Los Hijos del Diablo

II. La Creación para Cristo

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II. La creación para Cristo

La creación, con todo su portento, tiene una distancia inconmensurable frente al creador, es por eso que San Benito pudo verla contenida en uno solo de los rayos de luz de la gloria de Dios (San Benito de Nurcia. S. Gregorio Magno. A Cargo de los PP. Benedictinos de Subiaco en el XV centenario del nacimiento de San Benito. Parroquial. México. 1999. Pp. 161).

 

La creación es para Cristo, y tiene respecto del Él una relación de sometimiento absoluto. Ello incluye al hombre que fue creado en gracia y luego cayó en el pecado por su propia voluntad, quien con la redención y su obediencia, realiza la voluntad de Dios y se hace hijo de Dios y hermano de Cristo, con Él como cabeza.

 

Sin el decreto de esta primacía de Cristo y sometimiento de todo a Él, que es un solo decreto con su voluntad de hacerse Hombre, para, coronado como  primero en todo, entregar todo lo creado al Padre --hecho uno Dios y Hombre, para ser todo en todos-- no tendría fundamento el decreto de la redención del hombre y la recreación de todo mediante el misterio de la cruz, como sumo misterio de su amor.

 

A esto se refiere la misión de Cristo desde toda la eternidad, que nos explica el apóstol San Juan:

 

“El concepto de misión de San Juan sintetiza todo el misterio salvífico-divino de Cristo al ser enviado el Hijo por el Padre a nosotros para comunicarnos la filiación divina. En la misión del Hijo está implicada la igualdad divina de Cristo con el Padre (Jn. 3, 31; 8, 14; 8, 23-24). Porque dicha misión concentra un doble sentido mesiánico y escatológico, que especifica el origen divino de Jesús, como la presencia de Dios en medio de los hombres (Jn. 1, 27-30; 3, 2; 4, 25; 7, 27.41; 11, 27). (Salvador  Vergues, SJ, José María Dalmau, SJ. Op. Cit. P. 169).

 

Este tema en particular es relevante, en cuanto que es necesario insistir sobre la realeza de Cristo, que debe reinar hasta someter a todos sus enemigos bajo sus pies para posteriormente entregarlo todo al Padre, para que Dios sea Todo en todos (Sal. 11, 1;  I Cor, 15, 25-28).

 

Este fundamento, el de la realeza de Cristo, se estableció desde antes del principio de todo lo que existe, según se desprende de las exposiciones de San Pablo en sus cartas, por cuanto la creación del mundo angélico se incluye en estos designios.

 

Conviene entonces abundar en esta reflexión, a partir de la vida interna de Dios, para aproximarnos a la revelación de la relación de los ángeles con Cristo, y con el hombre.

 

Ello servirá para establecer cómo el pecado que cometieron los ángeles que se convirtieron en demonios fue el de negarse a servir a Cristo, por lo cual determinaron, con el diablo a la cabeza, establecer un reino por separado, distinto del de Dios, en el que no obedecieran el decreto de Dios de someterse y servir a Cristo, y por eso no hubo más lugar para ellos en el Cielo y fueron arrojados a la tierra, al lugar especialmente preparado por Dios para ellos, el de la ira de Dios (Dt. 32, 22), al que también habrán de ser precipitados los hombres que no quisieron seguirlo a la gloria (Mt. 25, 41).

 

Nos referimos a la intimidad de Dios que han estudiado los santos padres, quien siendo infinitamente uno y necesariamente único, es a la vez Padre, Hijo y Espíritu Santo; tres personas indistintas en cuanto a la naturaleza  y distintas real y formalmente en cuanto a relaciones entre Ellas.

 

“...son dos las procesiones divinas y que la primera persona, el Padre, no procede, como principio fontal, de las otras dos, principio sin principio, principio de la divinidad comunicada es doctrina constantemente expuesta por los Padres...”  “...siendo tres las personas divinas y que la única razón que permite multiplicidad en Dios es la relación de origen, necesariamente ha de haber una persona que no proceda de otra”.  (...) “Por ser el Padre la persona que no procede en el seno de la divinidad, tiene como noción propia la de ingénito.” (Salvador  Vergues, SJ., José María Dalmau, SJ. Op. Cit. P. 434-435).

