Luis González
El Cetro de Hierro y el Reino de Dios
Exposición acerca del castigo a los que se oponen a Dios, del reino del hombre,
el reino del demonio y la vida de los ciudadanos del Reino de Dios en la tierra.
A María Edith Guadarrama Nicanor, mi mamá y
a mis hermanos: Miguel Ángel, Rosario, Beatriz, Guadalupe, Jesús y
Juan Carlos,
en testimonio de sus obras respecto de la Sagrada Eucaristía.
***
“Y
el juicio consiste en que la luz vino al mundo y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas.
Pues todo el que obra el mal odia la luz y no va a la luz, para que sus obras no se manifiesten tal y como son. Pero el que
obra la verdad va a la luz, para que se vea que sus obras están hechas en Dios” (Jn. 3, 19-21)
***
“Vi
el cielo abierto y apareció un caballo blanco, y el que lo montaba se llamaba Fiel y Verdadero, porque con rectitud gobernaba
y hacia la guerra. Sus ojos brillaban como llamas de fuego, llevaba en la cabeza muchas coronas y tenia un nombre escrito
que solamente él conocía. Iba vestido con ropa teñida de sangre, y su nombre
era: La Palabra de Dios. Lo seguían los ejércitos del cielo,
vestidos de lino fino, blanco y limpio, y montados en caballos blancos. Le salía de la boca una espada afilada, para herir
con ella a las naciones. Las gobernará con cetro de hierro. Las juzgará como quien exprime uvas y las pisa con los pies, y
las hará beber el vino del terrible castigo que viene del furor del Dios
todopoderoso. En su manto y sobre el muslo lleva escrito éste título: "Rey de
reyes Señor de señores." "Y vi un ángel que, puesto de pie en el sol, gritaba con fuerza a todas las aves de rapiña que vuelan
en medio del cielo: "¡Vengan y reúnanse para la gran cena de Dios, "para que coman carne de reyes, de jefes militares y de
hombres valientes, carne de caballos y de sus jinetes, carne de todos: de libres y de esclavos, de pequeños y de grandes!" Vi al monstruo y a los reyes del mundo con sus ejércitos, que se habían reunido para
pelear contra el que montaba aquel caballo y contra su ejército. El monstruo
fue apresado, junto con el falso profeta que había hecho señales milagrosas en su presencia. Por medio de esas señales, el
falso profeta había engañado a los que se dejaron poner la marca del monstruo y adoraron su imagen. Entonces. el monstruo
y el falso profeta fueron arrojados vivos al lago de fuego donde arde el azufre. Y los demás fueron muertos con la espada
que salía de la boca del que montaba el caballo, y todas las aves de rapiña se hartaron de la carne de ellos”. (Apoc. 19, 11-21).
***
“Al
vencedor, al que se mantenga fiel a mis obras hasta el fin, le daré poder sobre las naciones, las regirá con cetro de hierro,
como se quebrantan las piezas de arcilla” (Apoc. 3, 26-27).
***
“Que
todos los fieles festejen su gloria y canten jubilosos en filas: con vítores
a Dios en la Boca y espadas de dos filos en las manos: para
tomar venganza de los pueblos y aplicar el castigo a las naciones, sujetando a los reyes con argollas, a los nobles con esposas
de hierro. Ejecutar la sentencia dictada es un honor para todos sus fieles”. (Salmo
149. Alegría de los Santos).
***
"En tiempo
de estos reyes el Dios del Cielo hará surgir un Reino que jamás será destruido y este Reino no pasará a otro pueblo. Pulverizará
y aniquilará a todos estos reinos y
subsistirá eternamente." (Dan 2, 44).
Introducción
Con el tierno
amor que nos ha prodigado Aquél que es cariñoso con todas sus creaturas, ha proveído desde que nos hizo salir de la nada,
de todo lo necesario para que con Cristo y por María, todos nos salvemos y alcancemos aquella imagen y semejanza con Él y
cuyo original se haya inscrito en la Santísima Virgen
María para dispensarlo a todos los que quisieron seguir a Cristo en la
Gloria. Este original que nos participa María con su virginidad es, a saber, que seamos dioses por la entrega
de Él hacia nosotros y de nosotros a Él y que participemos de su divinidad.
Como entrega
de ese tierno amor, una vez que por nuestra culpa caímos en el pecado, Nuestro Señor Jesucristo
nos redimió y nos dio los instrumentos para la salvación; los sacramentos, el Evangelio, la Iglesia y entregándose como la verdad del Padre para aquel que quiera y haga lo necesario para
tener el poder de ser hijo de Dios.
Además nos
previno acerca de los hechos futuros acerca de las acechanzas del demonio para perder, de ser posible hasta a los propios
elegidos, mediante la tergiversación de los hechos por venir.
Dios nos
ha entregado por escrito los hechos verídicos por ocurrir mediante el Libro de la
Revelación, donde expresa la manera en que Él será, finalmente todo en todos.
Por su parte,
el demonio ha estructurado su propia “revelación”, que es un entramado de mitos, de creencias del pasado y doctrinas
de toda índole, que supuestamente se cumplirán y que no tienen otro objetivo, que el buscar engañar a la humanidad, para perder
estructurar su reinado en la tierra, el cual no ha consumado ya que observamos como perecieron poderosas culturas y civilizaciones
que ostentaron el sello de su reinado. En todos los casos ostentaron una ideología, un sistema de mitos para explicar el universo
y a sus fenómenos, mediante el cual un grupo se impuso a la mayoría con el objeto de ejercer relaciones de sometimiento y
dominio.
Cristo vino
a advertirnos acerca de estos peligros y para que el cristiano pueda discernir, expresó en la parábola de la cizaña (Mt. 13,
24-30), que habiendo sembrado buena semilla, su enemigo, el diablo, vino por la noche a sembrara cizaña y que ordeno que no
la cortarán, no fuera que al sacarla, juntamente con esta sacaran al trigo y muriera, sino que crecieran juntas, para que
el día de la siega fueran separadas; el trigo para sus graneros y la cizaña para el fuego.
El instrumento
del discernimiento de espíritus, se adquiere con la práctica diaria de la oración, el ayuno, la negación ordinaria de sí mismo
y el cumplimiento de la justicia de Dios expresada en los 10 mandamientos, así como con la vivencia de las bienaventuranzas,
las obras de caridad, en cargar la cruz de cada día y en la lucha diaria en contra del demonio, el mundo y la carne.
La perfección
de estas prácticas consiste en vivir día en el seno, en los brazos y en el pliegue
del manto, como acciones hechas para, con, de y por María, cuyo resultado es la transformación en verdaderos hijos de Dios,
en quienes por la ley de la caridad no hay otro temor como no sea el del amor.
Para ayudarnos
en este trabajo, proponemos este texto, que sirve para denunciar y alertar acerca de la propuesta del demonio, la cual ejerce
mediante las manos de los poderosos de este mundo, de aquellos que sin serlo los imitan y quieren ser como ellos y todos aquellos
que no quieren ver con sus ojos, ni escuchar con sus oídos, ni entender con su corazón (Mt 13, 13), por que no quieren que
Cristo los salve, y cuyo objetivo es consumar el reinado de Satanás en la tierra. Entran en este estado los que sin disposición
de esfuerzo alguno, prefirieron dormir y no prepararse para recibir al Señor (Mt. 25, 1-13) y aquellos que habiendo recibido
el bautismo, se ocuparon de otros asuntos, en lugar del de su salvación (Mt. 25, 24-30; 22, 1-14) y los que a pesar de que
Cristo les dijo a quien debieron temer, se refugiaron en sus miedos terrenos a perder comodidades y propiedades o a ser perseguidos
por los hombres y se hicieron indignos del Reino de Dios (Mt, 19, 23-24; 10, 31-33).
Ello de
modo que no nos confiemos y caigamos en la necedad de las vírgenes que no llevaban reserva de aceite para sus lámparas, no
sea que de improviso llegue el esposo y seamos echados fuera, sino que estemos bien despiertos para oír lo que el Espíritu
dice a las Iglesias y podamos mantenernos fieles ( Apoc. 2, 10-11).
Asimismo,
podamos ver el camino estrecho que conduce a la vida, de manera que sepamos reconocer entre el miedo y el temor que atan en
el pecado a los que tampoco quieren trabajar por su salvación y el santo temor de Dios, que conduce al abrazo místico con
el Creador. Fortalecidos así, podremos entregarlo todo a Él, y en un momento dado, entregar generosamente la vida por el Evangelio.
Abrazados
a la cruz de Cristo y a su cetro, que para el cristiano es yugo suave y carga ligera, para los que están en vías de perdición
es amargo castigo y vendrá a ser de hierro, el cual experimentan ya desde ahora con la propia vida del cristiano, que constituye
el ejercicio de la potestad del cetro de hierro respecto de todo aquello que pudiera apartarlos del amor de Dios.
Así, con
Cristo y con las espadas de dos filos en las manos de las obras del cristiano –esa misma espada que sale como castigo
terrible de la boca del que es Fiel y que monta un caballo para hacer la guerra con justicia— ejecutemos la sentencia
dictada, ya que eso será un honor para todos sus fieles, y con ello viviremos
como ciudadanos del Reino de Dios, que es justicia y paz y gozo en el espíritu Santo, trabajando por la paz y nuestra mutua
edificación, como señaló San Pablo (Rm 14, 17-19) y desterrando de entre nosotros todo pecado e incluso a los hermanos que
habiendo recibido el mensaje y los sacramentos, quieren permanecer en la mentira, impureza, avaricia, idolatría, ultraje,
borrachera y latrocinio, con los cuales “¡Ni comer!...” (I. Cor. 5, 9-13; Mt. 18, 15-18).
Este estudios
es también para los que han decidido portar la cruz de Cristo, aquellos que quieren imitar a San Juan Diego y reproducir en
su alma la viva imagen de la Santísima Virgen María,
que es la viva imagen de Cristo, así como todo aquel que esté interesado en estos temas, a fin de que tenga un resumen de
las verdades que la Santa Iglesia Católica nos ha
proporcionado para explicar lo que es el Reino de Dios, el reino del hombre y el reino del demonio, de manera que no haya
oportunidad de confusión frente a quienes como falsos profetas y falsos cristos –aunque sean familiares o amigos cercanos--
pretendan enseñar o juzgarlos con doctrinas de hombres o doctrinas novedosas, distintas del Evangelio que Cristo nos vino
a enseñar para nuestra salvación, y de las que nos advirtió San Pablo.
I. El discernimiento
de Espíritus
El hombre no conoce todo lo
hay dentro de sí, y en cuanto a sus pensamientos, voluntarios o no, no siempre
juzga rectamente. Y aunque los tiene ante los ojos de su mente, tiene la vista interior demasiado nublada para poder discernirlos
con precisión, señaló atinadamente el obispo Balduino de Cantorbery.
“Sucede,
en efecto, muchas veces, que nuestro propio criterio u otra persona o el tentador nos hacen ver como bueno lo que Dios no
juzga como tal. Hay algunas cosas que tienen una falsa apariencia de virtud, o también de vicio, que engañan a los ojos del
corazón y vienen a ser como una impostura que embota la agudeza de la mente,
hasta hacerle ver lo malo como bueno y viceversa; ello forma parte de nuestra
miseria e ignorancia, muy lamentable y muy temible.
“Está
escrito: Cree uno que su camino es recto, y va a parar a la muerte. Para evitar este peligro nos advierte san Juan:
Examinad los espíritus si provienen de Dios. Pero ¿Quién será capaz de examinar si los espíritus vienen de Dios, si
Dios no le da el discernimiento de espíritus, con el que pueda examinar con agudeza y rectitud sus pensamientos, afectos e
intenciones? Este discernimiento es la madre de todas las virtudes, y a todos es necesario, ya sea para la dirección espiritual de los demás, ya sea para corregir y ordenar su propia vida.
“La
decisión en el obrar es recta cuando se rige por el beneplácito divino, la intención es buena cuando tiende a Dios sin doblez.
De este modo, todo el cuerpo de nuestra vida y de cada una de nuestras acciones será luminoso, si nuestro ojo está sano. Y
el ojo sano es ojo y está sano cuando ve con claridad lo que hay que hacer y cuando, con recta intención, hace sencillez lo
que no hay que hacer con doblez. La recta decisión es incompatible con el error; la buena intención excluye la ficción. En
esto consiste el verdadero discernimiento: en la unión de la recta decisión y de la buena intención.
“Todo,
por consiguiente, debemos hacerlo guiados por la luz del discernimiento, pensando que obramos en Dios y ante su presencia.”
(Tratado 6. PL 2004, 466-467. Liturgia de Las Horas. T. III. Pp. 326-327. Buena Prensa. México. 1985).
Los actos morales, buenos y malos
Señala el
Catecismo Oficial de la Iglesia Católica que la
moralidad de los actos humanos depende: del objeto elegido; del fin que se busca
o la intención; de las circunstancias de la acción (1750).
“El
objeto, la intención y las circunstancias forman las ‘fuentes’ o elementos constitutivos de la moralidad de los
actos humanos.
“1751
El objeto elegido es un bien hacia el cual tiende deliberadamente la voluntad. Es la materia de un acto humano. El objeto
elegido especifica moralmente el acto del querer, según que la razón lo reconozca y lo juzgue conforme o no conforme al bien
verdadero. Las reglas objetivas de la moralidad enuncian el orden racional del bien y del mal, atestiguado por la conciencia.
“1752
Frente al objeto, la intención se sitúa del lado del sujeto que actúa. La intención, por estar ligada a la fuente voluntaria
de la acción y por determinarla en razón del fin, es un elemento esencial en la calificación moral de la acción. El fin es
el término primero de la intención y designa el objetivo buscado en la acción. La intención es un movimiento de la voluntad
hacia un fin; mira al término del obrar. Apunta al bien esperado de la acción emprendida. No se limita a la dirección de cada
una de nuestras acciones tomadas aisladamente, sino que puede también ordenar varias acciones hacia un mismo objetivo; puede
orientar toda la vida hacia el fin último. Por ejemplo, un servicio que se hace a alguien tiene por fin ayudar al prójimo,
pero puede estar inspirado al mismo tiempo por el amor de Dios como fin último de todas nuestras acciones. Una misma acción
puede, pues, estar inspirada por varias intenciones como hacer un servicio para obtener un favor o para satisfacer la vanidad.
“1753
Una intención buena (por ejemplo: ayudar al prójimo) no hace ni bueno ni justo un comportamiento en sí mismo desordenado (como
la mentira y la maledicencia). El fin no justifica los medios. Así, no se puede justificar la condena de un inocente como
un medio legítimo para salvar al pueblo. Por el contrario, una intención mala sobreañadida (como la vanagloria) convierte
en malo un acto que, de suyo, puede ser bueno (como la limosna).
“1754
Las circunstancias, comprendidas en ellas las consecuencias, son los elementos secundarios de un acto moral. Contribuyen a
agravar o a disminuir la bondad o la malicia moral de los actos humanos (por ejemplo, la cantidad de dinero robado). Pueden
también atenuar o aumentar la responsabilidad del que obra (como actuar por miedo a la muerte). Las circunstancias no pueden
de suyo modificar la calidad moral de los actos; no pueden hacer ni buena ni justa una acción que de suyo es mala.
“1755
El acto moralmente bueno supone a la vez la bondad del objeto, del fin y de las circunstancias. Una finalidad mala corrompe
la acción, aunque su objeto sea de suyo bueno (como orar y ayunar ‘para ser visto por los hombres’). El objeto
de la elección puede por sí solo viciar el conjunto de todo el acto. Hay comportamientos concretos -como la fornicación- que
siempre es un error elegirlos, porque su elección comporta un desorden de la voluntad, es decir, un mal moral.
“1756
Es, por tanto, erróneo juzgar de la moralidad de los actos humanos considerando sólo la intención que los inspira o las circunstancias
[ambiente, presión social, coacción o necesidad de obrar, etc.] que son su marco. Hay actos que, por sí y en sí mismos, independientemente
de las circunstancias y de las intenciones, son siempre gravemente ilícitos por razón de su objeto; por ejemplo, la blasfemia
y el perjurio, el homicidio y el adulterio. No está permitido hacer el mal para obtener un bien”.
La conciencia
Respecto
a los juicios que formula el hombre antes de decidir, anota el Catecismo Oficial que:
“1790
La persona humana debe obedecer siempre el juicio cierto de su conciencia. Si obrase deliberadamente contra este último, se
condenaría a sí mismo. Pero sucede que la conciencia moral puede estar afectada por la ignorancia y puede formar juicios erróneos
sobre actos proyectados o ya cometidos.
“1791
Esta ignorancia puede con frecuencia ser imputada a la responsabilidad personal. Así sucede ‘cuando el hombre no se
preocupa de buscar la verdad y el bien y, poco a poco, por el hábito del pecado, la conciencia se queda casi ciega’
(GS 16). En estos casos, la persona es culpable del mal que comete.
“1792
El desconocimiento de Cristo y de su Evangelio, los malos ejemplos recibidos de otros, la servidumbre de las pasiones, la
pretensión de una mal entendida autonomía de la conciencia, el rechazo de la autoridad de la Iglesia y de su enseñanza, la falta de conversión y de caridad pueden conducir a desviaciones
del juicio en la conducta moral.
“1793
Si por el contrario, la ignorancia es invencible, o el juicio erróneo sin responsabilidad del sujeto moral, el mal cometido
por la persona no puede serle imputado. Pero no deja de ser un mal, una privación, un desorden. Por tanto, es preciso trabajar
por corregir la conciencia moral de sus errores.
“1794
La conciencia buena y pura es iluminada por la fe verdadera. Porque la caridad procede al mismo tiempo ‘de un corazón
limpio, de una conciencia recta y de una fe sincera’ (1 Tm 1,5; 3, 9; 2 Tm 1, 3; 1 P 3, 21; Hch 24, 16). Cuanto mayor
es el predominio de la conciencia recta, tanto más las personas y los grupos se apartan del arbitrio ciego y se esfuerzan
por adaptarse a las normas objetivas de moralidad (GS 16).
Aclara también
que :
“1786
Ante la necesidad de decidir moralmente, la conciencia puede formular un juicio recto de acuerdo con la razón y con la ley
divina, o al contrario un juicio erróneo que se aleja de ellas.
“1787
El hombre se ve a veces enfrentado con situaciones que hacen el juicio moral menos seguro, y la decisión difícil. Pero debe
buscar siempre lo que es justo y bueno y discernir la voluntad de Dios expresada en la ley divina.
“1788
Para esto, el hombre se esfuerza por interpretar los datos de la experiencia y los signos de los tiempos gracias a la virtud
de la prudencia, los consejos de las personas entendidas y la ayuda del Espíritu Santo y de sus dones.
“1789
En todos los casos son aplicables algunas reglas:
—
Nunca está permitido hacer el mal para obtener un bien.
—
La ‘regla de oro’: ‘Todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros’ (Mt
7,12; cf Lc 6, 31; Tb 4, 15).
—
La caridad debe actuar siempre con respeto hacia el prójimo y hacia su conciencia: ‘Pecando así contra vuestros hermanos,
hiriendo su conciencia..., pecáis contra Cristo’ (1 Co 8,12). ‘Lo bueno es... no hacer cosa que sea para tu hermano
ocasión de caída, tropiezo o debilidad’ (Rm 14, 21)”.
Explicado
lo anterior a manera de nota introductoria, señalemos que el problema de nuestro tiempo es que el discernimiento de espíritus
y el conocimiento de lo que es la moralidad de los actos, conforme lo manda la
Iglesia, ha quedado prácticamente en el olvido, de manera que ni siquiera los pastores de la Iglesia, que deberían difundir su necesidad para la salvación, predican
al respecto y tampoco se habla de él en los grupos de estudio de parroquias y tampoco en los centros de instrucción de las
diócesis, por lo que ha pasado a ser como una perla oculta, que cuando sale a relucir por alguna persona, el demonio se ocupa
de echarle suciedad y desacreditarla, incluso por familiares, amigos y no pocos sacerdotes, sobre todo los relacionados con
el poder al interior de las estructuras eclesiásticas.
Ponderada
su importancia solamente en dirección espiritual de sacerdotes sabios y santos, la carencia de estos instrumentos de salvación
ha redundado en los más grotescos, groseros y sucios errores, cometidos además por personas que han acudido a misa los domingos
la mayor parte de su vida y otros que rezan diariamente el Santo Rosario, atados por el qué dirán, la costumbre o la falsa
devoción, empero sus voluntades e inteligencias se hayan presas del error, por las personales formas de ver las cosas, por
juicios de terceros a quienes se les brinda credibilidad, la costumbre y las percepciones acerca de la bondad en sí mismos.
Por tal
motivo, la duda sabia acerca de nuestros modos de ver las cosas, es necesaria para cotejar nuestros juicios y las apreciaciones
en las que fundamentamos nuestros actos, a fin de que en todos los casos, consultemos el Catecismo Oficial de la Iglesia Católica, el Código de Derecho Canónico, el Evangelio,
Las Sagradas Escrituras, las vidas de los Santos, así como las obras autorizadas por la Iglesia, sobre los actos. Recomendamos: “Teología de la Perfección Cristiana” y “La Virgen María”, ambas obras del Padre Antonio Royo Marín. Asimismo acudir con sacerdotes de
probada virtud y discernimiento de espíritus, a quienes habrá de obedecerse con diligencia y agrado.
