existe? Cuelga tu hábito que no es otra cosa que
un vulgar y tonto disfraz y decídete de una buena vez a confesar todas las mentiras y todos los engaños de que has abrevado
al hombre.” El penitente esperaba la palabra del confesor, pero este no podía abrir la boca porque sentía que, si hubiera
intentado articular una sílaba, hubiera blasfemado espantosamente de Dios. Buscó de formular los exorcismos, al menos con
la mente, pero fue inútil, su inteligencia estaba cristalizada, y nada podía hacer contra la obsesión que le había invadido.
Con un esfuerzo sobrehumano alcanzó a concentrar la mente en una oración: “San Benito, --invocó—si es verdad que
tú eres mi padre, dame tú la fuerza, rige mi voluntad, guía mis labios, no permitas que sucumba porque no quiero sucumbir”.
Después de que balbuciendo de la boca casi enfrenada, logró sacar una a una las palabras del exorcismo, no bien había terminado
la fórmula que sintió al moribundo agarrarse a su cuello con un grito, mientras salían de sus labios palabras incoherentes
y temblorosas de agradecimiento” (Op. Cit. Pp. 22-23).
Por la complejidad de la obsesión,
muchos sacerdotes de hoy en día no le dan importancia, lo cual hace más peligroso este tipo de estado.
En la fenomenología de la obsesión
destacan la presencia de sentimientos que pueden ser casi imperceptibles, que inducen estados de ánimo relacionados con la
pereza, la desidia, el desánimo y el enojo, respecto de las cosas de Dios y de las personas que nos invitan a acercarnos a
Dios. Los antiguos lo conocían como akedia o demonio del medio día.
Tales estados de ánimo se suelen relacionar
casi de inmediato con ciertas percepciones de la imaginación dirigidas hacia el intelecto, para establecer concepciones, como
si fueran conocimientos, de que las cosas y las personas de Dios no tienen importancia, por lo cual no hay que hacerles mucho
caso y el hablar con ellas o conocer de las cosas de Dios, quita el tiempo.
Este tipo de sucesos provienen de tentaciones
de bajo perfil del mundo, el demonio o la carne. A fuerza de presentarse y de hacerles caso, van dejando en la persona un
residuo cada vez, que les hace pegarse como el sarro en los dientes, hasta adquirir la fenomenología de la obsesión. En este
estado hay quienes pueden permanecer toda su vida.
Para quienes se esfuerzan por el camino
de Cristo, una señal de ser víctima de este tipo de obsesión es a la hora de la oración cuando de pronto vienen a la mente
toda una gama de cosas importantes que hay que hacer, incluso santas y virtuosas, para que la voluntad y el intelecto se distraigan
y la oración se quede en una simple repetición de palabras mentales o bucales, sin la devoción que es necesaria para que valga.
Caso similar ocurre a la hora del ejercicio
de la virtud pasiva, que es cuando de improviso Cristo se presenta a través del prójimo que reclama un servicio, cuando de
improviso también llega a la mente, multiplicidad de cosas por hacer o que se deberían estar haciendo. Asimismo el estado
de ánimo es atacado con sentimientos adversos, tan imperceptibles como escrupulosa sea la persona para detectarlos. La meta
es que la persona no realice el acto de caridad con su prójimo.
Estas variedades de obsesión son muy
reiterativas, provienen como ya se dijo, del demonio, y solamente salen con ayuno y oración. Es necesario saber que se es
víctima de este tipo de ataque y enfrentarlo decididamente con los sacramentos de la penitencia y de la comunión; con un redoblado
esfuerzo de la voluntad y la inteligencia en la oración, reposados en la confiada asistencia de la Santísima Virgen María.
Existen además manifestaciones externas
de este tipo de ataque, las cuales se presentan con toda clase de sucesos de poca monta que tienen por objeto distraer a las
personas a las que se les habla de Dios y a las que hablan de Dios a su prójimo, a fin de que hablen o se entretengan en otras
cosas. Para saber que se trata de obsesión, la diferencia con el ataque esporádico o de tentación, radica en que en el primer
caso es constante y firme, aunque no necesariamente fuerte, mientras que en el segundo es esporádico y puede ser débil o fuerte.
Para el caso de quienes no les interesa
ir por el camino de Cristo, lo cual se conoce por la naturaleza de sus obras, pero que se nombran cristianos, esta clase de
obsesión suele ser muy común, y se relaciona con estados de ánimo de cansancio, desidia, distracción, pereza y hasta enojo,
respecto de la sana doctrina y de quienes la portan.