 

Dios se entiende a sí mismo y entendiéndose comprende toda la razón de entenderse, esto es, de su inteligibilidad, que es infinita; es luego infinita la inteligencia divina, el sujeto que entiende, su operación, su objeto y el conocimiento resultante.

 

De la misma manera que el entendimiento o inteligencia de los hombres produce un ente intelectual distinto del objeto entendido y distinto del sujeto que realiza la operación intelectiva, ocurre que en Dios esta operación de entendimiento increado engendra, entendiéndose, un concepto sustancial, no accidental, de sí mismo, una imagen intelectual igualísima, un ser intencional dotado de sustancia, un Verbo inmanente igualísimo, que da de sí, generosamente, la misma deidad en cuanto entendida. (La Creación según que se contiene en el Primer Capítulo del Génesis. Juan Mir y Noguera. Madrid. Librería Católica de Gregorio del Amo. 1890. Día Séptimo, Era Actual. Cap. 51. Artículo III. Pp.1021).

 

La intención substancial que produce al Verbo y el mismo Verbo producido, son dos personas realmente distintas, Padre e Hijo, pero no de manera que pueda decirse que en cuanto el que intelige y el que resulta de esa inteligencia, por poseer la misma deidad, sean  dos substancias, sino una sola y dos relaciones.

 

En el proceso mismo que ocurre lo anterior, entendiendo el Padre su esencia y engendrando así por su infinita fecundidad al Verbo su semejante, ambos, en ese mismo acto, se relacionan por el amor, encendidos en mutua llama de caridad, por virtud de estrecha unión.

 

“...en la procesión u origen de la segunda Persona de la Santísima Trinidad, el Hijo, cuyo nombre es también el Verbo de Dios, se trata de generación en el sentido preciso y antonomástico del origen vital de un ser viviente de otro ser viviente”. (Salvador  Vergues, SJ., José María Dalmau, SJ. Op. Cit. P. 437).

 

El Hijo es engendrado por vía de entendimiento y no de amor, y el Espíritu Santo procede, no es engendrado, por vía de amor y no por entendimiento. El entender presupone el querer por orden de razón formal, porque se ama el bien en cuanto conocido, solamente y no a la inversa.

 

Dios, entendiéndose, se agrada y se ama, y por eso la razón formal del amor se funda en la formal razón del entendimiento, que es acto purísimo y simplísimo. Así el Padre comunica al Verbo  todo el caudal de sus atributos por el acto de entenderse, excepto la razón propia del padre, por este mero hecho le comunica la facultad de exhalar amor, traducida en entendimiento infinito del mismo y como la expiración del amor presuponga la inteligencia, de allí viene a ser que el amor divino, que es el Espíritu Santo, deba emanar del Padre y del Hijo a la vez, como de un principio.

 

El amor procede también del Hijo por sí mismo, ya que como persona divina tiene como propia la facultad de amar, que le ha sido entregada por el Padre  para eso, para apropiársela, como ha quedado explicado.

 

Siendo este amor recíproco expirado por ambos, uno que se conoce y otro que es lo conocido, es sustancia y no accidente,  y es infinita, igual con la del Padre y del Hijo, se sigue que este amor que procede de ambos, de uno para el otro y del otro para el uno, ese amor es la persona del Espíritu Santo, que es Dios, tan perfecto, poderosos y sabio, como el Hijo y el Padre (Mir y Noguera. Op. Cit. p.1022).

 

Tres Personas en una misma sustancia divina, donde la noción de absoluto unifica la esencia. El amor viene a ser el vínculo, porque lo tienen las tres Personas.

 

Establecido lo que los teólogos nos explican acerca de la vida ad intra de Dios y, al reflexionar sobre la particularidad de la inteligencia divina, que engendra al Hijo, se sigue que el decreto de Dios de hacerse hombre, se encuentra estrechamente vinculado con las operaciones de esta intimidad de Dios, cuya fecundidad de inteligencia, conocimiento y amor, por puro amor,  es que el acto ad extra de Dios, que le sigue por pura voluntad libre y plena, es el de hacerse creatura, por concernir a un acto que va a modificar, con respecto de la creación entera, a una de las personas divinas, así como a la relación de las creaturas con la divinidad, esto es, compartirse con un ser distinto de la Santísima Trinidad y hacerse uno con otro ser distinto de Ellos, y que eso ocurra en una misma persona: Cristo.