Asimismo,
vivir asiduamente en las fuentes de la gracia santificante, tales como los sacramentos de la Iglesia, la confesión y la comunión, el ejercicio de las virtudes (hay que consultar los textos
señalados del padre Antonio Royo Marín y el Catecismo Oficial de la Iglesia,
para no extraviarse en la práctica de cosas que creamos que son virtudes sin que realmente lo sean), y la oración, en la que
se incluye la verdadera devoción a la Santísima Virgen
María, cuyo culto es fundamental para el cristiano, pero que desafortunadamente por los intereses de los hombres e instigación
del demonio, se haya plagado de falsas devociones.
El rezo
del Santo Rosario es ampliamente recomendado, pero en el contexto de la verdadera devoción, como la que nos explica San Luis
Grignon de Montfort, ya que aunque se trate de dar culto a la Santísima
Virgen si es con una falsa devoción, vano es, como dijo el Señor de quienes solamente lo alaban con los labios
pero su corazón está lejos de Él.
Dar la espalda
a ello propiciará ignorancia y que el demonio continúe haciendo creer a muchos, que tienen asegurada la salvación únicamente
con rezos y más rezos o solamente con asistir a la Eucaristía,
separando estos actos del resto de su vida cotidiana, o con decirse que es cristiano católico. Hay quienes se atribuyen la
ciencia de saber quien se ha salvado o no, por sobreponer su conocimiento de la persona, a la negación de sí mismo mandada
por Cristo para los que quieran seguirle.
Muchos han
olvidado los 10 mandamientos y los deberes fundamentales, con lo que para su vida, la importancia de la Eucaristía y de la oración, así como de las obras que debe realizar el cristiano,
ha sido reducida a simples acciones repetitivas de carácter social o filantrópico. En algunos casos a solo realizar acciones
a favor de quienes se las reconozcan y los feliciten.
Otros utilizan
sus estrechos conocimientos en materia de la fe para justificar las más terribles acciones, siendo la más recurrente de estas,
la de utilizar medios malos para conseguir pretendidos fines buenos, con lo que difunden el error a diestra y siniestras y
no evitan hundirse cada vez más en el riesgo de ir al infierno.
En muchos
casos, se entierra la denuncia profética, la advertencia y la amonestación, asfixiada por una falsa concepción del escándalo
condenado por Nuestro Señor Jesucristo y se sentencia, incluso desde los púlpitos o por padres, madres y hermanos, a quienes
la ejercen con ortodoxia y fundamento.
Otras veces
se contrapone a este ejercicio, el consenso en las parroquias y en los senos familiares, como voluntad de mayorías para justificar
la acción como si viniera de Dios.
En otras
ocasiones el correcto cumplimiento de los 10 mandamientos es condenado como contrario a la paz y al amor de Cristo y a la
armonía en la parroquia o en la familia, de modo que finalmente subsiste el amor a las cosas y a las personas por encima de
la voluntad de Dios expresada en sus leyes. También se incurre en argumentar el cumplimiento de un mandamiento en contra de
otro o de contraponen frases del Evangelio para juzgar a quienes amonestan.
En numerosos
casos con la preferencia por conveniencias humanas, destruyen el trabajo a favor de la salvación y santificación de muchas
personas y siempre subsisten argumentos como los expresados anteriormente.
Esta forma
de nuevo “cristianismo” sin ley de Dios, constituye la cultura preponderante en nuestros tiempos, y estamos en
la época predicha por el mismo Jesucristo, cuando dijo que quienes persigan y
maten a sus discípulos, creerán dar culto a Dios con esto, y por San Pablo cuando
señala que llegarán días en que la sana doctrina será perseguida y predominarán los mas grotescos errores.
Esas prácticas
son contrarias a la ley de Dios, y quienes las hagan serán arrojados fuera, en lo individual y colectivamente.
Cuando señalamos
colectivamente, señalamos a quienes constituidos en grupos de personas, sociedades y naciones haga de esas prácticas la abominable
prostitución que será masacrada por los propios reyes que fornicaron con esa gran ramera, y lo será porque el anticristo exigirá
la definitiva, clara, determinada, conciente y total postura de sus seguidores en contra de Dios, por lo que no aceptará a
esta clase de cristianos o personas que sigan creyendo en Dios y haciendo cosas contrarias a la ley de Dios, sino que eso
lo tolerará un tiempo y luego exigirá la determinación total de estar con él o morir, por lo que muchos morirán en su error,
pensando que su cristianismo mutante es el verdadero.
Ello porque
habiendo recibido al Espíritu Santo, en el momento de que Dios revele el estado del alma de cada uno, pensaron y se dijeron
que se trataba de un fenómeno colectivo inexplicable y cambiaron su vida por un momento, pero no se convirtieron verdaderamente,
sino que volvieron a su modo de vida de siempre.
Tampoco
habrá oportunidad y esto será de peor manera para quienes contaron desde mucho antes con la amonestación, la expresión y explicación de la verdad, por que Dios les haya prevenido con familiares o amigos cercanos
que les advirtieran lo provenir y los trataron como a locos, o los acusaron de servirse de las cosas santas para sus beneficios
personales y los maltrataron como los israelitas a los profetas, y en cambio recibieron a los falsos profetas.
Diferencia entre corrección y juicio
En estos
tiempos ha surgido, por la falta de instrucción religiosa y determinación en el cumplimiento de los mandamientos de la ley
de Dios, confusión entre corrección y juicio, independientemente de que los que están envías de perdición, no conceden importancia
alguna a ello.
Conviene
pues exponer lo que es cada cosa, su naturaleza, así como lo que es la falta y las acciones respecto del juicio y de la corrección
realizan los hijos de Dios y los que están en vías de perderse.
Frecuentemente
muchos que son cristianos únicamente de nombre, emiten opiniones y calificativos en contra de quienes los amonestan o corrigen
y siempre arguyen que la amonestación es una especie de juicio, con lo que siempre pretenden descalificar a quien los amonesta.
Lo mismo hacen cuando se trata de la denuncia profética, la cual siempre pretenden confundir con escándalo.
Ciertamente
para quienes no practican diariamente la negación de si mismos y esta práctica se haya hecho un saludable hábito, es muy frecuente
creer que están amonestando, pero en realidad están juzgando a su prójimo e incluso pueden llegar a confundirlo y causarle
graves daños.
Para diferenciar
ambas acciones, conviene aplicar a sí mismo las definiciones que sobre la moralidad de los actos nos enseña la Iglesia Católica en su catecismo oficial, que ya hemos anotado.
Aquí señalaremos algunas cuestiones generales al respecto.
Para abordar
ambas cuestiones conviene anotar los mandatos de Cristo al respecto, los cuales no se contradicen. Nuestro Señor dijo que
no debemos juzgar, ya que con la vara que midamos seremos medidos (Mt. 6, 1-6) y también mandó que: “si tu hermano comete
una falta, ve y repréndele a solas tu con él; si te escucha, habrás ganado a tu hermano; si no te escucha, toma contigo todavía
uno o dos, para que por la palabra de dos o tres testigos sea fallada toda causa. Si los desoye a ellos, díselo a la Iglesia; y si también a la Iglesia desoye, tenlo por gentil y publicano” (Mt. 18, 15-18).
Del análisis
y la confrontación de estos mandatos de Cristo, surge la exposición sobre la naturaleza del juicio y la corrección.
Lo primero
que resalta es que el juicio no es corrección y la corrección no es juicio. El juicio es determinar de manera unilateral actos
del prójimo con los que no estamos de acuerdo, o con referencia a alguna obligación o ley a cumplir, pero por cuya naturaleza
nosotros estamos en una situación de haber cometido actos análogos y no los hemos
reconocido ni nos hemos arrepentido de ellos: “sacar la paja en el ojo del hermano y tener una viga en el ojo propio”
(Mt. 7, 3-5). La finalidad del señalamiento en este caso no es hacer el bien
al prójimo buscando su salvación, sino causarle el daño del desprecio y de la discriminación para obtener la satisfacción
del orgullo y/o de la ira. De esta manera una pretendida corrección es en realidad un juicio.
La finalidad
verdadera del acto que se ostente como de corrección, amonestación o reprensión
puede modificar su naturaleza y ser en realidad un juicio, cuando la intención verdadera del que corrige no es la salvación
de su prójimo o si usa de la maledicencia, ya que en realidad busca obtener alguna satisfacción, por lo que el medio es en
realidad el fin.
La corrección
tiene que ver con “una falta”. La falta es una violación a cualquiera de los 10 Mandamientos de la Ley de Dios. El que reprende, debe hacerlo por el supremo fin del amor de
Dios, de su gloria y del prójimo por Dios, de lo contrario, juzga.
Aunque el
que reprenda sea reo del mismo delito del que reprende a su prójimo, si lo hace por caridad, aduciendo las nefastas consecuencias
que el hecho reprendido puede acarrear a su prójimo, de las cuales él mismo se ponga por ejemplo, no juzga, sino reprende,
amonesta, advierte y cumple con lo prescrito por Jesucristo.
Igualmente,
la forma de la reprensión puede implicar juicio, solo cuando no sea hecho por caridad, ya que esto no aplica cuando el motivo
sea la salvación del prójimo por amor a Dios, puesto que la misma Escritura pondera el castigo al reprender, para salvar el
alma del prójimo (Prov. 23, 14), donde por lo que se refiere al lenguaje, deben ponderarse las recomendaciones de los apóstoles
respecto de los temperamentos de cada uno de los que son amonestados. En ninguno de los casos la maledicencia y la injuria
son permitidos y quienes los utilicen caen en el juicio, ya que su uso implica la satisfacción de la ira o del orgullo.
Aquí, como
ha quedado de manifiesto, la caridad debe actuar siempre empleando el respeto hacia el prójimo y hacia su conciencia, ya que
señala el Apóstol de las gentes: “Pecando así contra vuestros hermanos, hiriendo su conciencia..., pecáis contra Cristo”
(1 Co 8,12). ‘Lo bueno es... no hacer cosa que sea para tu hermano ocasión de caída, tropiezo o debilidad’ (Rm
14, 21)”.
La naturaleza
cristiana de la reprensión antepone la corrección de sí mismo y en ese acto reclama de los demás una corrección proporcional
e incluso con mayor rigor, para cuando los demás noten que ha cometido una falta, ya que cumple lo mandado por Cristo: “Todo
cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros” (Mt 7,12; Lc 6, 31; Tb 4, 15).
Desde el
punto de vista del que es reprendido, en todos los casos de reprensión legítima e incluso cuando no se trate de reprensión
sino de juicio, la persona que sea objeto del señalamiento, si ha cometido la falta, tiene el deber de corregirse, ya que
al darse cuenta de la verdad, pueden volver a Cristo y liberarse de la esclavitud del pecado (Jn. 8, 31-32, 34).
Trátese
del justo o del injusto, aquél que sea objeto de la reprensión o del juicio, producirá la alegría de los ángeles al reconocer
su situación de pecador frente a Dios (Lc. 15, 7), toda vez que al que tenga se le dará y al que no tenga, lo que crea tener,
se le quitará (Lc. 8, 18) ya que es Cristo mismo el que amonesta en todos los casos, para conversión o mayor perfección de los que lo siguen (Mt. 10, 40-41).
“Yo
a los que amo los reprendo y corrijo. Sé pues ferviente y arrepiéntete” dice el Señor (Apoc. 3, 19). El que ha cometido
una falta, no está en posibilidad de defender su causa e incluso, si se rebela contra la corrección o el juicio, puede agravar
su situación y no tiene oportunidad de recibir auxilio de Dios, ya que se tiene por justo y desprecia a los demás (Lc. 18,
9).
En muchas
ocasiones Dios se vale de los impíos para castigar con la vara a sus hijos y si estos se vuelcan, juzgan con su acto a Dios
y el castigo es peor, ya que no quisieron reconocer que el Señor era quien enviaba a sus siervos, buenos o malos, a hacer
el requerimiento (Mc. 11, 1-8). Así ocurrió con el Rey de Jerusalén, cuyos hijos fueron muertos en su presencia por no haber
hecho caso de entregar el reino a los invasores debido a las idolatrías del rey y de los israelitas, en tiempos del profeta
Jeremías.
El que reprende
es testigo de la falta a la ley de Dios y su acto lo hace precisamente para que la persona quien reprende se libere del castigo.
Esto es, condena y reprueba al acto pecaminoso, no al pecador, a quien ama, como Cristo, quien vino a buscar a pecadores,
no a justos (Mt. 9, 13).
Con el acto
de reprensión o amonestación el pecador recibe misericordia de Dios y por esto el Rey David canta: “Que bueno es dar
gracias al Señor, proclamar por la mañana su misericordia y por la noche su fidelidad” (Sal. 91, 2-3). En este acto
deben darle una respuesta y es precisamente cuando se revela que clase de árbol es, el de buenos frutos o el de malos (Mt.
12, 33). Estas obras de la sabiduría, que manifiesta la magnificencia de Dios,
“el ignorante no las entiende, ni el necio se da cuenta” (Sal. 91, 6-7).
Los frutos
buenos son de conversión y cumplimiento de los 10 mandamientos y del Evangelio. El mal fruto consiste en volcarse en contra
del enviado de Dios, incluso citando las Escrituras para condenarlo, y este es un árbol que será cortado para echarlo al fuego
(Mt. 3, 8-10; Sal. 91, 8). Aquél que ante la amonestación no haga nada, será maldecido por Cristo (Mt. 20, 19).
La reprensión
es un deber de caridad tan apremiante, que quien dándose cuenta del mal de su hermano no lo corrige, es reo del mismo crimen
e irá al infierno junto con aquél.
Para los
que están en vías de perdición, la reprensión siempre será motivo para volcarse
en contra del que reprende, y es con estos actos que se manifiesta su ignorancia y necedad, acusándolo de buscar dañarlos
y emitiendo juicios en su contra, unos además aduciendo textos de las Sagradas Escrituras, para ponerle trampas, como hicieron
los fariseos con Cristo.
Esa es la
espada que Cristo ha traído al mundo, y empieza con la propia familia. “Porque he venido a separar al hijo de su padre,
a la hija de su madre, a la nuera de su suegra; los enemigos de cada uno serán los de su propia casa. El que ama más a su
padre o a su madre, más que a mi, no es digno de mi; y el que ama más a su hijo o a su hija más que a mi, no es digno de mi.
El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mi. El que busca su vida la perderá, y el que por mi la pierde la hallará”
(Mt. 10, 34-39)
Quienes
están en vías de salvación, reconocerán en la reprensión y el castigo un acto de misericordia de Dios, venga de quien venga
(Lc. 23, 41), e incluso, el juicio de quienes buscan su daño será motivo para la compunción, como el mismo Rey David nos enseña cuando era maldecido por Semeí, quien a su paso lo injuriaba y aventaba piedras:
“has caído en tu propia maldad”, “Dios te devuelve toda la sangre de la casa de Saúl, cuyo reino usurpaste”.
David respondió a los soldados que querían cortarle la cabeza: “Dejen que me maldiga, pues Dios se lo ha mandado y acaso
Dios mire mi aflicción y me devuelva bien por las maldiciones de este día” (II. Sam. 16, 5-13).
Asimismo, con relación a los que siendo amonestados, reprendidos o juzgados, la acción de tenerlos
como publicanos y pecadores, es distinta de los que sin habérseles predicado a Cristo, son publicanos y pecadores, ya que
estos son el mundo al que ha venido el Señor a salvar.
La amonestación,
corrección o juicio en todos los casos recae sobre aquel que ya siendo cristiano, comete faltas y San Pablo aclara la advertencia
de Cristo de separarse de ellos: “Al escribirles en mi carta que no se relacionen con los impuros, no me refería a los
impuros de este mundo en general o a los avaros, a ladrones o idólatras. De ser así,
tendrían que salir del mundo. ¡No!, les escribí que no se relacionen con quien, llamándose hermano, es impuro, avaro,
idólatra , ultrajador, borracho o ladrón. Con esos ¡Ni comer!...”, “...
arrojen de entre ustedes al malvado” (I. Cor. 5, 9-13).
Cabe señalar,
por otra parte, que atendiendo a las sanas advertencias que Cristo nos ha señalado, para la perfección de sus discípulos,
entre los cristianos que buscan la perfección, el capítulo de culpas es una práctica diaria, llamada examen de conciencia,
donde cada quien se presenta como reo de los pecados del día ante Dios y se acusa, amonesta y reprende a sí mismo y ante los
hombres no quiere ser tenido por justo, sino por pecador, ya que el mismo Cristo, para los hombres, fue contado entre los
malhechores (Mc. 15, 28) y por mucho trabajo que en ser perfectos como el Padre Celestial es perfecto, ante Dios nadie es
bueno (Mc. 10, 17-19) y en este mismo trabajo es mejor tenerse a sí mismo por pecador que por justo (Lc. 18, 9-14), ya que
Cristo vino por los pecadores y el arrepentimiento del pecador produce la alegría
del cielo (Lc. 15, 7).
Estos tales
son los que han encontrado el tesoro oculto de las lágrimas de la compunción del corazón y tienen todo lo que han ganado hasta
ayer, como nada (Mt. 13, 44-46), ya que diariamente dicen: “Padre, pequé contra el cielo y contra ti; ya no merezco
ser llamado hijo tuyo” (Lc. 15, 21), porque quieren conmover a Dios, quien diario devisa de lejos y corre conmovido
al ver a su hijo, se echa a su cuello y le besa con ternura y dice a todos: “celebremos una fiesta, porque este hijo
mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado”
(Lc, 15, 23-24).
Muchos han
tomado el voto de conversión de costumbres, que aplica a convertirse diariamente de sus culpas, ya que se tienen por pecadores
ante Dios, quien ha maldecido al hombre que confía en el hombre, por lo que desconfían
de sí mismos, como el Rey David: “No dejes que tienda mi corazón a cosas malas, a perpetrar acciones criminales”;
“pon Dios mío en mi boca un centinela, un vigía a la puerta de mis labios (Sal 140, 3, 4). Para estos la amonestación,
corrección advertencia y reprensión es saludable: “Que el justo me hiera por amor, y me reprenda” (Sal. 140, 5).
Con esto cumple la ley de Dios, despreciando el reconocimiento de los hombres: “pero el ungüento del impío jamás perfume
mi cabeza” (Sal. 140, 5).
Estos mismos,
cuando corrigen, son cuidadosos en cumplir la voluntad de Dios antes que caprichos o conveniencias de hombres y por eso Cristo
los compara con niños que han recibido el Reino y, como tales, dice que el que recibe a uno de estos, es a Cristo a quien
recibe, y sentencia a quienes los rechacen y se vuelquen en contra es ellos a un castigo terrible (Mt, 17. 4-6), porque rechazan
al mismo Cristo.
Precisamente
por estas advertencias y en vista del tesoro que ocultan tras de sí, es necesario
considerar que no por mucho camino andado en seguir a Cristo y por muy perfectas y cristianas costumbres que crea alguno tener,
ya se crea justificado y con esto resbale hasta el infierno, como bien advierte San Pablo (Rm. 3, 9-18). Mas vale corregirse
a tiempo, mientras hay vida –incluyendo la corrección de aceptar la corrección
que Dios nos manda por otros— y vivir manco, cojo y/o tuerto para entrar así al Reino de Dios, que ser arrojado todo
entero al lago de fuego (Mt. 17, 8-9).
Dios quiere que todos se salven
Nadie ha
sido predestinado al mal y a perderse, como pretenden algunos al señalar que Judas no tuvo elección y que su fin estaba predeterminado,
independientemente de su voluntad.
El hecho
de que los que se salvan es don del que salva, pero el que los que se pierden es merecimiento totalmente voluntario de los que se pierden.
Los malos
se pierden porque no quisieron ser buenos y por su libre elección determinaron perderse.
Cristo redimió
todos los hombres, pero los hombres tienen que hacer algunas cosas para cumplir las condiciones que Dios ha señalado para
que se verifique su voluntad de salvarlos, ya que Él no fuerza la libertad de nadie y cada quien es libre de decidir si lo
ama o no.
Los tres reinos
Explicado
lo anterior, señalamos que existen tres reinos: el Reino de Dios, el reino del demonio y
el reino del hombre.
De acuerdo
con San Pablo, el Reino de Dios es justicia, paz y gozo en el Espíritu
Santo (Rm. 14, 17-19). No de este mundo (Jn. 18,36), es eterno, y universal (Lc.
1,33; Mt. 28, 18) ), de verdad y vida ( (Jn. 14, 6; 18, 37; 10,10), de santidad y de gracia
(Lc. 1, 35; Jn. 1, 14), de justicia (Rom. 2, 5-6), de amor (1 Cor. 13, 8) y de Paz (Is. 32,17; 9, 6).
El reino
del demonio es el de los que han sido malditos por Dios, lugar de fuego eterno (Mt.