Suele acompañarse por estados de satisfacción
por costumbres adquiridas de muchos años, en el ejercicio del hablar de los demás o el escuchar a los que hablan de los demás.
Una de las principales distracciones de sus vidas en las que empeñan gran parte de tiempo al día, es en lo que en México se
llama “chisme”, la plática de horas y horas contando y sabiendo las vidas de los demás, expresando opiniones y
puntos de vista a este respecto. Este tipo de personas verdaderamente obtienen satisfacción en este ejercicio, que incluso
puede ser tan nocivo que distrae de ocupaciones fundamentales como dar de comer al esposo y a los hijos, o gastarse el dinero
de la manutención de la familia, perder el trabajo, etc.
A este tipo de obsesiones pertenece
aquella por la cual las personas tienen planes de conversión, de santidad o de los que fueren, y llenos de energía se dedican
a platicarlo a todo el mundo, después de lo cual les queda una satisfacción similar a como si hubieran llevado a cabo y consumado
tales proyectos, y esto ocurre al terminar de hablar, y ya no les queda energía para emprender y poner por obra tales planes.
Según el tipo de obras que realicen
todas las personas que son objeto de las obsesiones, es que se puede discernir si se trata de personas que se han vuelto hijos
del diablo. Lo que debe quedar claro es que quienes por el pecado se han hecho obsesos del diablo y les gusta permanecer y
ejercer tal estado, son verdaderos hijos del diablo.
Por su ocurrencia generalizada y como
pasa en el ámbito de la tentación, es necesario también exponer el caso de las obsesiones de tipo sexual, ya que ocupan un
lugar importantísimo en la fenomenología de la operatividad del mundo diabólico y muchos se condenan por ello.
El demonio es cuidadoso en sembrar
su cizaña en esta materia desde edades muy tempranas, para que el sujeto crea como normal toda clase de desviaciones sexuales,
todo ejercicio de sexualidad fuera del matrimonio y contrario a la naturaleza.
El apetito de la sexualidad proviene
de la naturaleza animal del ser humano, y su objetivo es la permanencia de la especie. Desordenado por el pecado original,
quedo desatado de la razón, por lo cual se hace necesario conducirlo prudentemente en el marco del sacramento del matrimonio.
Referido como instrumento de la tentación
y de la obsesión diabólicas, el enemigo se vale de este apetito y de las pasiones, para inducir estados de sublimación, fascinación,
alucinación hasta lograr atrapar la vida psicológica del individuo, por lo que dicho estado de tentación y obsesión caen dentro
de aquellos de los que solamente es posible salir a través de la oración y el ayuno.
Esto ocurre debido a que este apetito
está inscrito en las funciones biológicas de los individuos y naturalmente el requerimiento de satisfacción sexual se presentará
en todos –salvo excepciones—en determinados tiempos, durante toda su vida.
Por ello, el enemigo buscará todos
los medios para pervertir dicho apetito en cada individuo.
Merece especial reflexión, el ejercicio
de la sexualidad y el débito conyugal en el matrimonio debidamente constituido, el cual es meritorio delante de Dios cuando
reúne las condiciones necesarias, esto es:
“requiere
esencialmente tres cosas: a) la penetración del miembro viril en la vagina de la mujer, b) la efusión seminal dentro de la
misma, y c) la retención del semen recibido por parte de la mujer. (... ) La falta voluntaria y deliberada de cualquiera de
estas tres condiciones constituye pecado mortal”. (Royo Marín. Op.
Cit. P. 416)
La tentación del demonio, muy reiterativa
y frecuente, es la utilización de las pasiones y de movimientos en los sentidos, para establecer estados de sublimación sensual,
a fin de que falte alguna de las condiciones señaladas en la obtención de la satisfacción sexual en uno o los dos conyuges,
y que esto se haga una costumbre (onanismo, sodomía y polución voluntaria, así como lo que pone en peligro próximo de ello),
de manera que por dichas prácticas uno o ambos, vengan a convertirse, por sus
actos, en hijos del diablo.
La relación sexual tiene como objetivo
la unión y la procreación, esta reservada para quienes han recibido el sacramento del matrimonio, no antes, no fuera de éste,
y sin el uso de anticonceptivos. El acto sexual debe tener lugar exclusivamente
en el matrimonio: fuera de este constituye pecado grave y excluye de la comunión
sacramental (Catecismo. Art. 2390).
La masturbación es un acto intrínseco
y gravemente moral. (Catecismo. Art. 2352).