 

Decimos que la determinación de Dios de hacerse hombre, es una operación de la vida íntima de Dios, vinculada con su intimidad de inteligencia, conocimiento  y amor, por cuanto la realización de esa determinación es la manifestación externa que modifica la relación de Dios con los seres que ha de crear y viceversa, de allí para siempre. Ya no será solo Dios con Él mismo, sino Dios con el hombre, Dios hecho Hombre, una misma persona.

 

No será la distancia del creador respecto de la creatura, esa distancia de naturalezas, sino un matrimonio por el que vienen a ser una sola cosa para siempre, dos naturalezas en una sola persona, que es Cristo, y en Él, todos los suyos, para venir a ser  Dios todo en todos.

 

De manera que así como la determinación  de hacerse hombre en Cristo, pertenece al ámbito de su intimidad, lo mismo ocurre para la determinación del modo de hacerse hombre, por cuanto este modo de inmediato recae en la concepción en la mente de Dios, de crear a la Santísima Virgen María y predestinarla.

 

Esta es la razón por la cual Dios creó primero al hombre, a Adán, y no a Eva, ya que al hacer a Adán estaba prefigurando a Cristo. Al sacar de Adán a Eva, está manifestando que el plan y la predestinación de María, las ha sacado del plan fundamental de hacerse hombre en Cristo, ya que todo es por Él y para Él.

 

Este es otro fundamento por el que la Santísima Virgen María pertenece al orden hipostático de la Santísima Trinidad, asociada así, desde toda la eternidad, a las Tres Personas de la Santísima Trinidad, por estar en la voluntad del Padre, el hacerse hombre en Cristo, y el modo de hacerlo mediante María; en el Hijo, como el Verbo expresado por operación de entendimiento de hacerse Hombre por Voluntad del Padre, a través de María y, en el Espíritu Santo, que procediendo de ambos, confirma con su fecundidad de amor esa voluntad.

 

De esta manera, la determinación de Dios de hacerse hombre está totalmente vinculada al modo de hacerlo, al medio por el que realizará esta voluntad, esto es que cuando Dios determina hacerse hombre en Cristo, en ese acto, en su mente eterna, María es su Madre, y lo es con todas las atribuciones que este Dios hecho hombre va a tener en su persona, con sus dos naturalezas, humana y divina, con sus atributos de Dios y creador y de Cristo Redentor, por lo que María es cocreadora y corredentora, en la mente de Dios, desde la misma formulación del plan de hacerse hombre.

 

Por eso decimos que en María, en cuanto a única creatura asociada a la Santísima Trinidad desde la eternidad, en la mente de Dios y en Ella, desde su concepción en gracia, se contienen todos los decretos de la creación de todo cuanto existe, de la encarnación del Verbo, de la redención del hombre y de la vida futura del hombre, cuando Dios sea todo en Todos.

 

Así, en orden de amor, de justicia y de sabiduría, Dios hizo toda la creación para Cristo a través de María; primero fue el querer ser hombre y luego crearlo todo para ese Dios hecho Hombre, quien llevaría a su perfección a esta creación, como medio de culto infinito y eterno a Dios, mediante la redención.

 

Así se establece en el fundamento revelado por la señal de la mujer vestida de sol, lista para dar a luz, que se presentó en el cielo ante los ángeles de Dios, antes de la creación del hombre (Apoc. 12, 1-2), del cual se desprende que, desde el punto de vista del amor, la sabiduría y la justicia de Dios, es a partir de la encarnación y la redención de Cristo, que proviene el decreto de la creación y consuma perfectamente la voluntad de Dios de crear al hombre a su imagen y semejanza en Cristo, con Cristo y para Cristo.

 

“La revelación de Dios en Cristo está relacionada con la herencia y dominio universal que tuvo inicio en la misma creación: Por quien también hizo “los mundos” (Heb. 1, 2)”. (Salvador  Vergues, SJ., José María Dalmau, SJ. Op. Cit. P. 123).