25, 32-40); lugar de tormento, tortura y llamas (Lc. 16, 22), donde mora el diablo y sus ángeles y donde el gusano no muere
(Mt. 25, 41); lugar de hambre, gemidos y llanto, donde el cuerpo será partido en dos (Lc. 6, 23-24; Mt. 24, 51); lugar de
tinieblas, llanto, desesperación y crujir de dientes, donde permanecen inmovilizados (Lc. 13, 28; Mt. 22, 13); de donde no
hay salida (Mt. 25, 11).
El reino
del hombre está en la tierra y le es entregado por el demonio a quienes le sirven
(Lc. 4, 5-18). La máxima expresión del reino del hombre es el consuelo de las
riquezas y sus ciudadanos son los que se satisfacen con sus bienes y han saciado todos sus apetitos y en ello sustentan toda
su felicidad y alegría, pero sobre todo obtienen en este reino su satisfacción los que buscan que todos los demás hablen bien
de ellos y tengan buena fama y buen nombre a toda costa (Lc. 6, 24-26); todos los que buscan la alabanza de los hombres (Mt.
5, 2) y por ello la hipocresía, es su sello.
Sus ciudadanos
se ostentan como buenos, creen ser salvos por su amistad con ministros de culto o por herencia (Mt. 3, 9), por solo haber
escuchado las enseñanzas de las escrituras, haber convivido con santos y ministros de culto (Lc. 13, 26). Ocupados en sus
propiedades y en los cuidados materiales de ellos y/o de su familia, excluyendo a Dios de sus vidas (Lc. 14, 16-24). Visten
ricamente, comen de manera espléndida y siempre buscan los primeros lugares y figurar con gente que consideran importante(Lc.
16, 19; 20, 46); quieren imponer sus caprichos al mismo Dios (Lc. 16, 24); se
precian de no ser como el resto de los hombres (Lc. 18, 11); no se ocupan de las cosas de Dios, ni les dan importancia (Lc.
19, 20-24); que se apoderan de los bienes y haciendas de otros con toda clase
de fraudes (Lc. 20, 6, 18); que usufructúan con las cosas de Dios (Lc. 19, 46-46) y son filántropos con lo que les sobra (Lc.
21, 4); por sus intereses entregan al justo (Lc. 22, 3-6; 23, 23-24); imponen condiciones para hacer el bien (Jn, 5, 10);
quieren dar gloria de hombres a Dios (Jn 5, 41) y se dan gloria los unos a los otros (Jn. 5, 44). Critican y dudan del justo
y creen que Dios no le da la sabiduría, sino que la tienen los que repiten y están de acuerdo con lo que ellos dicen (Jn.
8, 31-42). Son los que atesoran para sí en lugar de enriquecerse ante Dios (Lc. 12, 13-21).
Asimismo, ostentados como cristianos,
estrechan lazos con el demonio, el mundo
y la carne, ya que iniciaron con amor ferviente, que luego se enfrió (Apoc.
1, 4); promueven el amor por las cosas del mundo por encima de Dios, que se pueden utilizar medios malos para presuntos fines
buenos, tergiversan costumbres morales en diversas materias, por presuntos fines buenos (Apoc. 1, 14-15). Toleran y prefieren
como amigos a los que promueven el apego a las riquezas del mundo y el bienestar, la calidad de vida, el éxito y el triunfo
mundanos, el buen nombre y el ser tenidos como triunfadores y buenos por los hombres, y la utilización e los medios que sean
necesarios para alcanzar sus fines terrenos, incluso realizando prácticas demoniacas (Apoc. 1, 20, 24). También hacen obras
para agradar a los hombres y ser tenidos en mucho por ellos (Apoc. 3, 1-2); se dicen ricos por tener fama, poder y posesiones
del mundo y creen que en eso consiste el cristianismo y con eso se justifican (Apoc. 3, 17).
II. El Reino
del Demonio
Desde su
caída, el demonio ha estructurado un reino, cuya subsistencia en el infierno es independiente del castigo que sufre por haberse
apartado de Dios y el cual vendría a su fin si se dividiera contra sí mismo, como lo declara Cristo en el Evangelio (Mt. 12,
26).
Ese reino tiene por elemento
substancial y estructural de subsistencia el odio en contra de Dios y en contra del hombre, que es lo único en lo que están
de acuerdo los espíritus infernales y en función de ello es que permanece su jerarquía.
Es precisamente
esta esencia infernal la que el demonio pretende instaurar en la tierra y para eso se vale de toda clase de engaños para que
los hombres se olviden de Dios hasta que postrados de rodillas le adoren, condición sin la cual el reino del hombre en la
tierra no puede existir, cuyo poder entrega a quien él quiera (Mt. 4, 9).
Siendo el
odio a Dios y al hombre la esencia de la subsistencia del reino del demonio, este no puede abiertamente impulsarlo en la tierra,
ya que la finalidad del hombre en todos sus actos, aún en el pecado, no tienen
esa finalidad, sino buscar su felicidad y complacencia de su ser.
Por consecuencia,
si el demonio se revelara tal cual es y la esencia de su reinado, produciría tal repugnancia que sería contraria a los fines
que persigue.
Ello lo
podemos comprobar en los casos de posesión diabólica, que es la máxima experiencia
del demonio que un ser humano puede tener sobre la tierra, en la cual, salvo contadas excepciones de personas odian a Dios
y a su Reino que voluntariamente se le han entregado y quieren servirle, el ser hombre repudia tal posesión y la acepta solamente
por disposición de Dios, cuando somete a una persona a esta prueba para sacar bien de ello.
En la mayoría
de los casos, el terror, el miedo, la repulsa, son lo que engendra la experiencia del hombre que es poseído por el maligno,
ya que nada hay amable en su ser grotesco, que es todo contradicción, fealdad, vomito, odio y dolor.
Por tal
motivo es que el demonio siempre busca no presentarse tal cual es ni darse a conocer, ya que eso ocasionaría la repulsa y
desprecio de la humanidad.
En consecuencia,
promueve por todos los medios a su alcance, la instauración de un reinado detrás del trono; un reinado del hombre para el
hombre, sin Dios, guiado por él, hasta que llegue el momento de su manifestación engañosa con el reinado del anticristo y
el momento determinante en que exigirá a sus súbditos, que le adoren y que expresen su odio en contra de Dios.
El engaño
colectivo se viene fraguando desde época de nuestros primeros padres y reitera la propuesta expresada por la serpiente en
el paraíso terrenal: sean como dioses, sin Dios, cosa que por demás es el primer engaño, ya que tal cosa es imposible a tal
grado que a los condenados mas les valdría no haber nacido, lo que equivale a expresar que, aunque fueron convocados por Dios
a participar de él, se hicieron a sí mismos, tal cual el mal y el pecado mismo, accidente del pecado original, que mejor sería
para ellos no haber existido (Mt. 26, 24).
En ese sentido,
el demonio no solamente se interesa por que los individuos hagan su vida como si Dios no existiera, sino que el ente colectivo
así lo haga y que de esa manera de vivir, pasen a la búsqueda de ser como dioses, para lo cual
de manera colectiva e institucional, mediante el engaño, entren en contacto con este espíritu inmundo y acceder a los
poderes de otro mundo.
Es precisamente
cuando el hombre empieza a realizar tales prácticas demoniacas, cuando sobreviene la debacle.
A lo largo
de la historia documentada de la humanidad, subsisten una serie de evidencias que permiten formular la hipótesis de que el
hombre, desde su creación, ha tenido las mismas ambiciones, los mismos temores, las mismas apetencias y la misma capacidad
intelectual para ver y dominar al universo.
En ese sentido,
existe igual probabilidad de que las cultura humanas hayan alcanzado iguales o superiores niveles de desarrollo, respecto
de la actual, en todos los ámbitos.
Por tal
motivo es que resalta la importancia de evidencias en el sentido de que hubo culturas que alcanzaron un elevado desarrollo
científico y tecnológico, con las particularidades y diferencias que les son inherentes.
El caso
es que también dichas culturas fueron destruidas o acabaron.
Existen
investigaciones que plantean que Dios permitió o determinó la destrucción de culturas muy avanzadas en materia tecnológica
y científica, no debido a tal desarrollo, ya que eso supondría que Dios no quiere que el hombre progrese en la tierra o de
que se arrepintió de darle dominio sobre el universo, sino porque paralelamente con ello realizaron prácticas contrarias a
la naturaleza y al orden del universo, por lo que la semilla de su destrucción se contenía en el mismo momento en que atentaron
en contra de estos órdenes.
En su magistral
obra “Las profundidades de Satanás”, Luis Eduardo López Padilla explica
como el demonio viene desarrollando un proyecto milenario que se coronará con el advenimiento del anticristo.
En su gran
misericordia para nosotros, Dios ha determinado que las culturas que han alcanzado un enorme desarrollo tecnológico y científico,
no subsistieran, ya que para empezar, eso significaría la destrucción de la humanidad.
López Padilla
nos muestra con admirable discernimiento, como fue el ejercicio de las prácticas demoniacas, lo que terminó hundiendo a tales
civilizaciones, siendo la
Atlántida, el arcano negubio de estas, la cual viene a ser aquella humanidad destruida por Dios mediante
el Diluvio Universal.
La sentencia
de Dios fue que, su Espíritu no habitaría más en ellos, ya que no eran mas que carne corrompida (Gen 6, 1-13). Homero (Odisea
I v 51) señala que Atlas, quien fundó
esa civilización, conocía todos los abismos del océano, es decir, todos los secretos ocultos de la magia, los cuales transmitió
a los atlantes, antes de su destrucción, acción contraria a las leyes del universo y por tanto sancionada. Platón consigna
esta prohibición y sanciona a la magia como el alma de los misterios prohibidos por los hombres y por los dioses, magia que
se disfrazaba de matemáticas.
El filósofo
refiere un diálogo entre Sócrates y Critas, acerca del gobierno perfecto, donde consigna que la causa de la destrucción de
la Atlántida, fue la corrupción de los hombres, precisamente
por haber realizado prácticas que exterminaron en ellos la naturaleza divina.
Narra que
sacrificaban hombres y bebían su sangre, y el motivo de tales prácticas era una profunda sed de riqueza y de poder que los
devoraba. Así, practicaban la magia negra y la astrología. Entre los secretos
que Atlas les había comunicado, estaba el movimiento de los astros. A este respecto, en el libro de Henoch (65, 6) se narra
que “han aprendido los secretos de los ángeles y el poder de los demonios y todos sus maleficios”, así como a fundir metales para la guerra. Los pensamientos de su corazón se dirigían únicamente al mal
(Gen 6, 1-8).
El expreso
señalamiento tanto de Platón como del Génesis, en el sentido de que la divinidad ya no habitó en ellos, así como las evidencias
acerca de que desde aquellos tiempos se conocía el código genético, hace plausible la hipótesis de numerosos estudiosos, en
el sentido de que practicaron y engendraron seres genéticamente modificados y realizaron prácticas sexuales antinaturales,
incluso con animales, como ocurre hoy en día, así como el sacrificio de niños.
Los descubrimientos
arqueológicos y paleontológicos de diversas especies antropoides, aplicados para pretender fundamentar que el origen del hombre
es la evolución, y que no se trata de una especie única e independiente, se viene a sostener, al parecer, con la evidencia
de la existencia de ramas del homo sapiens de seres genéticamente modificados que aparecieron a partir de hace entre 15 y
12 mil año de antigüedad, lo cual solamente apunta al hecho de ejercer el poder creador de Dios de la primera humanidad no
solamente sobre las especies animales, sino sobre una creación magistral, la creación de hombres.
Ello fue
posible gracias a que luego de la expulsión del paraíso, el hombre no perdió todos los dones preternaturales y la ciencia
infusa de golpe, sino paulatinamente, así como ocurre actualmente con el proceso del olvido. Lo que sí tuvo de golpe el hombre
es la pérdida de la inmortalidad y el castigo inmediato de ser expulsado del Edén, no fuera que comieran del árbol, de la
vida (Gn. 3, 22).
Estas características
de la primera humanidad, que estaba como recién salida de las manos de Dios, hacían una enorme diferencia respecto de los
hombres producto de la clonación y de la manipulación embrionaria y genética que desarrollaron al buscar su divinidad fuera
del Dios verdadero y entregados al demonio, –y por supuesto muy distante de las especies de antropoides, las cuales
se agotaron en sí mismas y jamás podrían haberse vuelto hombres, por miles de millones de años que pasaran o mucha habilidad
que tuvieran para manejar o crear herramientas-- por lo que para los seres
que ellos crearon, venían a ser como dioses llenos de portento, conocimiento y habilidades para dominar la naturaleza, como
lo refiere el Génesis y todas las tradiciones de civilizaciones perdidas.
No conformes
con ello, estos descendientes de Adán y Eva, se juntaron sexualmente con las mujeres de esta especie que crearon y procrearon
a seres híbridos, gigantes, que vinieron a ser los héroes mitológicos o dioses
(Gn. 6, 1-4). Hubo también aberraciones, que la mitología refiere como titanes y monstruos. De estos dan fe las narraciones
griegas, romanas, nórdicas y casi de todas las grandes culturas de la antigüedad,
incluyendo mayas, olmecas, hindúes, chinas , africanas, etc.
Por tal
motivo, mediante el diluvio, Dios destruyó hasta a los animales y las plantas, ya que habían sido corrompidos por este hombre
en su fiebre de querer ser como Él (Gn. 6, 5-7, 13), y ser creadores para reclamar
adoración.
El caso
es que nuestros ancestros atlantes no fueron tan creadores de vida como pretendieron serlo, ya que por mucho que la ciencia
infusa deteriorada que aún poseían los hiciera como semidioses, y comprendieran acerca de la materia y de la vida más de lo
que podemos entender hoy, no tenían la capacidad de crear materia ni vida y tampoco hacer que una especie se transformara
en otra o que un mineral se volviera vegetal y un vegetal animal y que un animal
razonara, en el sentido estricto de crear o sacara algo de la nada. Esto es análogo a que el demonio tampoco no pudo ser semejante
al altísimo, cosa que procede de la simple diferencia de naturalezas, entre las cuales se abre un abismo infranqueable.
Lo que hicieron
es utilizar materiales biológicos existentes para generar mutaciones de seres que dieron lugar a especies sobre cuya existencia
pretenden numerosos científicos darwinistas encontrar evidencia de la continuidad de la evolución, al relacionarlas con especies
que habitaron la tierra en la era prehistórica, incluyendo a los homínidos y antropoides.
Los medios
tecnológicos que utilizaron estos ancestros distan mucho de los grotescos aparatos de hoy en día, ya que ellos conocían las
propiedades de los minerales y de los vegetales y las funciones de los seres vivo, más de lo que podríamos conocer con toda
la ciencia actual. Por ello, estos ancestros no tenían que utilizar de aceleradores moleculares gigantescos ni de artefactos
con miles de circuitos o de naves espaciales de formas y tamaños grotescos como los de la actualidad, sino que conociendo
las leyes de la gravedad y del movimiento, con la herencia de ciencia infusa que tenían, sus artefactos pudieron ser bastante
sencillos y simples, como lo prueban las evidencias arqueológicas de artefactos desconocidos que servían para edificar, transportar
y para usos desconocidos hasta ahora.
En consecuencia,
es normal que exista en grandes sectores la creencia de que fueron seres extraterrestres los que implantaron la vida en la
tierra y que volverán en otro tiempo para poner orden entre los seres humanos, ya que van
hacia la autodestrucción. Sin embargo, --independientemente de que la primera humanidad perfectamente tuvo conocimientos
para crear a seres como los que ahora se describen como aliens-- no se trata de extraterrestres, sino de la primera humanidad
antediluviana, que tenía la capacidad de mover grandes pesos sin la necesidad de inmensos mecanismos de poleas o de la hidráulica
y de recorrer grandes distancias en fracciones de segundos, por conocer la gravedad de la tierra y de otros cuerpos celestes
y de los cuerpos que pueden moverse sin dificultad y que los utilizaron para sus fines.
Las evidencias
muestran que estos seres incluso conocieron que su fin era inminente, pero nada pudieron hacer para evitarlo, con todo y los
remanentes de su ciencia infusa.
Existen
indicios de que tras la destrucción de la Atlántida, algunos
supervivientes llegaron a Egipto, otros a América, a las montañas del Tibet, Asia
y a distintas lugares en donde posteriormente florecieron culturas muy desarrolladas, cuyos conocimientos asombran hoy en
día, pero que en algunos casos realizaron las prácticas prohibidas en grado extremo, y por ello, fueron destruidas.
En ese caso
se encuentran los incas, los olmecas, los mayas y los aztecas, estos últimos sacrificaron 80 mil personas en la inauguración
del templo mayor y posteriormente algunos señores se trasladaron al norte del
continente, a tierras de lo que hoy es Nuevo México, donde se apoderaron del
gobierno Anasazi y practicaron el canibalismo y los sacrificios humanos, por lo que también fue destruida esa cultura.
No cabe
duda que el punto culminante para que Dios determine la destrucción de una cultura, es el sacrificio humano. En América, estos
supervivientes desarrollaron el culto a la serpiente emplumada, a la cual ofrendaron sacrificios humanos, cosa que repitieron
en Tenochtitlán, cuya ciudad, para sorpresa de muchos, guarda una similitud con
el centro de gobierno de la Atlántida.
Las evidencias
muestran que los fundadores de estas culturas realizaron portentos y que tenían un gran conocimiento del universo. Asimismo
dejaron por escrito fechas y detalles acerca del fin la era en que vivimos y el regreso de los “hermanos mayores de
la humanidad”.
El surgimiento
de la cultura alienígena y de seres portentosos que aparecerán, que señalan en los documentos de civilizaciones destruidas,
como los mayas y los egipcios, hace plausible la hipótesis de que la primera humanidad no solamente desarrolló nuevas especies
animales e híbridas entre humanos y monos, sino que también creó a los seres que hoy se conoce genéricamente como alienígenas,
que pudieran sobrevivir en ambientes sin oxígeno o de condiciones de frío o calor extremo o libre de gravedad, a fin de explorar
otros mundos.
Asimismo,
las evidencias de ovnis, luces en el cielo y esferas luminosas en diversas partes de la tierra, tal cual los símbolos en cultivos
de maíz y trigo, hacen plausible la hipótesis de otros estudiosos en el sentido de que ante la destrucción de la Atlántida, grupos de la primera humanidad dispusieron artefactos que
se activarían en las proximidades del fin de esta era, para producir dichos fenómenos, que permitieran a los seres humanos
de este tiempo acceder a sus mecanismos, para sacar de estados de hibernación o criogenia, e incluso atraer a sus naves espaciales
en las cuales se encontraran en estado de sueño a estos seres o a los presuntos alienígenas, los cuales habrían sido creados
por los hombres de la primera humanidad, y no a la inversa, bien con fines militares o de trabajo, de exploración fuera de
la galaxia y específicamente para surgir al final de la era en la que nos encontramos.
Ello con
la finalidad de gobernar la nueva era que se inaugurará tras aquella era que les trajo la destrucción, por eso es que dejaron
sendas evidencias acerca de los fenómenos que se presentarían al finalizar esta era y que se encuentran en los vestigios de
sus civilizaciones desaparecidas.
La objeción
inherente a estas hipótesis, respecto de que no es posible hacer esas cosas, se cae ante las múltiples evidencias del adelanto
tecnológico de la primera humanidad que fue destruida y de la que Dios dijo que se arrepentía de haber creado al hombre.
Esa objeción
tiene por fundamente la creencia de que la civilización actual es la que ha logrado el mayor adelanto tecnológico que el hombre
ha alcanzado desde que existe, sin embargo ese fundamento se viene abajo ante el hecho de que la primera humanidad gozaba
de la ciencia infusa, que fue perdiendo poco a poco y al paso de las generaciones, así como por la mezcla de esa primera humanidad
con los seres producto de hibridaciones clonaciones, mutaciones, fecundaciones in vitro y manipulaciones genéticas.
Luego del
diluvio, quienes aún contaban con esa ciencia infusa y esos dones preternaturales fueron cada vez menos, hasta desaparecer
y quedarnos de ellos oscuros relatos de hombres portentosos o dioses, --fundadores de civilizaciones como la egipcia, la olmeca,
la maya, entre otras-- respecto de la una nueva humanidad que surgió tras la
destrucción y que no contaba con esos poderes.
Un episodio
reciente que reitera que Dios destruye a quienes se engañan y engañan a los demás pretendiéndose hacer superiores, dioses
fuera o contra el plan de Dios, ocurrió con el nazismo, cuyos fundadores, en
su afán de crear al super hombre ario, incluso realizaron expediciones para buscar los conocimientos de los antiguos a quien
es consideraron su raza original, la de los atlantes, los antepasados de los pueblos indios y europeos en el Tibet.. Las prácticas
de selección racial para engendrar a un superhombre ario reflejan el pecado de pretender ser como dioses contra el plan de
Dios. Los nazis proclamaron que los seres superiores y perfectos, los atlantes, quienes tenían poderes extraordinarios, perdieron
su divinidad, su perfección y sus poderes sobrenaturales, al mezclarse con razas inferiores. Por tanto se determinaron a purificar
la sangre aria.