Las personas homosexuales –de
nacimiento, por abuso sexual o porque experimentaron este pecado y les gustó-- están llamadas a la castidad, cuando no han
contraído matrimonio válido, mediante virtudes de dominio de sí mismas (Catecismo.
Art. 2359). Lo que Nuestro Señor juntó, no lo separe el hombre (Mc. 10, 9). El que repudia a su mujer y se casa con otra,
adultera contra aquella y si la mujer repudia al marido y se casa con otro, comete adulterio.
(Mc. 10, 11-12 ).
Todo el que mira a una
mujer deseándola, ya adulteró con ella en su corazón. (Mt. 5, 27). La fornicación es la unión carnal entre un hombre y una mujer fuera del matrimonio. (Catecismo. Art. 2353).
“Fornicación,
impureza, lascivia, idolatría, hechicería, odios, discordia, celos, iras, rencillas, disensiones, divisiones, envidias, homicidios,
embriagueces, orgías y otras como estas, de las cuales os prevengo, como antes lo dije, de quienes tales cosas hacen no heredaran
el reino de Nuestro Señor”. (Gal. 5, 19-21)
Respecto de la anticoncepción, hay que referirse al mandato de Nuestro Señor: "Procread y multiplicaos, y henchid la tierra." (Gn. 1, 28. ), así como a los castigos en
que incurrieron quienes pretendieron violarlo: "Cuando entraba a la mujer de su hermano se derramaba en tierra para no
dar prole a su hermano. Era malo a los ojos de Yavé lo que hacia Onán, y le mató
también a él." (Gn. 38, 9-10)
Algunos anticonceptivos son abortivos
y por tanto, quienes los utilizan cometen, además de pecados en contra del sexto mandamiento, también contra del quinto mandamiento
de la Ley de Dios. La píldora de emergencia o del día después, el dispositivo, el implante, la inyección, producen abortos
silenciosos.
El demonio también manipula las pasiones
de los padres de lo contrayentes del matrimonio, para que no hablen de estos temas y falten a su obligación de informar debidamente
a sus hijos e hijas, acerca de este aspecto medular, con lo cual caen en pecado mortal que se vincula, con responsabilidad,
con todos los pecados mortales que sus hijos comentan en este renglón. Quienes cometen tales omisiones están en grave riesgo
de condenación.
Hay que mencionar la tentación que
se orienta a ver películas pornográficas o imágenes en Internet, y realizar prácticas aberrantes que se practican en estos
días, tales como tomar fotos con el teléfono celular de la esposa o esposo desnudos o teniendo sexo, compartir fotos con sus
conocidos y hasta publicarlas en el Internet. Evidentemente esto y todo lo demás, constituyen graves pecados mortales que
ponen en grave peligro de condenación a quienes participen en ello.
El dinero, la
vanidad y las preocupaciones del mundo, son también motivo de tentación orientada a la obsesión diabólica y a la
posesión pasiva, cuyo objetivo es la gestación de hijos del diablo (Mt.
13, 22; 19, 23; 23, 5-7; Lc. 6, 26; 12, 16; 16, 13-15). El mecanismo es análogo a los descritos anteriormente.
Como en todos los casos de la obsesión
diabólica, el objetivo es que el sujeto se distraiga y no vaya por el camino de la verdad; caiga en el pecado, repita el pecado
y cometa otros pecados, caiga en estados de desesperación y cometa suicidio o bien caiga en la posesión diabólica y/o se convierta
en hijo del diablo.
Lo anterior ocurre por espantos, estados
sonsos como los que se han descrito, por ataques virulentos, por fascinaciones de los sentidos, satisfacciones pasajeras repetitivas,
estados confusos, de aversión o repulsión por las cosas y personas de Dios, por permanencia en esto de largo o corto tiempo,
etc.
Como en el caso de la tentación, el
diablo utiliza todas las variables de los temperamentos de las personas y de los instintos de supervivencia y de permanencia
de la especie.
Para el cristiano en todos los casos
aplica el saber la verdad de tal estado y salir del mismo a través de los sacramentos, la oración y el ayuno. Aplica aunque
la persona se hubiere convertido, por su ignorancia, pero culpable por la confirmación reiterativa de sus actos y su satisfacción
en ellos, en hijo del diablo.
Es necesario también hacer referencia
a ciertos estados patológicos psiquiátricos que pueden o no ser, al mismo tiempo un estado de obsesión. Se trata de los casos
de histeria clínica, con sus variantes esquizoides, paranoides, maniaco depresivos, etc. Frecuentemente ocurre que la persona
al mismo tiempo de padecer la enfermedad mental, también es víctima de la obsesión.