 

En aquella primaria intención y voluntad con que trazó crear y darse a las creaturas, Dios quiso el misterio de la encarnación, estableciendo a Cristo para que fuera coronamiento de todas las obras divinas, por lo que primero determinó encarnarse y después permitir que existiera el pecado, tanto de los ángeles como de los hombres. (Suárez. De Incarnat. Citado por Mir y Noguera. Op. Cit. Cap. L. Art. IV. Pp.989).

 

“El padre, como tuviese en el sagrario de su pecho al único Hijo, quiso edificarle palacio y proveerle de numerosa familia... que asistiese a su trono y le hiciese compañía... Por eso hizo todas las cosas que hay en el cielo y en la tierra, y pobló el cielo invisible de ejércitos de ángeles, y la tierra de muchas generaciones de hombres” (Abad Ruperto. De Trinit. 1. III, c. XX. Citado por Mir y Noguera. Op. Cit. Cap. L. Art. IV. Pp.990).

 

“Y dice que es engendrado primero, que es primogénito, no solo para decir que antecede en tiempo el que es eterno en nacer, sino para decir que es el original universal engendrado, y como la idea eternamente nacida de todo lo que puede por el discurso de los tiempos nacer y el padrón vivo de todo y el que tiene en sí, y el que deriva de sí a todas las cosas su nacimiento y origen” (Fray Luis de León. Los Nombres de Cristo. Citado por Mir y Noguera. Op. Cit. Cap. L. Art. IV. Pp.990-991).

 

“La soberana providencia cuando hizo en su eternidad el diseño y montea de todo lo que había de crear, amó ante todas las creaturas y con exceso de amor sumo al más amable objeto de su voluntad, que es Nuestro Salvador, y después por su orden a las demás creaturas, según más o menos pertenecen a su servicio, y al honor y gloria del mismo Salvador. Así que todo lo que se hizo fue hecho por este Hombre-Dios, el cual por eso es llamado Primogénito de toda creatura, a quien poseyó Dios desde el principio de sus caminos antes que Dios las crease a ellas, creado al principio y antes que fuesen los siglos, porque en él se hicieron todas las cosas y en él tienen su ser y firmeza, y es cabeza de toda la Iglesia, gozando en todo y por todo  la primacía”. (San Francisco de Sales. Tratado del Amor de Dios. Citado por Mir y Noguera. Op. Cit. Cap. L. Art. IV. Pp.991).

 

“Cuando echaba Dios en Cristo el resto de su omnipotencia y derramaba en Él todo el océano de su vida infinita, tenía delante de sí los innumerables seres que por él habían de participar los dones de la naturaleza, por Él ser enriquecidos con las joyas de la gracia y por Él entrar en posesión de los bienes de la gloria.” (Mir y Noguera. Op. Cit. Cap. L. Art. IV. Pp.992).

 

Emprendida la obra, --cuya corona es Cristo y cuya corona de Cristo es María y ambos son para el Padre, con todos los de Cristo y toda la creación-- como una semilla que ha germinado y viene desarrollando al árbol que habrá de ser y al fruto que habrá de dar, las creaturas inteligentes creadas para Cristo, han de expresarle con toda su naturaleza, su adhesión, su amor.

 

Por esto San Pablo enseñó a los Colosenses:

 

“Él es imagen de Dios invisible, y el engendrado primero que todas las creaturas. Porque para Él se fabricaron todas, así en el cielo como en la tierra, las invisibles y las visibles, así los tronos como las dominaciones, potentados y principados, todo por Él y para Él fue creado; y Él es príncipe que va delante de todos, y todas las cosas tienen ser por Él” (Col.1, 15).

 

El Verbo encarnado “es la imagen de Dios en cuanto refleja en su naturaleza humana y visible la imagen del Dios Invisible”; “la palabra imagen  es de la misma categoría que la realidad que refleja. La imagen de Dios es el Hijo amado de Dios. El Hijo existe en su condición esencial de Dios”; “Ahí radica  toda diferenciación entre los hombres, hechos a imagen de Dios, y Cristo, Imagen misma de Dios”. (Salvador  Vergues, SJ., José María Dalmau, SJ. BAC. Madrid. 1969. P. 118)

 

San Pablo explica que Cristo es la reproducción viviente de Dios; no una imitación artificial o una figura, sino una presencia auténtica, reveladora de Dios mismo, puesto que hace alusión a la invisibilidad de Dios –atributo divino, en línea de trascendencia de la naturaleza divina--.