Hoy en día
las naciones poderosas de la tierra han impuesto a todas las demás una serie de paradigmas sobre el hombre y el universo,
donde subsiste en todos lo casos, el sacrificio de infantes mediante el aborto, el cual es el más grande de los sacrificios
de culto al demonio, ya que con la bendición del estado y de la sociedad, la madre asesina a su hijo en el altar de su vientre,
únicamente consagrado al ejercicio de su preferencia sexual como afirmación de
si misma contra cualquier otro ser.
Lo mismo
ocurre con la tergiversación del fin del matrimonio, las relaciones sexuales fuera del matrimonio y entre personas del mismo
sexo, con el objeto de segregarlas del orden de la naturaleza, que es la procreación y la permanencia de la especie. Los experimentos
genéticos sobre la clonación, la fecundación in vitro, la inseminación artificial, la selección de rasgos del producto, la
adopción de niños por homosexuales y lesbianas, etc., son el ejercicio del pecado antiguo por el que el espíritu de Dios no
puede habitar más en la carne, ya que es pura carne corrompida respecto de las leyes de la naturaleza.
Además,
las creencias acerca de conocimientos ocultos que serán revelados por maestros ascendidos que viven entre nosotros; que se
manifestarán los alienígenas y revelarán la verdad acerca del origen de la humanidad;
el resurgimiento de las religiones paganas o antiguas, el culto a la tierra y a la energía universal. Todas estas cosas tienen
por objeto la divinización del hombre tal cual la practicaron todas las civilizaciones que perecieron.
En el ámbito
eclesiástico, hemos de señalar el constante ataque en contra de la Eucaristía,
de la confesión, de la vida de compunción del corazón, de la dirección espiritual, de la difusión del camino de la santidad
que se vive en numerosas parroquias, donde actividades diversas y distintas por parte de grupos parroquiales han venido a
ocupar el lugar principal. No importa el estado del alma, ni la vida sacramental o los instrumentos de las buenas obras, ni
acrecentar la vida en la gracia, sino una serie de ocupaciones y actividades tales como recolección de fondos, cursos diversos,
actividades sociales y filantrópicas, etc. Ello sin que los pastores adviertan o se preocupen del peligro.
Se trata
de expresiones del reino del demonio en la tierra, que aunque no se ha manifestado plenamente, con el anticristo, ha venido
preparando con cuidado, para poco a poco ir sacando de las cabezas y de los corazones, el amor de Dios, el cual, por supuesto
no tendrá otro fin que el que ya hemos visto: la destrucción.
III.
El Reino del Hombre.
Entregado
por el demonio, que es el príncipe de este mundo, el cual le fue entregado por Dios (Lc. 4, 5-18) porque el hombre decidió
desobedecer el mandato en el paraíso terrenal, el reino del hombre tiene por
culminación, como coronación de su potestad y majestad, las satisfacciones que Cristo señala como contrarias a las bienaventuranzas.
El Señor
lo advierte y señala claramente Las riquezas sirven de consuelo y objeto de su anhelo y de todos sus afectos a los hombres
en este reino. La satisfacción en el comer, en el vestir y en el vivir, como triunfadores, es otra característica del reino
del hombre. La alegría, felicidad y tranquilidad mundanas que viene a consecuencia
de esos triunfos es otra marca. La fama y el buen nombre según las consideraciones humanas son
otras marcas de este reino (Lc. 6, 24-26)
El demonio,
el mundo y la carne son los enemigos de la salvación del hombre, sin embargo, son las dimensiones constantes del desempeño
y de la apetencia de los poderes de este mundo en el reino del hombre, que pretende servirse del demonio y de Dios por igual
para sus fines.
Hay quienes
separan la soberanía de Dios sobre la vida de los hombres y dicen: “Dios en el cielo y el hombre en la tierra”,
como si se tratara de dos realidades independientes, donde Dios no tiene nada que ver ni hacer en la tierra por cuanto las
obligaciones de una vida cristiana como la que se desprende del catecismo oficial de la Iglesia Católica, no tiene otra función que la de normas que deben permanecer encerradas
en el texto, no para ser cumplidas.
Esta secularización
tiene su expresión más aberrante en un paradigma que señala que el hombre debe ejercer su independencia tanto de Dios como
del demonio y vivir su vida sin la intervención de otro ser.
En este
sentido, el progreso, la ciencia, la tecnología son el triunfo del hombre el cual, según este paradigma ha de vivir su vida
y morir, simplemente, sin esperar recompensa ni castigo, ya que la eternidad del hombre se significa por la secuencia de generaciones
en la historia.
De esta
manera, el éxito en todos los órdenes, en lo económico, lo político, lo social, el bienestar, la comodidad, como producto
del desarrollo del hombre en la sociedad y el Estado, son la única realidad que ha de vivirse en libertad de elección de preferencia
sexual y de subsistencia frente, incluso, a los no nacidos.
Series como
Smallville, Héroes, Xmen, Harry Potter y otras de corte mágico, reafirman este paradigma ideológico, mediante el cual se difunde
que los seres del exterior, --Dios y el demonio—son alienígenas que no deben intervenir en el desarrollo del hombre,
sino respetarlo, ya que el género humano vive su evolución para convertirse en un superhombre.
En este
reino del hombre, no hay más felicidad que la que se obtiene con el éxito en el mundo y ante los hombres y no hay mas paraíso
que el que logre el dinero, el progreso de la ciencia y la tecnología, en contra de la marginación y de la pobreza material.
a) Calidad de vida.
Una de las
expresiones acuñadas en este tiempo para significar el éxito del reino del hombre, es la de “calidad de vida”,
la cual encierra una serie de atributos tales como éxito económico, educación de calidad desde básica hasta universitaria,
entendido ello como la capacidad de enviar a los hijos a colegios de paga para que se relacionen con personas de igual nivel
de vida. Asimismo, éxito en los negocios, en las relaciones personales, las cuales deben ser con personas que también tengan
éxito. Vacaciones una o dos veces al año, cambiar de auto cada año y tener varios autos. Contar con casa de veraneo y casa
en colonia consideradas para personas de éxito.
Ser empleado
de primer nivel, esto es, de nivel de gerencia a dirección y vicepresidencia o presidencia. Ser dueño de sus propio negocio
y hacer negocios con gente considerada de éxito.
Acudir a
celebraciones religiosas por invitación de personas exitosas y celebradas por obispos y prelados.
Pertenecer
a clubes privados, tener chofer, hacer compras en lugares para personas de éxito; atender sus enfermedades en clínicos y hospitales
de primera.
Privilegiar
la salud y el aspecto físico. Las mujeres contar con un cuerpo esbelto y pechos grandes, una tez joven. Los hombres cuerpo
atlético, libre de gordura y sano.
Esta calidad
de vida se significa también, para las clases medias, en que la mujer trabaje y se desempeñe en niveles iguales a los del
hombre y que los hijos sean atendidos en guarderías o en colegios internados o semi internados.
En las familias
de clases medias altas, medias y medias bajas, predomina la emancipación de la mujer respecto de los deberes del hogar. Señalan
como sumisión el realizar los trabajos que corresponden a los votos matrimoniales y señalan que tienen derecho a su desarrollo
como personas y como profesionistas en el trabajo y en la sociedad y la política.
De esta
manera se ha inaugurado una nueva finalidad netamente del reino del hombre para el matrimonio, que ya no es la procreación
y educación de la prole, en primer lugar, sino el amor conyugal, el cual justifica toda clase de prácticas sexuales y la separación
una vez que este amor termina en alguno de los conyuges. Ello implica igualmente el uso de toda clase de métodos de anticoncepción
y el aborto, toda vez que el fundamento de esta nueva relación es el derecho de la mujer a decidir por sí misma sobre todo
lo que compete a su vida y a su cuerpo.
La mujer
trabaja a la par del hombre y el cuidado de los hijos pasa a las abuelas en menor caso y a trabajadoras domésticas y guarderías
en la mayoría de los casos. Muchas violaciones y maltrato de niños ocurren debido a esto y se suprime el derecho de los niños
a contar con la atención y el cuidado continuo de los padres, específicamente de la madre.
Las madres
son las primeras en recomendar a sus hijas los métodos anticonceptivos y a no dejarse que el marido les imponga nada. Tratándose
de madres que dicen ser católicas, que incluso comulgan todos los domingos, se da el caso de que justifican que las mujeres
que usan los anticonceptivos comulguen, ya que argumentan que de otra manera casi nadie comulgaría.
Se da el
caso de padres y madres que se ostentan como católicos, que comulgan y van a misa todos los domingos, que incitan a sus hijos,
que los animan a utilizar toda clase de medios, aunque no sean morales ni permitidos,
tales como fraudes y mentiras, para alcanzar sus objetivos de la vida. Así, para ellos es lícito usar de la falsedad y de
la calumnia para alcanzar metas económicas.
Y para justificar
su conducta siempre argumentan su vida de virtud conforme a los códigos de la clase social a la que pertenecen y atacan incluso
a quienes tratan de ayudarlos al señalarles la gravedad de sus actos y las consecuencias nocivas ante Dios y ante las leyes
humanas.
También
son reiterativos los casos en los que entre familiares se solapan la comisión de delitos y violaciones a la ley de Dios, argumentando
que “ya son mayores de edad”, razón por la cual aunque se den cuenta de que su hermano o su hijo está cometiendo
fraudes y pecados mortales, no lo amonestan o le advierten acerca de esas acciones y sus consecuencias, sino que como ya son
mayores, eso suprime la obligación del que es testigo de amonestar a su prójimo, haciéndose reos del mismo pecado, como lo
advierte la Escritura.
Privilegian
ante todo el que no haya señalamientos de la sociedad hacia sus personas, por eso, aunque tengan pecados mortales, se acercan
a comulgar.
Jamás consultarán
el Catecismo Oficial de la Iglesia Católica ni
el Código de Derecho Canónico para normar sus vidas, ya que forman códigos personales con una selección de textos extraídos
del Evangelio, de dichos y de vidas santos, de moralidad conforme a la suprema norma del éxito y de textos de autores mundanos,
autorizados por el simple hecho de acomodarse a su gusto, que son acordes con su formas caprichosa de vivir. El máximo criterio
es, que se convierte en ley de Dios todo lo que acomoda a su gusto y procede del demonio a lo que lo contradice. Ellos así
lo han decretado por la máxima autoridad de su libre conciencia, la cual consideran iluminada directamente por Dios. Se trata
de las prácticas ampliamente condenadas en el Apocalipsis, en su máxima expresión.
Hay un gran
sector de personas para quienes la Santa Misa se ha convertido
en una celebración social mas y las relaciones con sacerdotes y prelados no tienen otro objeto que el de hacer negocios y
adquirir más poder del mundo.
En esta
ley de sus caprichos, el cumplimiento de los deberes ciudadanos y de la ley de Dios depende de si se acomoda a su forma de
vida y a sus gustos y caprichos, de otro modo, se trata de cosas del demonio y producto de las conveniencias de otros.
Así, para
estos tales, la máxima regla de discernimiento será la de las conveniencias materiales y de buena fama y buen nombre ante
los hombres.
Por otra
parte, en el ámbito religioso las personas pertenecen a cofradías a las que solamente se puede acceder si se cuenta con un
determinado nivel económico y de ingresos, las cuales les permitirán, incluso
promoverse entre los integrantes para obtener nuevos éxitos.
El pensamiento
religioso de las personas que se desenvuelven en estos círculos de calidad de vida, es que Dios les ha concedido dicho estatus
porque así lo merecen y que han sido colocados en lugares de mando porque son mejores que los demás.
En ese sentido,
justifican la realización de toda clase de prácticas para incrementar su posición respecto de los demás, así como de utilidades
y abatir costos, tales como mentir y declarar falsamente. Asimismo disminuir los beneficios a los obreros, trabajadores y
empleados, bajo el supuesto de que eso beneficia a la empresa u organismo y que permitirá mejores niveles de vida para todos.
Suprimen
el ejercicio de derechos de los demás bajo el argumento de que eso es lo mejor para todos, ya que Dios ha querido ponerlos
a ellos a la cabeza para dirigir y lo que ellos determinan está respaldado por Dios.
Bajo la
religiosidad mundana de estos círculos, hace más bien aquel que tenga un mejor cargo en los corporativos o en las estructuras
políticas del gobierno. Así, justifican la utilización de medios malos, poco ortodoxos o indignos, para la obtención del objetivo
que persiguen. No dudan de valerse de la mentira, del falso testimonio, del fraude,
del engaño, del fingimiento, del robo, de la codicia y de la violación a cualquiera de los 10 mandamientos de la ley de Dios
para alcanzar sus objetivos.
Para quienes
se desenvuelven en estos círculos, todo mal que ocurra a sus contrarios, es por voluntad de Dios, y es castigo de Dios en
contra de sus enemigos. En consecuencia, toda cosa adversa que les ocurra, en su trabajo, en su empresa, en sus relaciones
personales, en el alcance de sus objetivos, lo atribuyen al diablo, aunque sea consecuencia directa de sus actos.
No dudan
en calificar a quien les señale sus errores y violaciones a las leyes de Dios y de los hombres, como delincuentes, envidiosos,
con objetivos ilícitos, e incluso como poseídos del demonio.
Quienes
viven en esta clase de reino del hombre sin Dios, utilizarán de sus conocimientos en la fe católica, siempre como recurso
para obtener mejores posiciones frente a los hombres y atacar a quienes les señalen sus errores, pero su característica fundamental
será la utilización de los argumentos ad hominem o en contra del hombre y por anfibiología o por confusión, para sustentar
sus posturas, ya que por su soberbia y apreciación de que quien objete sus conductas está por debajo de ellos, en dignidad
y en inteligencia, jamás argumentarán de manera fundada en documentos y autoridad eclesiástica o si lo hacen será para atacar
a las personas, para defender su posición, jamás para amonestar.
Este tipo
de personas siempre argumentarán sus significados humanos de la paz y el amor, la concordia, la verdad, el escándalo como
si fueran los definidos por la Iglesia católica y sustentados
en el Evangelio.
De esta
manera, para ellos, la paz y el amor, la concordia, será estar de acuerdo con sus personales
interpretaciones, la cuales comparten con gente de su mismo círculo, y por su soberbia no tienen disposición de confrontar
con los correspondientes de la doctrina católica.
Asimismo,
para ellos estará en contra de Dios, quien les haga ver sus errores, por lo que esa persona cometerá el escándalo.
Se darán
casos extremos en los cuales las dificultades que son inherentes al trabajo por el reino de Dios, --por ejemplo que se celebre
la Santa Misa, que haya confesiones, liturgia de las
horas, apostolados diversos a favor de la conversión y la compunción-- las considerarán como venidas de Dios y como señal
de que Dios no quiere que eso se haga.
En todos
los casos, condenarán como proveniente del demonio todo aquello que ellos consideren que les quiere imponer un modo distinto
de ver la fe que se han construido.
En el caso
de los pobres, no existe más ley que la de sus costumbres y caprichos, y en muchos casos lo que diga el cura del lugar. En
ningún caso estarán en disposición de consultar el Catecismo Oficial de la Iglesia Católica ni el derecho canónico.
Incluso
si el cura denuncia acciones o delitos que estén ocurriendo en el lugar, que les afecte de manera directa o indirecta, no
dudarán en obtener firmas a enviar al obispo para que lo cambie.
En este
tipo de comunidades, por tanto solamente tienen éxito los curas que se dediquen a poner a todos a trabajar en la obtención
de recursos económicos para las necesidades que les señale o aquellos que se dediquen a la obra social.
En los casos
de ricos y pobres, siempre tendrá obstáculo el sacerdote que privilegie el reino de Dios y sus obras y tendrá éxito el que
privilegie el reino del hombre y el bienestar de todos.
En el caso
de la oración de estas personas, ricas o pobres, siempre es repetitiva y sin poner en ello ni la inteligencia ni el corazón
o hacer un esfuerzo para lograrlo y siempre se sentirán asistidos personalmente por Dios para respaldar sus actos, aunque
estos actos sean contrarios, por ejemplo a la Eucaristía y de los demás sacramentos. Son personas
que, por tal motivo, siempre pontifican y jamás tienen disposición de poner sus determinaciones o ideas a examen de alguna
autoridad en la materia.
Estando
en el clero, forman grupos de poder y se allegan con sus contrapartes seglares y se solapan unos con otros en complicidades,
incluso, para asegurar su perdición, en los sacramentos de la confesión y de la comunión.
Las relaciones
de este tipo de personas con los justos, son de menosprecio y discriminación, ya que como los fariseos, creen tener ganado
el paraíso por la clase a la que pertenecen, por lo cual creen que todos sus actos son buenos por el hecho de ser realizados
por ellos, aunque se trate de crímenes.
Frente al único camino respecto
del justo, que es el ser amonestados, se cumple la persecución que anuncia Cristo,
ya que la justicia y la santidad siempre suscitará el odio y la persecución por
parte del impío: “el que obra el mal, odia la luz y no viene de la luz,
para que sus obras no sean reprendidas” (Jn. 3, 20).
En nuestros tiempos ocurrirá
que los que persigan al justo lo harán incluso aduciendo que tiene la verdad de Cristo y de la Iglesia, y alegando que todos están de acuerdo con él, exigiendo al justo obras, sin darse cuenta
que la obra es la proclamación de la verdad, pero cuya respuesta por parte del impío, es la prueba de su impiedad, ya que
al aborrecer la verdad, se llenan de ira contra el justo cuando esta se les hace ver.
En todos los casos echarán
en cara contra el justo pretendidos pecados y malas acciones de otros tiempos, argumentando frases del Evangelio para el uso
ad hominem y anfibiológico, tales como “por sus frutos los conoceréis” y todas las que crean que sirve a su propósito,
pero jamás enfrentarán el señalamiento que es origen de la amonestación y la advertencia para su conversión.
b) La evolución-divinización
del hombre.
La ideología
anteriormente descrita conduce como su consecuencia natural, como una semilla que se cultiva y da una planta y esta un fruto, como coronación, a lo que se promueve
ampliamente como una fase más de la evolución del hombre, cuyos avatares señalan como iluminación o conciencia universal,
donde todos los hombres estarán concientes de la divinidad del hombre la cual alcanzará a través de la ciencia, la tecnología,
el progreso en todos los órdenes, el bienestar, el control de los fenómenos y la concordia con todo el universo, donde el
hombre sabrá que es uno con el universo.
No es ajena
y más bien es paralela a esta concepción del hombre y del universo, la ideología que señala que el hombre será poseedor de
los misterios arcanos y conocerá finalmente de donde viene y a donde va y poseerá poderes sobrenaturales, que le permitirán
alcanzar la inmortalidad en este mundo natural y transportarse a otros planetas, colonizarlos y ser creador, de este modo,
de nuevos mundos.
Existe un
vértice donde se une el poder del hombre con el del demonio, y es precisamente cuando el hombre quiere no morir y permanecer
eternamente en la tierra. Cuando se percata de que todo su poder no le sirve para regenerar un órgano que no le funciona o
impedir la vejez y que por más que se allegue de recursos, finalmente muere.
En este
punto cuando el hombre entra en contacto con el demonio para obtener la inmortalidad, tal cual la buscan los Rosacruces en
medio de un mundo donde el hombre es Dios, como lo proclama la masonería y sectas afines. Es precisamente en este punto cuando
el demonio pide --a través de avatares, iluminados, chamanes, gurús, adivinos, contactados, abducidos, etc-- los sacrificios
humanos, el canibalismo, la masacre de los infantes, beber la sangre de la víctima y que este tipo de culto se le ofrezca
en altares místicos, tales como las pirámides en otro tiempo y que parece que volverán a tener la misma función al finalizar
esta era. Es en este momento cuando abiertamente reclama adoración y que el hombre debe dejar de adorarse a sí mismo para
adorarle.
Es precisamente
cuando el reino del hombre se funde con el reino esporádico de satanás en la tierra, descrito ampliamente en el Libro de la Revelación y en el Libro del profeta Daniel, el cual es ajeno y contrario
a todo sacrificio y cruz, y es el vértice donde se une el pensamiento del hombre con el del demonio, a tal grado que el demonio
piensa igual que el hombre y por boca del hombre, incluso del que quiera servir verdaderamente a Cristo, --cuando su confianza
no se encuentra plenamente en él--, puede salir esta forma demoniaca de pensar
y sentir, como nos lo advierte el propio Jesucristo, y puede ser fuente de confusión, por lo que debe rechazarse con energía
(Mt. 16, 23-27).
En efecto,
con la finalidad de que sea separado el trigo de la cizaña, Dios permitirá que exista un reino de satanás en la tierra, el
cual durará, según los estudiosos de este tema, tres años, durante los cuales habrá paz y prosperidad, además de gran desarrollo
de la ciencia y la tecnología, que coincidirá con en descubrimiento mundial de los grandes secretos arcanos de las civilizaciones
perdidas o destruidas en otros tiempos, mediante los cuales los hombres de esas épocas obtuvieron los progresos sorprendentes
que se han venido descubriendo y los cuales se obtuvieron de la misma manera que en este tiempo se obtendrán, por los avances
de la ciencia y la tecnología, combinados con la soberbia y el culto al demonio, mediante la destrucción de la familia, del
matrimonio, de la procreación y de los fundamentos de la naturaleza humana.