Para estos casos hay que subrayar su
peligrosidad, dependiendo del ámbito en que se desarrolla la persona y la autoridad que tiene respecto de otros, ya que por
ambos estados, desarrollan una habilidad persuasiva sorprendente que puede originar verdaderos calvarios para sus víctimas
en un extremo y en el otro, reproducir tal estado en más personas, sobre todo cuando son menores de edad. En los casos de
su operación como agentes demoniacos del mundo, pueden arrastrar tras de sus obras para ser imitados a muchos en quienes han
despertado admiración, como ya se ha descrito.
En general para todos aquellos que
por sus obras han aceptado este tipo de estados obsesivos y se recrean con ellos, el diagnóstico es que operan como verdaderos
agentes del demonio en el gran agente masivo que se llama mundo.
Cabe señalar que desde el punto
de vista del medio por el que se presenta la obsesión, además del ataque directo del demonio, se encuentran las prácticas
de brujería, por las cuales un sujeto trata de obtener del diablo un mal para su prójimo, una sujeción del mismo respecto
de su persona o una cosa para sí mismo.
Respecto de las acciones de brujería
para realizar un daño, si la persona a la que se trata de ocasionar el daño está en gracia de Dios, la mayoría de las veces
no le pasa nada. Cuando aún así le ocurre el mal, es para acrecentar su virtud. Si no está en gracia de Dios es muy probable
que le ocurra y Dios lo permita para que se convierta. Los daños pueden ser en posesiones materiales, propiedades, salud,
trabajo, relaciones familiares y sentimentales, etc.
Con relación a la obtención de cosas
para sí mismo, con la brujería se pude utilizar al demonio para obtener trabajo, dinero, poder, dominio sobre los demás, el
afecto de alguien, protección especial, entre otras.
Quienes realizan estas prácticas por
el simple hecho de realizarlas y por muy insignificantes que sean, se transforman a sí mismo en hijos del diablo, sea por
encargo o por dedicarse a ello de plano.
Las prácticas son desde la simple consulta
de horóscopos y asistencia a sesiones de “limpias”, lectura de cartas, tarot, café y sus derivados, hasta el pago
a chamanes y brujos para hacer “trabajos”, o la lectura, consulta de libros y páginas web con fórmulas determinadas
para cada cosa, y su realización.
En este apartado referimos las obras
citadas de Corrado Balducci, Gabriel Amorth, José Antonio Fortea, Jesús Yáñez Rivera y Luis Eduardo López Padilla, que aportan
información abundante sobre el particular.
Baste señalar que para librarse de
este tipo de embates, la comunión diaria, la confesión asidua, la compunción del corazón, la oración constante, el santo Rosario,
el Vía crucis, el escapulario, la cruz de San Benito y la firme determinación de permanecer en el santo temor de Dios, son
armadura suficiente.
No queremos terminar este apartado
sin abordar un tipo de obsesión especialmente perniciosa, por la cual muchos caen en un estado de posesión pasiva y
filiación diabólicas.
Nos referimos a la que tienen aquellos
que por apariencias se ostentan como cristianos pero que sus actos son de paganos (2 Tim. 3, 5); que se dicen verdaderos seguidores
de Cristo y utilizan a quien sea para conseguir todo lo que quieren. Son excelentes aduladores de toda persona que tenga alguna
clase de poder o autoridad.
“...tienen
por ley sus caprichos. Lo que se les antoja lo llaman santo y lo que no les agrada lo consideran ilícito” (Regla
de San Benito. Abadía del Tepeyac. México 1998. P. 57).
Debido a su especial habilidad como
aduladores, incluso muy serviciales respecto de quienes tengan ministerio o poder de alguna clase, adheridos a cualquier clase
de estructura, se constituyen a sí mismos como jueces del prójimo y depositarios de la verdad de la fe. Verdaderamente creen
que tienen la verdad y con toda autoridad, seriedad y firmeza, se revisten con el poder de aquel al que adulan.
Este tipo de sujetos, viven la obsesión
que nace de su extremada necesidad de reconocimiento y de afecto. Harán lo que sea para obtener una migaja, una palabra de
aliento o reconocimiento del cura o del obispo. Muchas veces con recibir el saludo de estos se llenan de satisfacción y poder.
Utilizarán la relación con estos para hablar y realizar numerosas acciones en su nombre.
Particularmente se les observa en las estructuras parroquiales y de las diócesis.
Con tal forma de vida coexisten diversas
clases de obsesiones en dichos sujetos, en sus víctimas y entre quienes se relacionan con ellos.