 

“En Cristo, Imagen de Dios en la creación y en la reconciliación –obra salvífica--, se da la gran epifanía divina por la que asciende el hombre al conocimiento de la relación única que el Hijo tiene con el Padre al ser la reproducción exacta de Dios Padre”.  (Salvador  Vergues, SJ., José María Dalmau, SJ. Op. Cit. P. 120).

 

Es en Cristo que Dios ve a la humanidad a su imagen, como es su voluntad eterna respecto del hombre.

 

“Si la persona histórica del Hijo de Dios hecho hombre tiene tal misión en la historia de la salvación, es debido” ... “ a que en su preexistencia divina es la imagen sustancial del Padre. Pues Cristo, por su ser divino, Imagen de Dios, ha sido hecho reconciliación, restableciendo a la humanidad a su dignidad primera al restituirle la imagen de Dios perdida en Adán”. (Salvador  Vergues, SJ., José María Dalmau, SJ. Op. Cit. P. 119).

 

Pero Cristo no solamente restituye la imagen perdida, la cual estaba sometida en Adán a que este la quisiera mantener o perder, por la obediencia o desobediencia al mandato de no comer del árbol de la ciencia del bien y del mal.

 

Además de restituir aquella imagen, Cristo la hace absolutamente perfecta por la unión hipostática de Dios y Hombre en Él, con una perfección que no tenía Adán antes de su caída, ya que él no era Dios hecho hombre, y la participa al resto del genero humano, con la redención.

 

Cristo es el prototipo con el que se configuran las creaturas inteligentes. Así lo declara el apóstol de las gentes y agrega que todo es de los hombres que son de Cristo, incluyendo a los ángeles, y Cristo es de Dios:

 

“El Padre puso a Cristo por principal dechado a quien deben procurar imitar hombres y ángeles” (I Cor. 3, 2); “Todo es de ustedes, ustedes son de Cristo y Cristo es de Dios” (I Cor. 3, 22).

 

Que los ángeles entraron en el conocimiento de Cristo, inmediatamente de ser creados, lo explica Fray Luis de León, respecto del texto de  San Pablo:

 

“...luego que los ángeles comenzaron a ser, comenzó a pender en sus corazones su deseo y amor, porque como altísimamente escribe San Pablo, cuando Dios primeramente introdujo a su Hijo dijo: Y adórenle los ángeles, metió en la posesión de ellos a Cristo, su hijo, como heredero suyo y para quien se creó  notificándoles algo de lo que tenía en su ánimo acerca de la humanidad de Jesús, señora que había de ser de todo y reparadora de todo, a la cual se la propuso delante los ojos para que fuese su esperanza y su deseo y su amor. Así que cuanto son antiguas las cosas, tan antiguo es ser Jesucristo amado de ellas, y como si dijésemos, en sus amores de Él empezaron los primeros, y en la afición de su vista se dio principio al deseo, y la caridad se apoderó de los ángeles antes que otro objeto de su afecto se apoderara de ellos... como las demás cosas requieren de ser conocidas para ser amadas, a Cristo los ángeles le comenzaron a amar...” (Los Nombres de Cristo. Citado por Mir y Noguera. Op. Cit. Cap. L. Art. IV. Pp.993).

 

Creados los ángeles, los dotó de ciencia del conocimiento de sí mismos de manera constante e inmediata, y del conocimiento de los demás seres angélicos, como inteligencias puras, y les asignó un fin.  Fueron hechos para la posesión de Dios mediante la visión beatífica, para lo cual fueron dotados de la gracia santificante, al mismo tiempo de ser creados (La Ciudad de Dios. San Agustín. Libro XI. Cap. 13. Porrúa. Sepan Cuantos. México 1979).