Esos conocimientos
arcanos permitirán al hombre “descubrir” la divinidad de la especie, “recuperando” –mediante
un engaño del demonio, que será quien realmente lo haga, haciendo creer al hombre que es él quien lo hace— esos dones
preternaturales que tuvo antes de la caída del pecado original, que le permitirán conocer de manera sorprendente y como nunca,
los secretos del universo, leer la mente, volar-levitar, mover objetos a voluntad, dominar ciertos procesos físicos mediante
ademanes de sus manos a voluntad, etc.
Ya que el
paradigma actual de la eternidad del hombre es la eternidad de la especie, persiste el hecho de que cada hombre finalmente
tiene que morir, ya que por más poder que tenga, no es eterno en esta tierra. Tal hecho genera la compulsión entre los poderosos
de encontrar algo que les haga vivir por siempre, encontrar ese árbol de la vida del Génesis, y es esa compulsión la que genera
la condición necesaria para que el hombre establezca un acuerdo con el demonio, quien promete al hombre ser como Dios, esto
es, vivir eternamente, crear vida y ser adorado.
Parece ser
que si el hombre, tras de haber pecado hubiera comido del árbol de la vida, solamente hubiera tenido la muerte espiritual,
esto es la incapacidad para participar de la vida divina y su cuerpo terrestre no hubiera probado la muerte (Gn. 3, 22), sin
poder acceder a la vida de la gracia ni a la contemplación de Dios y a la participación de la vida de la Santísima Trinidad, lo cual, sin embargo, no hubiera cambiado la necesidad
de la redención.
El caso
es que los poderosos quieren esa vida eterna en la tierra, en un reino independiente de Dios y del demonio. Frente a ello,
el único que ofrece un camino ciertamente engañoso, es el demonio, quien por permisión de Dios, orillará al hombre al descubrimiento
de esos misterios arcanos, para que se pueda divinizar, esto es, vivir siempre, crear y ser adorado, cuyos escritos e instrucciones
se encuentran presuntamente en Egipto, en México y en el Tibet.
La verdad
es que el hombre no recuperará los dones preternaturales ni la ciencia infusa y que no hay manera en que pueda vivir eternamente
en la tierra y que será el demonio quien lo haga todo y hará creer a los seres humanos que ha alcanzado su divinidad ocupándose
él mismo de realizar los fenómenos preternaturales y sobrenaturales, cosa que no le cuesta trabajo alguno realizar, salvo
el impedimento de Dios que lo retiene.
Es entonces,
--previo a las advertencias y amonestaciones de Dios, que no abandona a su creatura a los engaños del demonio-- que vendrá
la debacle, ya que el demonio y sus siervos revelarán su verdadera naturaleza, para que el hombre lo adore tal cual, en oposición
al Dios verdadero y en oposición al mismo culto del hombre por el hombre y, divididos los campos, Dios destruirá a los malvados.
Será el propio Jesucristo quien vencerá a la bestia.
c) Imperio del pecado
Precisa
el Catecismo Oficial: “1849. El pecado es una falta contra la razón, la verdad, la conciencia recta; es faltar al amor
verdadero para con Dios y para con el prójimo, a causa de un apego perverso a ciertos bienes. Hiere la naturaleza del hombre
y atenta contra la solidaridad humana. Ha sido definido como ‘una palabra, un acto o un deseo contrarios a la ley eterna’
(S. Agustín, Faust. 22, 27; S. Tomás de A., s. th., 1-2, 71, 6) )
“1850.
El pecado es una ofensa a Dios: ‘Contra ti, contra ti sólo he pecado, lo malo a tus ojos cometí’ (Sal 51, 6).
El pecado se levanta contra el amor que Dios nos tiene y aparta de El nuestros corazones. Como el primer pecado, es una desobediencia,
una rebelión contra Dios por el deseo de hacerse ‘como dioses’, pretendiendo conocer y determinar el bien y el
mal (Gn 3, 5). El pecado es así ‘amor de sí hasta el desprecio de Dios’ (S. Agustín, civ, 1, 14, 28). Por esta
exaltación orgullosa de sí, el pecado es diametralmente opuesto a la obediencia de Jesús que realiza la salvación (cf Flp
2, 6-9).
“1851.
En la Pasión, la misericordia de Cristo vence al pecado.
En ella, es donde éste manifiesta mejor su violencia y su multiplicidad: incredulidad, rechazo y burlas por parte de los jefes
y del pueblo, debilidad de Pilato y crueldad de los soldados, traición de Judas tan dura a Jesús, negaciones de Pedro y abandono
de los discípulos. Sin embargo, en la hora misma de las tinieblas y del príncipe de este mundo (Jn. 14, 30), el sacrificio
de Cristo se convierte secretamente en la fuente de la que brotará inagotable el perdón de nuestros pecados.
En este
reino imperará el pecado en todas sus formas y manifestaciones, de manera que esas prácticas constituirán su sello y quienes
no los cometan serán perseguidos a muerte.
Este reino
del hombre, cuyo desarrollo vivimos en nuestros días con el apego a la carne y al mundo, tiene por destino la destrucción
en este mundo y el infierno en el otro, ya que no existe posibilidad alguna de que esos objetivos vayan a lograrse de manera
permanente en la tierra y mucho menos en la eternidad. En cambio, en el juicio particular y el universal, quienes se han apegado
de este modo al mundo y a la carne, tendrán por fin el infierno, donde no habrá más existencia que la del sufrimiento, puesto
que no existe evidencia sustentable en el sentido de que en el infierno vaya a existir otro reino que sea integrado por hombres,
distinto al del demonio o que exista la remota posibilidad de una revolución de hombres contra diablos para destronarlos.
El condenado
no podrá tener un reino eterno ni destronar al demonio ni apoderarse de su trono de odio y solamente será objeto de los tormentos
de la separación de Dios, de sus pecados y de los tormentos que le infligirán los demonios: el gusano que no muere, el fuego,
la oscuridad, el llanto, el rechinar de dientes, etc.
Quienes
vayan al infierno, no por esto serán amigos del demonio, sino que el demonio podrá consumar la única manera de destruir al
hombre que puede tener, que es la de la libre y plena determinación de cada condenado de haberse destruido a sí mismo y haber
elegido ese reino de odio para la eternidad. Allí el hombre no podrá constituir un reino ni jamás podrá tener a otro monarca
que no sea el demonio y todos juntos no tendrán mas que someterse al cetro de
la justicia divina por toda la eternidad y doblar su rodilla a Dios, a quien por plena y libre voluntad no quisieron servir.
c) Ideología de los que se dicen
cristianos
Existen puntos claramente
señalados en los que es posible reconocer a los que se dicen que son cristianos, pero que sirven a la carne y al mundo y con
ello sirven al demonio y a los esporádicos reinos del hombre y de satanás en la tierra.
Además de las características
ya señaladas en sus conductas generales, se enfrentan contra los verdaderos cristianos con las definiciones que su capricho
dan a ciertos conceptos, frente a los que se encuentran establecidos en el Catecismo Oficial de la Iglesia Católica y en el Código de Derecho Canónico y que con indignación
y furia, incluso proclaman , como si fueran las verdades de la fe.
Aunque son muchísimos, aquí
solamente abordaremos los principales: amor, paz, justicia, ley de Dios, voluntad de Dios, Reino de Dios, amor de Dios, deberes
del cristiano, escándalo, denuncia, concordia, discordia, amor entre hermanos, humildad, soberbia, solidaridad, por sus frutos los conoceréis, actos y hechos, palabras, verdad, mentira, pecado, virtud,
misa, actos litúrgicos, matrimonio, salvación, juicio de Dios, calumnia, difamación, promesas a Dios, autoridad moral, prójimo,
deberes ciudadanos, valor, cobardía, virtud, vida, muerte, verdad, mentira, error.
Amor
Para los
que están en vías de perdición el amor es el apego de su voluntad y sensibilidad a las cosas del mundo. De este modo, el amor
se manifiesta apoyando y justificando delitos y pecados que cometa aquel al que aman o ceen que deben amar, incluyendo las
mas peores aberraciones, tales como violaciones sexuales contra menores, el robo, la mentira, el fraude, etc.
Para estos
tales no hay diferencia entre la persona y su acto y debe amarse a la persona juntamente con su acto, de manera que quien
no ame al acto, no ama a la persona. Por consecuencia, estos personajes juzgan y rechazan a quien no comparta su modo de amar,
como a quien no cumple con la ley del amor de Dios y sus amonestaciones las tipifican como producto de la codicia, del desamor,
del resentimiento y de otras cosas parecidas. Respecto de esta clase de amor, Cristo advierte que el que anteponga algo a
su amor, donde el que lo ama cumple sus mandamientos, no es digno de Él.
Paz
Contra la
aclaración de Cristo, en el sentido de que Él no da la paz como la da el mundo, los que están en vías de perdición definen
la paz con un estrecho sentido tal como lo hace el mundo, esto es, la ausencia de todo conflicto, de toda amonestación, de
toda contradicción, de todo enfrentamiento y de todo aquello que genere en su interior la percepción de que hay distanciamiento
o desacuerdo entre personas. Respecto de esta paz, Cristo ha venido a traer espada (Mt. 10 34-39) y los que no tomen partido
por Cristo no son dignos de Él.
La paz no
es para ellos respecto de la justicia de Dios, de sus leyes y de su voluntad expresada en que todos nos salvemos y para que
eso ocurra hay que cumplir su voluntad, los 10 mandamientos, sino respecto de sus intereses personales o de grupo y respecto
de su comodidad y estabilidad, aunque esta sea en el pecado.
De esta
manera atenta contra la paz, aquel que amoneste, denuncie o señale actos que violan las leyes de Dios y de los hombres, aunque
estos actos sean contrarios a la salvación del que los realice o produzcan efectos contra la salvación de terceros o del que
los señala y amonesta.
Estrictamente,
para estos tales la paz es preservar un estatus en el que no haya señalamientos,
amonestaciones, correcciones y se expresa con la complicidad a todos sus actos, ya que lo contrario atentaría en contra de
la paz.
Justicia
Para la
gran mayoría de los que diciéndose cristianos, están en vías de perdición, la justicia no es el cumplimiento de la ley de
Dios y dar a cada quien lo que le corresponde y por esto ser santos. Para estos, cumplir la justicia de Dios, es justificar
el no ejercicio de derechos y el incumplimiento de deberes, ya que Dios juzgará a su tiempo y dará a cada quien lo que le
corresponde, por una parte y por otra. Por considerarse a sí mismos como justos, consideran que tienen la facultad de utilizar
medios malos para alcanzar fines presuntamente buenos. De esta manera se rasgarán las vestiduras cuando sean víctimas de algo
que les haga daño, pero no realizarán las acciones que en derecho corresponden para hacer frente a ello, ni en el terreno
de lo humano ni de lo religioso, con la intención de tapar su cobardía, pero
enmascarando y proclamando ante los demás su acto como un acto de virtud, de quien ejerce el don de la fortaleza del Espíritu
Santo, de quien es capaz de poner la otra mejilla, y porque obrar de otro modo, sería para ellos un acto de escándalo, ya
que estos tales tienen mucho aprecio de lo que los demás digan de ellos.
Precisamente
por temor al escándalo tampoco cumplen con deberes ciudadanos y señalan que Dios hará justicia. No miden las consecuencias
que su acto de omisión acarreará a otras víctimas.
Contrariamente,
sobre todo cuando se trata de acciones que quedan en la sombra, realizan toda clase de fraudes, mentiras y falsos testimonios; falsificaciones diversas, incluso involucrando a quien sea, llevándole a cometer esos
pecados, los cuales muchas veces provocan daños a terceros y la muerte.
Justifican
sus acciones inventando toda clase de pretextos supuestamente para no ser causa de escándalos y porque dicen que tienen el
derecho de hacerlo. Por ello califican de injustos y de poseídos por el demonio a quienes no participen ni se solidaricen
con sus acciones o a quienes quieran denunciarlos.
Frente a
las aclaraciones siempre aducirán toda clase de retórica, pero sin abordar el objeto central de la contradicción, y siempre
su retórica será para calificar de injusto al que les haga el señalamiento, la amonestación o por la justa aplicación e la
ley por sus delitos, y lo culparán de las consecuencias en salud.
Ley de Dios
Para los que se dicen cristianos
pero que están en vías de condenación, simplemente no existe. Para estos los 10 mandamientos de la Ley de Dios simplemente son un capítulo de catecismo de primera comunión, e incluso
tal inexistencia se amplia a desechar de sus vidas al Catecismo Oficial de la Iglesia Católica y al Código de Derecho Canónico. En su lugar queda la libre interpretación
del Evangelio, de las lecturas de los tiempos litúrgicos de la misa y de algunos otros textos cristianos que apoyen su ideología.
Para estos, la persona que
por alguna razón les invoque la ley de Dios o los textos referidos, recibirá en cambio su particular visión acerca de los
mandamientos de los que se acuerdan, siempre en apoyo de sus acciones y costumbres, jamás para reconocer algo. Cuando parezca
que reconocen algo, al revisar el contexto de su discurso siempre resalta la retórica o uso del lenguaje para justificar que
son muy piadosos frente a la impiedad del que interpela.
Cuando parece que están reconociendo
un error o dando recomendaciones o siendo caritativos y justos, el análisis racional hecho dará por resultado la utilización
de la retórica para hacer ver que ellos son muy justos, caritativos y piadosos, llenos de perdón etc, y que el que interpela
no lo es, esto es, lo que en controversia se llama argumento en contra del hombre o ad hominem.
Voluntad de Dios
Para los que están en vías
de perdición aunque se digan cristianos, esta expresión no tiene otra acepción que la de una frase, que sirve para justificar
sus actos o sus omisiones o las consecuencias de su manera de obrar.
La definición respecto de
que la voluntad de Dios es que todos los hombres se salven, para estos tales, simplemente no existe, ya que la voluntad de
Dios viene a ser un calificativo para numerosos hechos que ocurran alrededor suyo, por ejemplo, que alguno se accidente, pierda su empleo, enferme o muera. Ello vendrá a ser como una señal de que Dios está
de su parte y de que refrenda sus actos y de que está castigando al otro.
Por ejemplo, ciertas dificultades
inherentes al ejercicio de buenas acciones o de promesas hechas a Dios, las calificarán como indudable voluntad de Dios de
que eso no debe hacerse.
En cambio, las facilidades
que se presenten para utilizar medios malos para alcanzar fines presuntamente buenos, serán calificados como indudable señal
de que Dios aprueba eso.
Con esta manera de pensar
y actuar, suprimen el Discernimiento de Espíritus, señalado por San Juan y cierran
el ojo espiritual para su perdición.
Asimismo, será voluntad de
Dios cuando algún familiar que los amoneste o les señale su conducta inmoral, sufra algún percance, “para ver si aprende”.
Lo mismo será voluntad de Dios el percance que sufra alguno de sus enemigos y dirán que “Dios lo castigó”.
Cualquier cosa que se oponga
a su modo de ver las cosas o a su capricho, indudablemente será calificado como que viene del Diablo.
Reino de Dios
Como en el caso anterior para
los que están en vías de perdición aunque se digan cristianos, esta expresión no tiene otra acepción que la de una frase,
que sirve para justificar sus actos o sus omisiones o las consecuencias de su manera de obrar.
Es sinónimo de reino de paz
y amor, armonía, donde nadie pelea con otro ni señala algo a su prójimo. Donde la paz equivale a ausencia de conflicto y el
amor a aceptación de todo lo que hagan, sin importar el sentido moral de las acciones que sustentan a tal amor y paz.
El Reino de Dios para estas
personas es algo que está en edificación día con día y que tiene su expresión en las relaciones armónicas entre hermanos,
vecinos y en la sociedad en general, conforme a las máximas de amor y de paz antes descritas.
Este reino de dios es aquel
donde no hay pobreza, ni enfermedad, ni conflicto entre personas, grupos sociales o naciones, donde todos tengan calidad de
vida y puedan dedicarse libremente a desarrollar las actividades que les plazcan y que les den confort y desarrollo humano
y espiritual, entendido este último como conocimiento y esparcimiento, donde cada quien practique el culto que prefiera.
Amor de Dios
Es una frase que sirve para
justificar sus actos, omisiones, o las consecuencias de la manera de obrar. Se manifiesta en las personas que dejan hacer
y dejan pasar, respetando la determinación de cada quien de obrar el bien o el mal según les plazca y sin importar las consecuencias
para terceros.
Carece del amor de Dios quien
denuncie o quien amoneste; quien ejerciendo la obligación de hermano o cristiano e incluso de ciudadano, señale las contradicciones
entre el deber y el obrar, ya que genera contradicciones y conflicto entre las personas.
Deberes del cristiano
Estos deberes se circunscriben
a no matar y no robar. O al menos a señalar que no se ha robado ni matado a nadie. Se sustentan en una concepción personalizada
de lo que es servir y amar a Dios, la cual no tiene por fundamento al Catecismo Oficial de la Iglesia Católica ni al Derecho Canónico o a los documentos pontificios, sino a una colección
de dichos y hechos, tomados de pláticas, sermones, versiones de oídas, consejos de sus padres, e incluso de dichos de autores
de libros diversos y o vidas de santos.
Dicha colección viene a fundar
una nueva moral que no tiene que ver con la que emana de los documentos autorizados por la Iglesia Católica, donde la bondad o maldad de los actos no se conforman con que el fin
y el medio sean acordes con lo que definen dichos documentos, sino con la colección personal de apotegmas.
Para los que están en vías
de perdición aunque se digan cristianos, estos deberes tienen tal fuerza, que se utilizan como sentencias supremas para calificar
la conducta moral de los demás e incluso señalarlos como llenos de soberbia o poseídos por el demonio, así como que deben
convertirse.
Escándalo
Toman a esta palabra de manera
literal, como sinónimo de ruido, de llamar la atención por la manera de expresión o de acción. Cae en el escándalo aquel que
levanta la voz o hace señalamientos, realiza acciones que ponen en primer plano a alguna persona o acción y que llaman la
atención de los demás.
Por ejemplo, aquel que denuncie
el acto de omisión de cuidar a los niños, por el que otro abuse sexualmente de ellos, sin duda es un escandaloso, sobre todo
si el violador tiene lo que se llama “buen nombre” o una imagen de “buen cristiano”, o si es religioso
o sacerdote, y de igual manera aquel que sea responsable de no haber cuidado a los menores.
Señalar la verdad acerca de
un hecho viene a ser escándalo, cuando los implicados ven manchado su “buen nombre”.
Con la palabra escándalo,
lo que están en vías de perdición vienen a confundir a los demás para suprimir la denuncia profética y la amonestación --
con dos testigos o ante toda la comunidad, como lo manda el Evangelio—respecto del que comete el ilícito o el pecado.
Para estos tales, dicho ejercicio es escándalo, difamación y calumnia.
El fruto por el que se conoce
a los que promueven este tipo de omisión y confusión es que siempre anteponen “el buen nombre” o la buena imagen
del sujeto en cuestión, por encima del cumplimiento de la amonestación y la denuncia profética que ejercen quienes aman más
a Dios que a los hombres. Esto lo aplican para sí mismos y para los demás, de manera que toda amonestación o denuncia quede
desacreditada como escándalo, difamación o calumnia.
Para los que están en vías
de perdición, incluso señalan que el evitar de esta manera el escándalo es “poner la otra mejilla” y enmascaran
su acto de cobardía o de conveniencia por intereses terrenales, como si fuera
una virtud, señalando que Dios será quien juzgue y castigue.
Esto lo hacen en sus relaciones
con la sociedad, con otras personas, con su prójimo y con sus familiares. Con estos últimos se enmascara el acto de omisión
aduciendo que cada quien ya es adulto y puede hacer lo que le de la gana, y dicen que no hay que hacer ver el error del prójimo.
Incluso se escudan en el acuerdo de la mayoría de la familia o de la comunidad para no cumplir con el deber de amonestar.
Para quienes son partidarios
de este modo de pensar, consideran como lícito violar los mandamientos de la ley de Dios con tal de evitar lo que ellos consideran
escándalo. Siempre encontrarán múltiples justificantes para hacer ver a los demás que eso no es violar los mandamientos, los
cuales al ser analizados con rigor, arrojarán por resultado a construcciones retóricas llenas de calificativos y nada de sustento
en documentos aprobados por la Iglesia. Incluso
dirán que es la voluntad de Dios, que así lo ha permitido.
Denuncia
Como ejercicio de la triple
consagración bautismal, los que están en vías de perdición, omiten el ejercicio de anunciar y denunciar, del profeta. La denuncia
será en simple sentido humano, siempre y cuando no produzca “escándalo”.
Concordia
Para los que están en vías
de perdición, la concordia se sustenta en mantener la paz y la armonía, para lo cual será necesario omitir el ejercicio del
anuncio y denuncia de la consagración bautismal de profeta y del deber de la amonestación fraterna.
Discordia
Para los que están en vías
de perdición, la discordia es la que introducen quienes alteran la paz y la armonía mediante el ejercicio del anuncio y denuncia
de la consagración bautismal de profeta y del deber de la amonestación fraterna.
Amor entre hermanos
Para los que están en vías
de perdición, el amor entre hermanos debe prevalecer por encima del amor a Dios y se sustenta en respaldar los actos, caprichos y modos particulares de ver las cosas, aunque estos sean opuestos a la ley
de Dios. Quebrantan el amor entre hermanos quienes alteran la paz y la armonía mediante el ejercicio del anuncio y denuncia
de la consagración bautismal de profeta y del deber de la amonestación fraterna.
Humildad
Para los que están en vías
de perdición, es la acción de no alterar la paz y la armonía, para lo cual no debe realizarse el anuncio y denuncia de la
consagración bautismal de profeta y la amonestación fraterna.
Soberbia
Para los que están en vías
de perdición, es la razón fundamental del que ejerce el anuncio y la denuncia profética en cumplimiento de su consagración
bautismal., así como de la amonestación evangélica. Será señalado de avaricioso y codicioso, escandaloso, buscapleitos, conflictivo,
virulento, irracional, etc.
Solidaridad
Para los que están en vías
de perdición, consiste en apoyar los caprichos y actos pecaminosos y hasta delictuosos del prójimo.
“Por sus frutos los
conoceréis”
Estas palabras del Cristo
son argumentadas por los que están en vías de perdición, para señalar como frutos contrarios a Dios, a la discordia y la contradicción,
la falta de armonía, la virulencia de palabras, de amor y de paz, que a su modo de ver, generan quienes ejercen el anuncio
y la denuncia profética en cumplimiento de su consagración bautismal., así como de la amonestación evangélica. De igual forma
utilizarán de manera retórica frases del Evangelio para justificar sus acciones en contra de otras citas del evangelio que
aduzcan quienes los amonesten.
Verdad
Para los que están en vías
de perdición, la verdad no es la que aparece en la definición de los diccionarios. Tampoco es la correspondencia del pensamiento
con el objeto o fenómeno del que se piensa, ya que no están en disposición de realizar el trabajo metodológico de comprobación
para ostentar la certeza, que es el asentimiento de la voluntad frente a la verdad comprobada y conocida de este modo. Tampoco
es la del Evangelio, teniendo a Cristo por camino, verdad y vida, ya que no regulan su conducta moral ni sus pensamientos
o palabras por las definiciones del Catecismo Oficial de la Iglesia
Católica, sino por su personal catálogo de dichos.
Para estos, en muchos casos
y de acuerdo con la conveniencia del momento, la verdad proviene de consensos
de grupos de personas con las que tienen simpatía, y puede cambiar de un momento a otro, acerca del tema que corresponda,
no de comprobaciones metodológicas, científicas ni por definiciones ontológicas, filosóficas o religiosas, o de su confrontación
con la realidad ni la lógica.
El recurso máximo de defensa
de su concepción de verdad, será atacar a las personas que argumentan o mediante la confusión de las palabras. Donde sus argumentaciones
no tienen lógica, ni método y solamente se revisten de retórica y sofisma. Incluso
no exponen ideas, ya que sus exposiciones no tienen por finalidad la verdad, sino el ataque a la persona.
Mentira
Para los que están en vías
de perdición, no es lo opuesto a la verdad, o el error que es la falta de congruencia entre el pensamiento y el objeto pensado.
Mentira para estos es todo lo que se diga y que entre en contradicción con sus exposiciones, caprichos y acciones.
Pecado
Para los que están en vías
de perdición, es todo acto que se oponga a su manera de ver el mundo y de actuar.
Virtud
Para los que están en vías
de perdición es todo lo que confluya y apoye sus acciones y caprichos.
Misa
Para los que están en vías
de perdición es una celebración a la que debe asistirse los domingos, y fiestas de boda y celebraciones de acción de gracias
o defunciones, para que los demás vean cuan cristiano es.
Para estos tales la misa no
debe celebrarse o no asistirán, cuando sospechen que sus enemigos asistirán, o cuando asistan personas que no consideran de
su nivel, o cuando crean que la celebración afecta de alguna manera sus intereses económicos o de imagen.
Matrimonio
Para los que están en vías
de perdición, su finalidad es la entrega mutua de los esposos en los aspectos y modos que previamente acuerden, y la realización
de los anhelos profesionales y económicos de los contrayentes para lograr una calidad de vida.
Salvación
Para los que están en vías
de perdición es algo lejano y subjetivo, que se ha ganado con el bautismo y el asistir a misa los domingos, dar donativos
deducibles de impuestos, asistir a reuniones filantrópicas, asistir a misas de celebración de bodas, bautizos y defunciones,
para que sus conocidos y superiores los vean, así como dar calidad de vida a su prole, entendida esta como ya se ha señalado
anteriormente.
Juicio de Dios
Para los que están en vías
de perdición, regularmente se da en esta vida, con sufrimiento para los que lo merecen y calidad de vida para los que obran
bien.
Calumnia, difamación
Para los que están en vías
de perdición, la cometen quienes ejercen el anuncio y la denuncia profética en cumplimiento de su consagración bautismal.,
así como de la amonestación evangélica.
Promesas a Dios
Se cumplen cuando alguien
obtiene la “calidad de vida”.
Autoridad moral
La ejerce quien coincide con
la concepción del universo que se ha expuesto respecto de los que están en vías de perdición. Su definición no es la que proviene
de la moralidad de los actos expresada en el Catecismo Oficial de la
Iglesia Católica, sino que depende de los calificativos que utilicen para negarla a quienes ejercen el anuncio
y la denuncia profética en cumplimiento de su consagración bautismal., así como de la amonestación evangélica.
Prójimo
Es el que coincide con su
manera de pensar y de obrar.
Expresiones sociales
En el contexto
social y político ocurre de manera análoga con los grupos que interactúan, sean de centro, de izquierda o de derecha, pero
que se ostentan como católicos.
Por lo regular
todos estos grupos tienen por norma la de Maquiavelo, en el sentido de utilizar los medios que les sean para alcanzar sus
fines.
Particular
atención merecen los grupos de extrema derecha, los cuales aparentan ortodoxia y fundamentalismo en el cumplimiento de los
deberes religiosos, pero que al analizar sus actos, caen siempre en justificar los medios por los fines que persiguen o bien
cometer toda clase de pecados, aduciendo la pertenencia a la cofradía o grupo, como si fuera licencia para pecar y que Dios
les perdonará todo lo que hagan, ya que persiguen el fin superior de que el Estado sea cristiano.
Una manera
de obrar muy señalada entre los que pertenecen a cofradías, es el sentirse superiores a la gente común y corriente o a los
pobres, e incluso se sienten benefactores de estos, por tanto reclaman agradecimiento. Un caso grotesco es el de personas
que claramente señalan que ellos están dispuestos a recibir todo cuanto les quieran dar, pero que no tienen obligación ninguna
para quienes se lo proporcionen. Ponen para justificar tal conducta por ejemplo a la Iglesia y dicen que esta recibe lo que sea pero que no tiene obligación de hacer nada por nadie.
Con ello claramente enmiendan la plana a lo establecido por el propio Jesucristo.
Corolario.
Señala San
Agustín, en “La Ciudad de Dios” , capítulo 28:
“Así que dos amores fundaron dos ciudades; es a saber: la terrena, el amor propio, hasta llegar a menospreciar a Dios...” “...busca el honor y la gloria de los hombres...” “...estribando
en su vanagloria ensalza su cabeza”,
“...reina en sus príncipes o en sus naciones a quienes sujetó la ambición de reinar”... “ama su propio
poder,”... “sus sabios viviendo según el hombre siguieron los bienes
o de su cuerpo o de su alma o los de ambos y los que pudieron conocer a Dios “no le dieron gloria como a Dios, no le
fueron agradecidos, sino que dieron en vanidad con sus imaginaciones y discursos, y quedó en tinieblas su necio corazón, porque
teniéndose por sabios, quedaron tan ignorantes que trocaron y transfirieron la gloria que se debía a Dios eterno e incorruptible
por la semejanza de alguna imagen...”, “porque la adoración de tales imágenes y simulacros o ellos fueron los
que la enseñaron a las gentes, o ellos mismos siguieron e imitaron a otros “y adoraron y sirvieron antes a la creatura
que al Creador...” (p.331. Porrúa. Sepan Cuantos, México 1979).
IV.
El Reino de Dios.
El Reino
de Dios, explica San Pablo (Rm. 14, 17-19), es justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo, donde la justicia es dar a Dios
lo que se debe a Dios y a los hombres lo que se debe a estos por amor de Dios; la paz es la concordia entre los hijos de Dios,
los que cumplen la voluntad de Dios y el gozo en el Espíritu Santo la felicidad de poseer la gracia y vivir la misma vida
de Dios en todos nuestros actos y cumplir con la justicia de Dios.
Dice San
Agustín: “...ninguno es bienaventurado sino el justo; y ni aún el mismo
justo vive como quiere si no llega a donde nunca pueda morir, padecer engaño ni ofensa, y le conste y esté asegurado de que siempre será así;..” (Op. Cit. p. 329).
El Reino
de Dios empieza en la tierra y alcanza su plenitud en la Jerusalén
celeste.
El Reino
de Cristo, que es el Reino de Dios, no es temporal (Jn. 18,36) es eterno, y universal
(Lc. 1,33; Mt. 28, 18) ), de verdad y vida ( (Jn. 14, 6; 18, 37; 10,10), de santidad y de gracia (Lc. 1, 35; Jn. 1, 14), de justicia (Rom. 2, 5-6), de amor (1 Cor. 13, 8) y de Paz (Jn. 14 27; Is. 32,17;
9, 6). Su gobierno se lleva a cabo por la institución de la gracia, donde Cristo ejerce su potestad legislativa con la participación
como mediadora de María, así como de juez al final de la vida de cada persona y en el juicio universal (Jn. 13, 34; 5, 22).
En la vida
del cristiano, este Reino de Dios ha de alcanzarse mediante el bautismo, la fe
y las obras; la vida en el sacramento de la comunión y de la penitencia, así como en los demás sacramentos. El cumplimiento
de los 10 mandamientos de la Ley De Dios, la oración y la vida de virtud; la compunción del corazón, mediante el arrepentimiento diario de
los pecados (Mt. 4, 17), la negación de nosotros mismos, incluso con cierta violencia santa (Lc. 16, 16) y entenderse como
lo expone San Pablo: hemos muerto juntamente con Cristo (2 Tim. 2, 11) y con Él hemos sido sepultados (Rom. 6, 4), y con Él
hemos resucitado (Ef. 2, 6) y hemos sido vivificados y plantados con Él (Ef. 2, 5; Rom. 6, 5), para que vivamos con Él (2
Tim. 2, 11) a fin de reinar juntamente con Él eternamente (Ef. 2, 6).
La naturaleza
de la vida de los ciudadanos del Reino de Dios es la gracia, cuyo fruto es la santificación, que es la perfecta identificación
de la voluntad de Dios sobre el hombre, la perfección en la caridad y la plena configuración con Jesucristo, no es otra cosa
que la participación de la misma vida de Dios, en que “Dios es caridad,
y el que permanece en la caridad, permanece en Dios y Dios en él” (I Jn. 4, 16), donde la caridad es la virtud teologal
infundida por Dios en la voluntad por la que amamos a Dios por sí mismo sobre todas las cosas y a nosotros y al prójimo por
Dios, explica el padre Antonio Royo Marín (La Virgen María.
BAC. 1997. La Caridad en María p. 277).
Este reino
que no tendrá fin, empieza en la vida del cristiano desde el bautismo, y se encuentra dentro de cada uno (Lc. 17, 20-21),
donde el arrepentimiento a tiempo es la forma de retornar a él cuando se ha perdido la gracia por el pecado (Mt. 3, 2; 4,
17) y se vive en él mediante el cumplimiento de los 10 mandamientos de la Ley
de Dios y mediante la vida de los sacramentos, de las virtudes y de la oración.
La expresión
de este Reino de Dios en sus ciudadanos, es el cumplimiento de la voluntad de Dios, es locura para los que no pertenecen a
este reino y que están en vías de condenación (I. Cor. 1, 18) y punto de contradicción incluso para familiares, amigos y vecinos,
quienes perseguirán a este Reino y a sus ciudadanos para intentar destruirlo (Mt. 10, 16-23), por tanto no existe posibilidad
ninguna de concordia entre los que hacen las obras de las tinieblas y los ciudadanos del Reino de Dios.
Quienes
han recibido este Reino de Dios, haciéndose pobres fueron evangelizados por Cristo; como cautivos recibieron la liberación,
estando en la ceguera de las tinieblas, recibieron luz de la vista, y oprimidos por el pecado fueron liberados y beneficiados
con el año de gracia del Señor (Lc. 4, 18-19).
Los atributos
de la vida entre los ciudadanos del Reino de Dios, son la verdad y la vida de santidad, la gracia, la justicia, el amor y
la paz, de cuya universalidad participa el cielo y la tierra y se extiende hasta los mismos abismos (Flp 2, 10.11), pero de
manera acorde al estado de cada ser. Esto es, que mientras para los bienaventurados y justos es felicidad y posesión de la
divinidad, para los que están en vías de condenación es contradicción y causa de ira contra los justos y para los condenados
es causa de llanto y rechinar de dientes por estos bienes perdidos.
En este
sentido, el cumplimiento de la voluntad de Dios en los justos se expresa en la concordia entre unos y otros, quienes tienen
un mismo sentir ya que es una la misma voluntad que cumplen y gozan del mismo fruto. Para los que están en vías de condenación
es motivo de contradicción frente a los justos, de convulsión de su corazón por la ira que les produce la amonestación de
las palabras y de los actos del justo y de utilizar de todos los medios para que el justo sea tenido como malvado ante los
ojos de los demás.
Así, las
relaciones entre los que cumplen la voluntad de Dios se expresan con la atención de unos para con otros a todas sus necesidades.
De los justos para los que están en vías de perdición son de amonestación, de denuncia profética, de oración y de sacrificio
por su conversión.
Las relaciones
de los que van por vías de perdición para con los justos son de persecución, mediante la difamación, la calumnia, el falso
testimonio, la utilización del ataque sistematizado de quienes se ostentan como cristianos contra los verdaderos cristianos,
porque no quieren que sus obras vengan a la luz.
Tratándose
de familiares estas relaciones se vuelven más cruentas, ya que el siervo de Dios siempre será ridiculizado, perseguido con
palabras ofensivas y desacreditada su moralidad y su autoridad para hablar de las cosas de Dios y ejercer el oficio profético.
Sus señalamientos y amonestaciones serán calificadas siempre como producto de su intemperancia, a su locura, a sus pecados,
a sus poca inteligencia, a su testarudez, de intereses personales ilegítimos. Se dirá que utiliza a Dios para alcanzar sus
fines personales, entendido esto como consumar su soberbia, su ira, su avaricia y su codicia. Se dirá que sus palabras vienen
del demonio ya que dicen que está poseído. Para ello argumentarán siempre con el ataque y jamás mediante la razón o siquiera
el sentido común, pero califican siempre de irracional al justo.
De esta
manera la expresión del Reino de Dios frente a los pecadores es de convocarlos a arrepentimiento y ofrecerles los medios para
salir del pecado, por el ofrecimiento de sacrificios y oraciones, además de la amonestación.
Las amonestaciones
para los que están en vías de condenación siempre serán mal interpretadas y utilizadas para persecuciones en contra de los
seguidores de Cristo. En este caso el fruto aceptable para el cristiano es esa misma persecución por causa de la justicia
y la comprobación de la iniquidad del persecutor será la contradicción de sus palabras y de sus obras respecto de la ley de
Dios, perfectamente comprobable con la confrontación de los mismos con dicha ley, expresada en los textos autorizados por
la Iglesia, tales como el Catecismo Oficial de la Iglesia Católica y el Código de Derecho Canónico.
Ello ocurrirá
independientemente de que el persecutor arguya fundarse en textos de santos o en su autoridad moral. En todos los casos sus
argumentos no resisten el análisis racional al ser confrontados con los textos en los que diga apoyarse. La postura central
del persecutor será la de atacar a la persona y no hacer frente a los argumentos, tratando de hacer pasar como raciocino su
postura de ataque, ya que su corazón ha bebido hasta las heces la copa del odio y se ha aficionado a su sabor.
Con ello
se cumple la bienaventuranza que dice: “Bienaventurados los que padecen
persecución por la justicia, porque suyo es el reino de los cielos” (Mt. 5, 10).
El impío por el contrario, se asegura de exterminar en sí toda posibilidad de vida de la gracia, con lo que destruye
por completo el traje de bodas, sin el cual es imposible participar en la bodas del cordero, pero incluso se gozará con ello
(Jn. 16, 20).
Esta es
la división que ha venido a traer Cristo, la guerra entre los hombres que proviene de amar a Cristo (Lc. 12, 51-53), la de
aquellos que están con Él con su fe y con sus obras y las de los que están contra Él, con su fe o con sus obras; los que dicen
que son de Cristo pero sus obras le son contrarias.
Nuestro
Señor Jesucristo advirtió las exigencias del Reino de Dios, que no admite que algo se anteponga y señaló claramente que en
este mundo Él no tiene nada del mundo que dar, sino a Sí mismo y lo demás se dará por añadidura; que las convenciones del
mundo deben abandonarse, lo mismo que los afectos familiares; todo (Lc. 9, 57-62; 14, 26-35) y que eso implica para los hijos
del Reino, violencia contra sí mismos y respecto del mundo, el demonio y la carne (Lc. 16, 16; Mt. 7, 13 y 21; 21, 28-29),
sacrificio (Mt. 10, 34-39; 1 Mac. 1, 23-28). El que sigue a Cristo debe cargar su cruz de cada día e incluso hacerlo a costa
de su propia vida (Mt. 10, 39).
Señala el padre Antonio Royo
Marín: “la justicia o santidad ha suscitado y seguirá suscitando siempre el odio y la persecución por parte de los injustos
o impíos. Lo anunció repetidas veces el mismo Cristo (Lc. 21, 12; Jn. 15, 20), lo repitió San Pablo (2 Tim. 3, 12) y lo vemos
confirmado con la vida del mismo Cristo, del propio San Pablo y de todos los justos, que han sido, son y serán siempre perseguidos
hasta el fin de los siglos. Es natural que sea así: “El que obra el mal, odia la luz y no viene de la luz, por que sus
obras no sean reprendidas” (Jn 3, 20). Esa es la verdadera razón –dada por el mismo divino maestro—de las
persecuciones que padecen los justos por parte de los impíos y malvados, que obran injustamente. (Op. Cit, p. 351).
De esta
manera permanece y se nutre el organismo espiritual de los ciudadanos del Reino de Dios en la tierra, donde todo es para beneficio
de los hijos de Dios, como señala San Pablo y la misma creación participa en ello y sufre como con dolores de parto, hasta
la manifestación de estos hijos de Dios.
V. El organismo sobrenatural del
ciudadano del Reino de Dios
Luego de describir algunos
atributos del reino del hombre, del reino del demonio y del reino de Dios, conviene describir el ser sobrenatural de los ciudadanos
de estos reinos.
En general,
el ser sobrenatural de los ciudadanos del reino del infierno es la ausencia de todo bien y el sufrir eternamente la existencia
separada de Dios, con la maldición “apártense de mi, malditos”, además de contemplar eternamente el bien perdido
y saber con certeza eterna, que jamás lo tendrán.
En el caso
del reino del hombre, el ser sobrenatural es el de una alma cuya voluntad tiene por fin y objeto de todo su deseo a los bienes
terrenos y a su carne, por tanto, son semejantes a los ídolos a los que han entregado su voluntad y se encuentran en estado
de muerte espiritual respecto del fin último del hombre, por permanecer por su propia voluntad en el pecado mortal. Sin embargo
tiene la oportunidad de conversión, y es por eso que la época del ejercicio por parte de Cristo, de reinar con cetro de hierro,
es su última oportunidad de volver a la casa del Padre.
Antecedentes
Conviene
detenernos para explicar el ser sobrenatural de los ciudadanos del Reino de Dios en la tierra, el cual es un estado, no un
lugar o una cosa, que habrá de llegar a su plenitud con la resurrección de la carne.
El ser sobrenatural de estos ciudadanos, es lo mismo que el Reino de Dios.
Presentaremos,
para lograr nuestro objetivo, los textos del padre Antonio Royo Marín OP, cuya exposición es simple y clara. Previamente anotaremos
algunos antecedentes necesarios para sustentar debidamente que Dios nos ha dotado con gran amor para allegarnos a Él con toda
facilidad sin otro esfuerzo que el de tomar el yugo suave y la carga ligera de Cristo, ya que finalmente es quien ha cargado
con todo el peso de nuestra miseria.