 

“Aquel Verbo substancial  y plenariamente henchido de la divinidad, Dios como el Padre, rebosando vida divina, ha venido a tratar y conversar con los hombres, para prender en la tierra y arraigar en esta vida humana los principios de la vida que goza Dios en su eterna felicidad. Mas, ¿con qué intento? A fin de hacernos hijos del Excelso y ponernos en posesión de su propia bienaventuranza, para que, juntamente con las tres adorables Personas, todos los hombres, todos los ángeles y la naturaleza toda, mediante el Verbo humanado, compongan un cuerpo entero por infinidades de siglos eternos” (Juan Mir y Noguera. Op. Cit. Pp. 1024).

 

Entre los ángeles hay jerarquías y desempeñan oficios diferentes. Hay tres coros angélicos que se distribuyen en tres jerarquías: la suprema, formada por los Serafines, Querubines y Tronos; la media, que está integrada por las Dominaciones, Virtudes y Potestades; y la inferior, compuesta por los Principados, Arcángeles y Ángeles. Todos ellos forman la corte celestial y contemplan la esencia divina y son miles de millones de millones.

 

“Santo Tomas de Aquino dice que San Dionisio interpreta los nombres de los ángeles asignados en la Sagrada Escritura como correspondientes a su grado de perfección espiritual; mientras que, según San Gregorio, esos nombres más bien se refieren a sus ministerios; de esta manera los Ángeles serían escogidos para los mensajes ordinarios, los Arcángeles para las comunicaciones más importantes y los Principados, a su vez, para la repartición de bienes espirituales; en tanto que las Virtudes cooperarían en la realización de los milagros, las Potestades en la lucha contra las fuerzas adversas, y las Dominaciones lo harían en el gobierno de las sociedades; por otra parte, los Querubines estarían colmados de amor, lose Serafines iluminados por la ciencia, y los Tronos atentos a las razones del obrar divino.”  “... en una santa caridad, se comunican y participan los beneficios recibidos mientras más favorecidos son de Dios” (Ángeles, Demonios y Hombre. Francisco Martínez G. Ediciones Populares. Guadalajara, Jal. 1990. Pp. 22-23).

 

Enseguida, viene el acto por el cual podrían entrar los ángeles en posesión de la visión beatífica, obedecer a Dios sometiéndose a Cristo. De no ser así, cuando nuestro Redentor consumó en la cruz la voluntad del Padre, los ángeles que había en el cielo no podrían haber obtenido paz con Dios, ya que con su sangre, Cristo pacificó todas las cosas del cielo y de la tierra, como declara San Pablo (I Col. 1, 15-20).

 

Con esto se quiere decir que aunque los ángeles que pasaron la prueba de Dios quedaron en el cielo, sin pecado, había que venir Cristo y realizar la voluntad del Padre, esto es encarnarse y redimir al género humano y crear nuevamente todo el universo con el bautismo de su sangre, para que estos ángeles recibieran la paz, porque la perfecta plenitud se obtendrá solamente hasta que Dios sea todo en todos, decreto que ha sido restablecido por Cristo.

 

En el libro del Apocalipsis (Apoc. 12, 1-2; 5)  se narra el momento cuando Dios revela a los ángeles la primacía de Cristo en toda su obra, para quien todo habría de hacerse y había sido hecho.

 

En la unidad de una misma visión se revelan hechos que ocurrieron en  el cielo y cosas que habrán de ocurrir en la tierra, lo cual, hay que añadir,  es perfectamente congruente con su plan, de hacer al hombre a su imagen y semejanza, en Cristo, contenido en la Santísima Virgen María, por el cual los hombres en su iglesia, habrán de configurarse a la imagen de Cristo en María, para obtener la santidad que Dios ha predestinado para los que quieran seguirlo a la gloria y se conviertan en sus hijos, por la gracia, verdaderos hombres creados a imagen y semejanza de Dios.

 

Con todo ello, también Cristo es el primero y la cabeza de esta obra redentora, por cuanto Él es el primero y el último en todo, alfa y omega (Apoc. 1, 8), que abarca todo, desde su plan, desde su realización, la redención, la configuración de todo con Él, hasta en el culto de adoración a Dios, que en Él es el verdadero culto en espíritu y en verdad. Todo es para Cristo, con Él y en Él, verdadera imagen de Dios.

III. La prueba de los Ángeles