Dios creó
al hombre como corona de su obra, para lo cual le regaló los atributos de todas las naturalezas que hizo, a saber, la de los
minerales, ya que el hombre ocupa un lugar en el especio al igual que la materia inerte; la de los vegetales, ya que le dio
vida que le hace nacer, crecer, reproducirse y morir; le dio sensibilidad, como a los animales, por la que puede sentir placer
y dolor y experimentar las sensaciones del entorno, así como sobrevivir. También lo dotó de razón para reflexionar sobre todos
los estímulos que recibe mediante sus sentidos y conocer al universo, para sujetarlo a su voluntad en la medida de su capacidad;
le dio voluntad para amar y apropiarse de aquello que su inteligencia le suministra como bueno, y para rechazar aquello que
le puede producir algún daño. Además le dio vida sobrenatural, como la que tienen los ángeles, consistente en una alma inmortal,
que si bien tras la caída en el pecado no podría entrar a la gloria, tras la
Redención de Cristo, no solamente podría entrar a la gloria, sino adquirir la imagen y semejanza con Dios
que nos participa Cristo por la Santísima Virgen
María.
Para desarrollarse
debidamente en su vida física, intelectual y moral, Dios dotó al hombre de un organismo
natural, con funciones vitales, con pasiones, que se definen como “el movimiento del apetito sensitivo nacido de
la aprehensión del bien o del mal sensible, con cierta conmoción refleja, más o menos intensa, en el organismo”.
(Antonio Royo Marín. “Espiritualidad de los Seglares”. La
Educación En Particular. Educación de las Pasiones. BAC. 1967. P. 666).
Tal como
el árbol de la ciencia del bien y del mal, “De suyo, las pasiones no son buenas ni malas: depende de la orientación
que se les dé. Puestas al servicio del bien, pueden prestarnos servicios incalculables, hasta el punto de poderse afirmar
que es moralmente imposible que un alma pueda llegar a las grandes alturas de la santidad sin poseer una gran riqueza pasional
orientada hacia Dios; pero, puestas al servicio del mal, se convierten en fuerza destructora, de eficacia verdaderamente espantosa”.
(Royo Marín. Op. Cit. p 66)
En la vida
física, las pasiones hace desplegar en el hombre una actividad extraordinaria para el bien o para el mal; en la vida intelectual
es incalculable el influjo de las pasiones sobre las ideas, y respecto a su dirección pecaminosa, señala Balmes que “la
mayor parte de las traiciones y apostasías tiene su última y más profunda raíz en el desorden de las propias pasiones”
(Citado por Royo Marín, p. 668, en Espiritualidad de los Seglares).
En la vida
moral las pasiones aumentan o disminuyen la bondad o malicia, el mérito o demérito de nuestros actos. Lo disminuyen cuando
obramos en bien o el mal, movidos más por el impulso de la pasión, que de la libre elección de la voluntad; lo aumentan cuando
la voluntad confirma el movimiento antecedente de la pasión y lo utiliza para obrar con mayor intensidad.
Son once
las pasiones fundamentales, que corresponden por su naturaleza a dos apetitos, el concupiscible y el irascible. El primero
tiene por objeto el bien deleitable y de fácil consecución. El segundo tiene por objeto al bien arduo y difícil de alcanzar.
La raíz
y madre de todas estas pasiones es la del amor.
En el apetito
concupiscible:
1.- Amor:
se produce ante el bien que se nos pone delante.
2.- Odio:
se produce ante el mal, opuesto al bien.
3.- El Deseo:
se produce si el bien es futuro y fácil de alcanzar.
4.- Aversión,
rechazo o Fuga: se produce ante la percepción del mal futuro.
5.- Gozo:
se produce ante el bien presente, ya poseído.
6.- Tristeza
o Dolor: se produce ante la percepción del mal presente, ya sufrido.
En el apetito
Irascible:
1.- Esperanza:
si el bien arduo es posible de alcanzar.
2.- Desesperación:
se produce si el bien arduo es imposible de conseguir.
3.- Audacia:
se produce si el mal arduo que se teme es superable.
4.- Temor:
se produce si el mal arduo que nos amenaza es insuperable.
5.- Ira:
se excita ante el mal arduo ya presente
Estas pasiones
deben encausarse debidamente hacia el bien, para lo cual es necesario dar a la inteligencia los objetos que han de proporcionarse
a cada una de estas y, enseguida, el cristiano ha de formarse un saludable hábito día a día, hasta que este entrenamiento
constituya una forma de vida que identifica a la persona que busca a Cristo con todos sus actos, siendo estos no como una
repetición automática, sin como una inclinación que facilita su vivencia completa de Cristo en el que se dice cristiano.
1.- El amor
hay que encauzarlo, en el orden natural, a la familia, la amistad edificante,
la ciencia y su método, el arte y su disciplina, el derecho, el respeto, el trabajo ordenado y de servicio, etc. En el orden
sobrenatural, orientar todo el orden natural a Dios por Cristo mediante la Santísima Virgen María, imitando a los santos; el amor a los sacramentos, a la instrucción religiosa
teniendo por fundamento al Catecismo Oficial de la Iglesia
y su ortodoxia; amor a la santidad y a los medios por los que se obtiene.
2.- El odio
hay que orientarlo contra el pecado, el demonio, el mundo y la carne, y contra todo lo que envilece al hombre en el orden
natural y sobrenatural.
3.- El deseo
debe manifestarse mediante una legítima ambición para alcanzar objetivos conforme al estado de vida, para alimentar al deseo
ardiente de hacerlo por amor de Dios y provecho natural y sobrenatural del prójimo; deseo de alcanzar a toda costa la perfección
y la santidad.
4.- La aversión
o fuga debe expresarse frente a las ocasiones de pecado o de obrar el mal contra
el prójimo. Debe expresarse en un trabajo constante y asiduo de evitar cuidadosamente todo aquello que pueda comprometer la
salvación y la santificación de nosotros y de quienes nos rodean.
5.- El gozo
debe sembrarse y cultivarse cuidadosamente mediante el cumplimiento perfecto de la voluntad de Dios sobre nosotros; en el
triunfo de la causa del bien en la familia, con los padres, hermanos, esposos, hijos, vecinos, en la sociedad y en el mundo
entero. En la dicha de sentirse, por la gracia santificante, hijo de Dios y miembro de Jesucristo.
6.- La tristeza
y el dolor encuentran su expresión correcta en la profunda compunción del corazón y las lágrimas por el pecado cometido por
uno mismo y los demás, por la sociedad; por la ingratitud, frente a la pasión de Cristo y los dolores de la Santísima Virgen María. Por haber ofendido a Dios, que tanto nos ama y
le pagamos con el pecado y la ingratitud.
7.- La esperanza
debe alimentarse con la soberana expectativa de la vida eterna en la posesión de Dios; la confianza omnímoda en la ayuda de
Dios durante nuestra vida en la tierra, para alcanzar la vida eterna y en la seguridad de la ayuda de la Virgen María para salir del pecado, para permanecer en la Gracia y para alcanzar la perfecta imagen de Cristo en nosotros.
8.- La desesperación
debe expresarse como la firme negación de nosotros mismos a las apetencias desordenadas y el egoísmo; como una discreta desconfianza
en nosotros mismos, fundada en nuestros pecados y en la debilidad de nuestras fuerzas, para pedir la ayuda de Dios siempre
y a todas horas para obrar lo que es agradable a sus ojos.
9.- La audacia
debe expresarse como la valentía para afrontar con firmeza, determinación y aplomo, los obstáculos y dificultades que se interpongan
ante el cumplimiento de nuestro deber y en el proceso de nuestra santificación, así como en el ejercicio de la consagración
bautismal como sacerdotes, para ofrecer el culto de la vida a Dios, como profetas para anunciar el Reino de Dios y su justicia
y denunciar lo que se le opone, y amonestar debidamente mediante la corrección fraterna pero firme. De reyes para hacer regir
la voluntad de Dios en nosotros mismos y recibir el beneficio que representa la persecución por ser de Cristo.
10.- El
temor debe recaer respecto de la posibilidad de apartarnos de Dios, de ofenderle de alguna manera; temor de amor, aquel que
no quiere realizar algo que pudiera siquiera incomodar al amado. Temor del juicio de Dios con temblor por no querer seguirlo
a la gloria, como hijos rebeldes y mal agradecidos; temor por el que se prefiera morir antes que pecar.
11.- La
ira ha de transformarse en indignación que nos arme fuertemente contra el mal. Ira santa contra el pecado y amor por el pecador.
Ira santa contra la pulsión propia de hacer el mal, para poner el remedio inmediato y sin mas contemplación, para arrancar
al pecado desde que quiere nacer como tentación del demonio, o pulsión de la carne o seducción del mundo.
Naturaleza del organismo sobrenatural
Señala el
autor que la Gracia Santificante no viene a
destruir la naturaleza del ser humano ni a colocarse al margen de ella, sino a perfeccionarla y a elevarla a un plano sublime,
ya que este orden sobrenatural, que es la participación de la misma vida divina, constituye para el hombre una vida en sí
misma con un organismo análogo al de la vida natural.
En este
sentido, las bienaventuranzas evangélicas, anunciadas por Cristo, son la corona de toda la vida del cristiano en la tierra,
que empieza con el bautismo, las virtudes, los dones y los frutos del Espíritu Santo.
“Así
como en el orden natural nuestra alma no es inmediatamente operativa por su propia esencia, sino que se vale para obrar de
sus potencias o facultades –entendimiento y voluntad-- , que emanan de ella como de su propia raíz, algo semejante ocurre
con nuestro organismo sobrenatural.
“La
gracia santificante, que constituye como el alma de ese organismo sobrenatural, no es inmediatamente operativa por sí misma,
no es un elemento dinámico, sino estático, no se nos da en el orden de la operación, sino en el orden del ser . Por eso, a semejanza de la esencia del alma
en el orden natural, la gracia necesita valerse para obrar de una suerte de potencias sobrenaturales que son infundidas por Dios en las potencias del alma –entendimiento y voluntad-- juntamente con la gracia que se infunde directamente en la esencia misma del alma. Estas potencias sobrenaturales
no son otra cosa que las virtudes infusas y los dones del Espíritu Santo.
“De
manera que así como en el orden natural podemos distinguir en la vida del hombre cuatro elementos fundamentales a saber: el
sujeto, el principio formal de su vida, sus potencias y sus operaciones, de manera semejante encontramos en todos esos elementos
en el organismo sobrenatural. El sujeto es el alma; el principio formal de su vida es la gracia santificante; las potencias
sobrenaturales son las virtudes infusas y los dones del espíritu santo, y las operaciones son los actos de esas virtudes infusas”.
(Antonio Royo Marín. Op. Cit. P. 272).
Estas virtudes
infusas ordenan las potencias al fin de la vida cristiana y son las virtudes teologales: Fe, Esperanza y Caridad. Las siguientes
virtudes infusas existen con relación a los medios, y son las virtudes morales o cardinales, que son: prudencia, justicia,
fortaleza y templanza.
Las virtudes
cardinales responden al orden de la gracia esto es, el fin de la participación de la divinidad al hombre, y las segundas responden
al orden de las virtudes adquiridas, que perfeccionan el alcance de la finalidad primaria, respecto de los medios adecuados
para ello.
Las virtudes Teologales
Respecto
de las virtudes teologales, con ellas se realiza perfectamente la unión inmediata con Dios en la tierra, ya que por la Fe, Dios se nos da a conocer
y por su medio nos unimos con Él como Primera Verdad. Por la Esperanzase
nos hace desear como Bien supremo, y mediante la Caridad,
nos unimos con Él con amor de amistad en cuanto infinitamente bueno en sí mismo.
Ello corresponde
perfectamente con la naturaleza que Dios ha dado al hombre, por la que única y exclusivamente podemos unirnos con Dios como
razón de verdad, mediante la inteligencia y mediante la razón de bien, mediante la voluntad y esta última tiene la apropiación
de bien para nosotros, mediante la operación de la esperanza y de amable en sí mismo, mediante la caridad.
Así, la Fe es una virtud sobrenatural infundida por Dios en el entendimiento por la
cual asentimos firmemente a las verdades divinamente reveladas apoyados en la autoridad o testimonio del mismo Dios, que no
puede engañarse ni engañarnos.
Mediante
la Esperanza confiamos con plena certeza alcanzar la vida
eterna y los medios necesarios para llegar a ella apoyados en el auxilio omnipotente de Dios.
Asimismo, la Caridad sobrenatural
es la virtud teologal, superior a la Fe y a la Esperanza (I. Cor. 13, 13), infundida
por Dios en la voluntad por la que amamos a Dios por sí mismo sobre todas las cosas y a nosotros y al prójimo por Dios. Por ello se trata de una virtud estrictamente sobrenatural, sin la cual, todos los
actos carecen del valor sobrenatural, como lo expresa San Pablo, esto es, todo acto que no ha sido hecho por el amor de Dios,
por grande que parezca a los hombres, no tiene valor sobrenatural ni sirve de algo al hombre, ni siquiera a su prójimo, por
lo que al parecer del Apóstol de las gentes, es igual a hacer nada (I. Cor. 13, 1-3).
Señala el
Catecismo Oficial de la Iglesia Católica (2013)
“Todos los fieles, de cualquier estado o régimen de vida, son llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección
de la caridad’ (LG 40). Todos son llamados a la santidad: ‘Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”
(Mt 5, 48).
Las virtudes
teologales tienen por objeto inmediato al mismo Dios, con los actos correspondientes
de creer, esperar y amar.
Virtudes cardinales, dones
y frutos del Espíritu Santo, bienaventuranzas y obras de misericordia.
Como ha
quedado establecido, adicional a las virtudes teologales, Dios infunde en el alma justificada por la Gracia otra serie de energías sobrenaturales para obrar virtuosamente según las exigencias
de la vida divina que crece y se desarrolla en la persona. Se llaman virtudes morales o cardinales.
Es preciso
aclarar que la diferencia entre las virtudes teologales, que tienen por objeto inmediato a Dios mismo, las virtudes morales
inclinan y disponen a las potencias del hombre, inteligencia y voluntad, para
seguir el dictamen de la razón iluminada por la Fe con relación
a los medios conducentes al fin sobrenatural. Las virtudes morales recaen sobre
los medios más oportunos para llegar al fin que es Dios. Sirven para practicar de
manera cada vez más perfecta la vida en las virtudes teologales. Son numerosas, pero la escritura pondera las siguientes:
prudencia, justicia, fortaleza y templanza.
Prudencia sobrenatural.
Es una virtud
especial infundida por Dios en el entendimiento práctico para el recto gobierno de nuestras acciones particulares en orden al fin sobrenatural. Controla al sujeto
y al modo de ejercer las virtudes teologales y el resto de las virtudes cardinales por razón del propio sujeto, para que el
acto sea a su debido tiempo y teniendo en cuenta todas las circunstancias. Es
el timón de la nave donde viajan todas las virtudes.
Justicia sobrenatural.
Como virtud
cardinal no se le considera en su sentido bíblico, que es sinónimo de santidad, sino como virtud especial. Se define como
una virtud sobrenatural que inclina constante y perpetuamente a la voluntad a dar a cada uno lo que le pertenece
estrictamente.
La justicia
está integrada por: hacer el bien y evitar el mal.
Se subdivide
en tres especies: justicia legal, justicia distributiva y justicia conmutativa.
Sus principales
virtudes derivadas son:
a) Religión:
con respecto a Dios;
b) Piedad:
con respecto a los padres, los hijos, los hermanos, los esposos, los niños y los ancianos, y el prójimo en general, así como
al cumplimiento de las obligaciones que se derivan de las leyes de los hombres correspondientes al país en que se ha nacido.
c) Obediencia: con respecto a los superiores legítimos, que excluye la obediencia a cometer pecado o por encima del
amor a Dios;
d) Gratitud:
por los beneficios recibidos y la amistad o afabilidad en el trasto con el prójimo.
Expongamos
cada uno.
A. Religión.
El culto
debido a Dios constituye la virtud de la Religión, mediante:
a) Culto Interno. Se compone de dos actos fundamentales, la devoción y la oración. La devoción consiste en una prontitud de ánimo para entregarse a las cosas
que pertenecen al servicio de Dios. La oración que es vocal, mental y de culto de vida al presentar a Dios cada acto como
una oración de amor a Él.
b) Culto Externo. Sus principales actos son la adoración, el Sacrificio, las ofrendas
u oblaciones, el voto y la invocación del nombre de Dios.
Adoración.
Es un acto
externo de la virtud de la religión por el que testimoniamos el honor y reverencia que
merece la excelencia infinita de Dios y nuestra sumisión y amor a Él. El máximo culto de adoración es participar en la celebración
de la Eucaristía, que debe extenderse al culto interior
y toda la vida del cristiano.
Sacrificio.
Es el acto
principal del culto externo y público y consiste en el ofrecimiento externo de
una cosa sensible con su real inmutación o destrucción, realizada por el sacerdote en honor de Dios para testimoniar su supremo
dominio y nuestra rendida sumisión a Él, por el amor que de nosotros merece y es nuestra obligación darle. El máximo culto
de sacrificio adoración es participar en la celebración de la Eucaristía,
que debe extenderse al culto interior y toda la vida del cristiano, ya que Cristo es la víctima y el sacerdote que la ofrece
por nuestro amor.
Ofrendas
u oblaciones.
Consisten en la espontánea
donación de una cosa para el culto divino.
El voto.
Es una promesa deliberada
y libre hecha a Dios de un bien posible y mejor que su contrario.
Invocación
del nombre de Dios.
Consiste en la alabanza externa,
como manifestación del fervor interno, del Santo Nombre de Dios en el culto público o privado.
B. La Piedad.
La piedad puede tomarse con
diversos sentido, tales como devoción, religiosidad, compasión, misericordia, o
como un don del Espíritu Santo.
Como virtud especial derivada
de la justicia, se define como una virtud sobrenatural que nos inclina a tributar a los padres y a todos los que se relacionan
con ellos, el honor y el servicio debidos. Se incluyen en este apartado los padres, los hijos, los hermanos, la autoridad
civil y las autoridades religiosas.
En el caso de los primeros, el honor y el servicio por excelencia es ofrecer, con
la conducta apropiada para cada caso y disponiendo de los recursos prudentes a su alcance, el medio y ayuda necesarios para
que cada uno se salve y se santifique. Como expresó San Pablo y retomó San Benito en su regla, enseñando a todos las cosas
buenas y santas, antes con el ejemplo que con las palabras (Regla de San Benito Abadía del Tepeyac. 1998. P. 59). A los que son capaces se les propondrá con palabras los mandatos del Señor, y en cambio a
los duros de corazón y simples se les mostrará los mandatos divinos con el ejemplo.
Cuando se muestre lo que no
debe hacerse, “no sea que después de predicar a los otros lo descalifiquen a él” (I Cor. 9, 27), y un día por
pecador le diga Dios: por qué recitas mis preceptos y tienes siempre en la boca mi alianza tu que detestas mi enseñanza y
te echas a la espalda mis mandatos” (Sal. 49, 16-17); y “¿por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en
el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo?” (Mt. 6, 3).
No hacer distinción de personas
y no amar más a uno que a otro, sino a aquel que se porte mejor en la obediencia
y en las buenas obras, ya que lo único que nos diferencia ante Dios Es que nos vea humildes y mejores en el obrar que los
demás” (San Benito, Op. Cit.).
Al instruir aplica el modelo
apostólico de reprender, reprochar y exhortar (2 Tim. 4, 2)., “a los indisciplinados y rebeldes se les debe corregir
con mayor dureza. En cambio a los obedientes, mansos y sufridos animarlos para que vayan a más. Pero advertimos que reprenda
y castigue a los negligentes y despectivos” (San Benito, Op. Cit).
Jamás se deben encubrir los
pecados de los transgresores, los cuales deben amonestarse debidamente, acordándose de la condena de Elí, Sacerdote de Silo.
(Debe recordarse que la conducta
de los hijos de Elí, con sus transgresiones a la ley de Dios, escandalizaban al pueblo y Elí era suave en amonestarlos y les
decía “Si un hombre ofende a otro, Dios puede hacer de árbitro: pero si un hombre ofende al Señor ¿Quién intercederá
por él?”... “pero ellos no hacían caso de su padre, porque el Señor
había decidido que murieran (I Sam. 2, 25).
Un profeta se presentó ante Elí y le dijo: “Así dice el Señor: Yo
me revelé cuando eran todavía esclavos del faraón en Egipto. Entre todas las tribus de Israel me lo elegí para que fuera sacerdote,
subiera a mi altar, quemara mi incienso y llevara el efod en mi presencia; y concedí a la familia de tu padre participar en
las oblaciones de los israelitas. ¿Por qué habéis tratado con desprecio mi altar y las ofrendas que mandé hacer en mi templo?
¿Por qué tienes más respeto a tus hijos que a mi, cebándolos con las primicias de mi pueblo Israel ante mis ojos?. Por eso
–oráculo del Señor, Dios de Israel--, aunque yo te prometí que tu familia y la familia de tu padre estarían siempre
en mi presencia, ahora –oráculo del Señor—no será así. Porque yo honro a los que me honran, y serán humillados
los que me desprecian. Mira llegará el día en que arrancaré tus brotes y los de la familia de tu padre, y nadie llegará a
viejo en tu familia. Mirarás con envidia todo el bien que voy a hacer; nadie llegará a viejo en tu familia. Y si dejo a alguno
de los tuyo que sirva a mi altar, ase le consumirán los ojos y se irá acabando. Pero la mayor parte de tu familia morirá a
espada de hombres...” Yo me nombraré un sacerdote fiel, que hará lo que
yo quiero y deseo; le daré una familia estable y vivirá siempre en presencia
de mi Ungido. Y los que sobrevivan de tu familia vendrán a posternarse ante él para mendigar algún dinero y una hogaza de
pan” (I Sam. 2, 27-36)).
(Conviene discernir que el
ejercicio de la piedad como virtud especial derivada de la justicia, tiene una caución del mismo Cristo, respecto de aquellos,
que sin importar si son familiares, como bien lo ejemplifica el caso de los hijos de Elí, se han determinado a vivir una vida
de pecado, sin importarles la salvación de su alma y que incluso obran en contra de Dios y de quienes cumplen su ley con todo
dolo. “No deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras perlas delante de los puercos, no sea que las pisoteen y, revolviéndose,
os destrocen” (Mt. 6, 6). Esta advertencia la presenta el Señor inmediatamente después de dar la indicación de que primero
conviene sacar la viga del ojo propio para advertir de mejor manera al hermano que tiene una paja en el suyo, para hacer ver
que al que quiere estar ciego, de nada sirven las amonestaciones (Lc. 17, 4) para hacerle que vea y por el contrario, el resultado
puede ser en perjuicio del que amonesta).
Los paréntesis anteriores
se anotan debido a que en los senos familiares suelen presentarse situaciones extremas por las que incluso los padres o uno
de ellos, y/o los hermanos, los hijos y otros familiares, pretenden que la consanguinidad es garantía de obligación de que
su familiar cercano se haga cómplice de sus pecados o no los amoneste, o no les advierta, e incluso por favores y servicios
prestados, piden correspondencia para que el otro se haga cómplice. También suelen mencionar el cumplimiento del cuatro mandamiento
o del deber de amor entre padres, hijos, hermanos etc, para que el otro cometa pecado. Asimismo cuando se enfrentan al que
amonesta, lo hacen con una violencia que comprueba lo dicho por el Señor, cuando se refiere a los puercos y a los perros.
En tal caso, aunque sean familiares, debe aplicarse la recomendación del Señor, para salvaguardar la seguridad propia y la
estabilidad, ya que jamás se convertirán. Para el caso de los padres, conviene tomar consejo de un sacerdote, para que recomiende
la conducta prudente, pero jamás debe obedecerse al padre o a la madre cuando pretenda mandar que se cometa pecado o solidarizarse
con el pecado o no amonestar y señalar las conductas de pecado en la familia, aunque se enojen y truenen o maldigan y echen
a todos en contra de quien prefiere obedecer primero a Dios que al hombre.
Las sagradas escrituras advierten
acerca de quienes siendo necios, pueden salvarse cuando son corregidos. La única manera de diferenciar al necio que se puede
corregir y al necio que de plano no quiere corregirse, porque cree que ya está salvo o porque de plano obra en contra de Dios,
es aplicando la corrección que señala la propia escritura. “El necio no se corrige con palabras” (Prov. 29, 19)
y “Dale con la vara a tu hijo y librarás su alma de la muerte” (Prov. 23, 14).
Para esto hay que utilizar
los medios prudentes de corrección tales como el ejemplo y el sacrificio personal mediante oraciones, o en casos extremos,
cuando el pecado coincide con violación a las leyes de los hombres, la denuncia penal que conduce a una pena corporal, que
es preferible ver al familiar en la cárcel, para que tenga tiempo suficiente de reflexión y para que Dios lo visite en el
dolor y se convierta. Habrá quienes, como en el caso de los hijos de Elí, se nieguen a convertirse y solos se condenen.
San Benito, citando a San
Agustín señala, por último que no hay que olvidar, pasar por alto o descuidar la salvación de las almas ocupados en cosas
terrenas y pasajeras. Nadie puede decir que faltan medios para obrar correctamente, ya que Dios mismo los provee: “Buscad
primero el Reino de Dios y su justicia, lo demás se les dará por añadidura” ( Mt. 6, 33) y también: “Nada falta
a los que le temen” (Sal. 33, 10).
Al procurar con sus advertencias
la enmienda de los demás, se procura la corrección de los propios vicios. (San Benito. Op. Cit. p. 63)
En el caso de la autoridad
civil, el cumplimiento de las leyes del país en todos los órdenes, destacando las
leyes que protegen a los niños desde su concepción, su salud, proveyéndolos de
un hogar con amor y seguridad, libres de peligros como accidentes y violación sexual en su contra; con un ambiente sano para
su desarrollo psicosocial y con la enseñanza del amor de Dios con el ejemplo y las palabras y del prójimo como a sí mismo.
Enseguida el cumplimiento
de todas las demás leyes, en que ningún cristiano está por serlo, exento de obedecer en tiempo y forma. Por ejemplo, denunciar
o presentarse como testigo respecto de los delitos de los que se tenga conocimiento que otros cometen o delitos en los que
se es víctima y sobre todo delitos que afecten de manera directa o indirecta a los que por deber de estado están bajo su cuidado
o sobre los que se tenga autoridad de alguna naturaleza.
En el caso de la autoridad
religiosa, el cumplimiento de los deberes de ayudar a los sacerdotes, religiosos y
religiosas o seglares comprometidos. Obedecer al obispo y a los sacerdotes, así como a las demás personas en las materias
en las que tengan autoridad de carácter religioso. Se cumple con este deber de justicia incluso con dejarse guiar por aquellas
personas que tengan mayor conocimiento en estas materias, y que nos amonestan
y advierten, ya que Dios se vale de quien mejor le parece, aunque a nosotros nos parezcan insignificantes, para corregirnos.
C. La Obediencia o justicia para con los superiores.
Es la virtud moral que hace pronta la voluntad para ejecutar los
preceptos del superior. Su fundamento es la autoridad del superior, recibida directa o indirectamente de Dios (Rom. 13, 1-2).
Incluso se manifiesta como superior el que nos amonesta para la salvación de nuestras almas o para una mayor santidad,
D. La gratitud por los beneficios
recibidos.
Como virtud especial derivada
de la justicia, tiene por objeto recompensar de algún modo al bienhechor por el beneficio recibido, toda vez que nos ha proporcionado
gratuitamente una cosa a la que no teníamos algún derecho. En el corazón del cristiano brota espontáneamente la necesidad
de demostrarle llegada la ocasión oportuna la gratitud. Merece la gratitud, primero Dios, enseguida la Santísima Virgen María. También los sacerdotes, nuestros padres, maestros y personas que nos sirven. No entra aquí
el chantaje de que tengamos la obligación de tener gratitud mediante la ejecución de un acto contrario a la ley de Dios a
cambio de algo que alguna persona, incluso nuestros padres o hermanos, amigos o personas cercanas, hayan hecho por nosotros.
E. La amistad
o afabilidad.
Como virtud
especial derivada de la justicia la afabilidad nos impulsa a poner en nuestras
palabras y acciones exteriores cuanto pueda contribuir a hacer amable y placentero
el trato con nuestros semejantes. Es una de las más inconfundibles señales del
auténtico espíritu cristiano. Sus actos son variados y todos excitan la simpatía y cariño de nuestros semejantes en todos
los casos. Se excluyen aquellos cuya naturaleza es la irreductible obligación de denunciar al pecado, en la lucha por mantener
la gracia santificante y cumplir con el primer mandamiento de la ley de Dios que ordena amarlo a Él por encima del hombre.
Jamás por ser afable o benigno debe renunciarse a la energía de la lucha por la fe de Cristo frente al error, venga de quien
venga, conforme lo señala la prudencia y la fortaleza.
La benignidad
el trato delicado, la alabanza sencilla, el agradecimiento manifestado con entusiasmo, el buen recibimiento incluso al pecador,
la indulgencia, la paz, la paciencia, la mansedumbre, la exquisita educación en las palabras y modales, etc., ejercen un poder
de seducción y simpatía en torno del cristiano.
Como virtud
especial, se diferencia del trato puramente humano, por el cumplimiento de los deberes del cristiano y su virtud.
F. Otras
virtudes derivadas de la justicia.
Son las
que proceden en orden a decir siempre la verdad. La fidelidad en el cumplimiento de las promesas y compromisos; la simplicidad o sinceridad en palabras y hechos, la liberalidad en el desprendimiento de las riquezas
o bienes de la tierra.
Fortaleza sobrenatural.
Es un hábito
sobrenatural que robustece el ánimo para enfrentar con energía los mayores peligros o dificultades en el camino de la virtud,
sin desfallecer ante los más duros trabajos.
Los dos
actos que constituyen a la fortaleza son: atacar y resistir. “Unas veces hay que atacar para la defensa del bien, y
otras resistir con firmeza los asaltos y dificultades, para no retroceder un paso en el camino emprendido. De estos dos actos
el principal y más difícil es el de resistir o soportar las dificultades sin desfallecer. Por eso, el acto del martirio , que resiste hasta la muerte antes que abandonar el bien, constituye el acto principal de
la virtud de la fortaleza” (Royo Marín, Op. Cit. p, 296).
Las virtudes
derivadas de la fortaleza o partes potenciales son: magnanimidad o grandeza del alma, que se manifiesta al perdonar los agravios
cometidos en contra de uno y ofrecer sacrificios por los que los cometen.
Sigue la
paciencia y longanimidad, que consiste en sobrellevar con el silencio prudente, pero sin agraviar a la justicia y la defensa
del bien que procede de cumplir el primer mandamiento de la ley de Dios, de manera heroica y callada las privaciones y sufrimientos
que Dios permita que suframos.
Asimismo,
la perseverancia, que consiste en el cumplimiento firme y constante de la voluntad de Dios expresada en los 10 mandamientos
y en los consejos del Evangelio.
Templanza sobrenatural.
Es lo mismo
que moderación y tiene por objeto, como virtud especial infundida por Dios, moderar la inclinación de la naturaleza humana
hacia las cosas deleitables, sobre todo hacia los placeres del gusto y del tacto, conteniéndolos dentro de los límites de
la razón iluminada por la fe. Esta nos hace usar de los placeres lícitos con un fin honesto y sobrenatural, en la forma señalada
por la Ley de Dios a cada uno según su estado de vida y condición.
La templanza inclina a la mortificación incluso de muchas cosas lícitas, para
mantenernos alejados del pecado y tener perfectamente sometida a la vida pasional.
Las virtudes
derivadas de la templanza son: la abstinencia, la castidad, la mansedumbre, la clemencia y la humildad.
Abstinencia.
Es la virtud
que nos inclina a usar moderadamente de los alimentos corporales según el dictamen de la razón iluminada por la fe.
Castidad.
Es la virtud sobrenatural
moderadora del apetito genésico. Hace al hombre semejante a los ángeles; es una virtud delicada y difícil, a cuya práctica
perfecta no se llega ordinariamente sino a base de una continua vigilancia y una severa y estricta austeridad con los ojos,
la imaginativa y las inclinaciones naturales del apetito que se experimentan en el cuerpo.
Mansedumbre.
Es una virtud
especial que tiene por objeto moderar la ira según la recta razón iluminada por
la fe. “No toda ira es mala, sino que puede ser hasta un acto de
virtud cuando proceda del celo por la gloria de Dios. Jesucristo, modelo incomparable
de dulzura y mansedumbre (Mt 11, 29), cogió, sin embargo, el látigo y arrojó
airadamente a los profanadores del templo (Jn 2, 14-17). Y lanzó terribles invectivas contra el orgullo y mala fe de los fariseos
(Mt.23, 13-33)” (Royo Marín. Op. Cit. p, 301). El Señor calificó terriblemente como hipócritas, sepulcros blanqueados,
asesinos, codiciosos, avaros, falsos etc, a los que querían incluso contraponer las acciones y las palabras de Cristo con
la Ley de Moisés, con lo que nos dio ejemplo de la manera en
que debe afrontarse a quienes abusando de su autoridad o de su conocimiento o ignorancia o porque han inventado su propia
religión, quieren hacer parecer que Dios está a favor de sus actos pecaminosos. Esto aplica para todo ser humano, sean conocidos,
desconocidos, pariente o amigos.
Aclara el
Padre Royo Marín que como la ira es una fuerte pasión que fácilmente se puede
desbordar, degenerando en odio o crueldad, requiere de una virtud especial que la contenga dentro de los límites de la razón
y de la fe, es la mansedumbre.
Humildad.
Es la virtud
que nos inclina a cohibir el desordenado apetito de la propia excelencia, dándonos el justo conocimiento de nuestra pequeñez
y miseria, principalmente con relación a Dios.
“La
humildad no es ciertamente la mayor de todas las virtudes. Sobre ella están las virtudes teologales –fe, esperanza y
caridad—y la justicia, sobre todo legal. Pero en cierto sentido es ella la virtud fundamental, como fundamento negativo
(o sea removiendo los obstáculos) de todo el edificio sobrenatural, ya que, como dice el apóstol Santiago, Dios resiste
a los soberbios y da su gracia a los humildes (Sant. 4, 6). En este sentido la humildad y la fe son las dos virtudes fundamentales,
en cuanto que constituyen como los cimientos de todo el edificio sobrenatural, que se levanta sobre la humildad como fundamento
negativo –removiendo obstáculos—y sobre la fe como fundamento positivo, estableciendo el primer contacto del alma
con Dios” (Royo Marín. Op. Cit. p, 304).
Los Dones del Espíritu Santo.
Son perfecciones
sobrenaturales, regalos de Dios por las cuales el hombre se dispone a obedecer prontamente a la inspiración divina, la cual
es un impulso y moción especial del Espíritu Santo, no como una invitación sobrenatural de Dios, común, a hacer algún bien
o a evitar algún mal, sino un impulso venido de Dios de forma directiva para ejecutar lo que en el aquí y en el ahora, Dios
mueve al alma.
Son hábitos,
no solo actos o disposiciones dadas transitoriamente y son infundidos por Dios para que obre de modo sobrehumano con cierta
connaturalidad a las cosas divinas y con cierta experiencia de ellas, como movido por instinto del Espíritu Santo, que exigen
en el hombre y le disponen para ser una disposición habitual para obrar.
Los dones
del Espíritu Santo son diversos y distintos de las virtudes infusas y adquiridas.
Las virtudes
adquiridas ven el objeto como susceptible de ser dirigido por las reglas del conocimiento y de la prudencia adquiridas. Las
virtudes infusas ven al objeto como dirigible por las reglas del conocimiento y prudencia igualmente infusas, esto es, por
la luz de la fe y de la gracia, pero siempre conforme al modo y capacidad humana, o sea con la razón que especula, delibera
y aconseja.
En cambio los dones del Espíritu Santo ven su objeto como asequible de un modo más alto, esto es, por afecto
interno y especial instinto del Espíritu Santo, fuera de las leyes de la especulación y de las reglas de la prudencia.
Los dones
del Espíritu Santo o bien se ordenan o mueven a obras extraordinarias por razón de la fe , que no suelen ocurrírsele a los
fieles, o bien y con mayor frecuencia, a materia ordinaria de las virtudes, pero
de modo extraordinario o sin previo examen.
Es a través
de la virtud teologal o cardinal correspondiente, que los dones del Espíritu Santo influyen sobre todas las demás virtudes
derivadas de aquellas, de manera que no hay una sola virtud sobrenatural, ya sea directamente, o a través de alguna teologal
o cardinal, deje de recibir la influencia de alguno o de algunos de los dones de Espíritu Santo.
Una mis
a virtud puede recibir la influencia de varios dones en distintos aspectos; así como un mismo don puede dejarse sentir, en
diversos aspectos, sobre varias virtudes distintas.
De esta
manera la influencia de los dones del Espíritu Santo abarca por completo todo
el panorama de las virtudes sobrenaturales o infusas, haciendo que sus actos se produzcan con una modalidad sobrehumana, heroica
y divina, que jamás hubiera podido alcanzar por sí misma, desligada de la moción divina de los dones.
Por ello
es imposible alcanzar la santidad o plena perfección cristiana fuera del régimen
habitual o predominante de los dones del Espíritu Santo, que es lo propio y característico de la vida mística.
Son siete
los dones del Espíritu Santo según Isaías (II, 2-3): entendimiento, sabiduría, ciencia, consejo, fortaleza, piedad y temor
de Dios.
Don de
temor de Dios.
Es un hábito
sobrenatural por el cual el justo, bajo el instinto del Espíritu Santo, adquiere
docilidad especial para someterse totalmente a la divina voluntad, por amor y
reverencia a la excelencia y majestad de Dios, que puede infligirnos la separación de Él
Royo Marín
distingue cuatro clases de temor: mundano, servil, filial e inicial.
El temor
mundano es el que no vacila en ofender a Dios , incumpliendo o violando alguno o varios de los 10 mandamientos de su ley,
para evitar un mal temporal. Este temor es siempre malo y nocivo, ya que pone su fin en este mundo completamente a espaldas
de Dios. Por sus temores comete pecados para huir de una pena temporal, cayendo en culpa ante Dios y mereciendo la pena eterna.
Por ejemplo quien por el temor a perder propiedades, exclama su oposición a la
Eucaristía o por la misma razón miente.
El temor
servil es aquel que impulsa a servir a Dios por las penas o castigos que de no hacerlo podrían venir sobre el sujeto, por
lo cual es imperfecto para la vida cristiana, por lo que no es un don, pero es un buen inicio de la acción del sujeto, ya
que huye de la culpa para evitar la pena.
El temor
filial, teme ofender al padre por el disgusto que le ocasionaría. No toma en cuenta la pena, sino el agravio.
El temor
inicial huye de la culpa en cuanto a ofensa a Dios con cierto temor a la pena.
En el transcurso
de la vida del cristiano, se pasa del temor filial e inicial, ya insuflado por la caridad, al temor de amor, al temor de separarse
de Dios, de ofender al amor que nos prodiga y que no merece sino amor.
Don de
Fortaleza.
Des un hábito
sobrenatural que robustece al alma para practicar, por instinto del Espíritu Santo, toda clase de virtudes heroicas con invencible
confianza en superar los mayores peligros o dificultades que puedan surgir. Se diferencia de la virtud de la fortaleza, tanto
adquirida como infusa, en cuanto que ésta obra según las comunes reglas de la prudencia natural o sobrenatural, conforme a las cuales mide y calcula sus fuerzas y acciones naturales y sobrenaturales. El don del Espíritu
Santo de la Fortaleza, actúa no midiendo las fuerzas y
acciones conforme a la prudencia, sino obrando conforme a las fuerzas y el brazo de Dios, de un modo sobre humano y fuera
de todas las reglas de prudencia aún infusa.
Mientras
la fortaleza adquirida o infusa, tiende a lo arduo y a lo difícil conforme a
las reglas de la prudencia y al modo humano y capacidad del sujeto, contando con la defectibilidad y flaqueza de sus fuerzas y su miedo, lo cual es causa de que el ejercicio de la virtud fracase, esto es el sujeto mismo, el don del Espíritu Santo consolida la debilidad del sujeto y expulsa todo temor
y por moción del Espíritu Santo obra como si la virtud y energías divinas fueran propias.
Los efectos
que produce el don de la Fortaleza son:
1.- Energía
inquebrantable en el alma en la práctica de la virtud
2.- Destruye
completamente la tibieza en el servicio y la entrega a Dios de la persona y de los bienes que posea.
3.- Convierte
al alma en intrépida y valiente ante toda clase de peligros o enemigos.
4.-Hace
soportar con facilidad los mayores dolores y humillaciones con gozo y alegría. (No implica callarse la defensa de Dios y de
su ley, salvo las precauciones advertidas por el Señor, de no echar lo santo a los perros ni las perlas a los puercos y de
ser prudentes como las serpientes y mansos como las palomas).
5.-Proporciona
al alma el heroísmo de lo pequeño, además del heroísmo de lo grande.
Don de
Piedad.
Es un hábito
sobrenatural, infundido con la gracia santificante, para excitar en la voluntad, por instinto del Espíritu Santo, un afecto filial hacia Dios considerado como Padre y un sentimiento de fraternidad universal
hacia todos los hombres en cuanto hermanos nuestros e hijos del mismo Padre. Es indispensable para perfeccionar hasta el heroísmo la materia de la virtud de la justicia y sus derivadas, principalmente la religión y
la piedad.
1.-Pone
en el alma una ternura magnánima y abundante hacia el Padre que está en los cielos.
2.-Nos hace
adorar el misterio de la paternidad intratrinitaria.
3.-Pone
en el alma un abandono filial en los brazos del Padre.
4.-Nos hace
ver al prójimo como hijo de Dios y hermano de Cristo, y ver por su salvación.
5.-Mueve
al amor y devoción a las personas o cosas que participan en la paternidad de Dios y de la fraternidad cristiana: la Virgen María, los ángeles, las almas del purgatorio, el Papa, los
superiores, el cumplimiento de las leyes de los hombres, ; las sagradas escrituras, la Santa Misa y lo que sirve a su celebración, impulsando en nosotros la entrega al sagrado misterio
y suscitando un dolor por los agravios que se cometan en esta materia.
Don de
Consejo.
Es un hábito
sobrenatural por el cual el alma justa, bajo inspiración del Espíritu Santo, juzga rectamente, en los casos particulares,
lo que conviene hacer en orden al fin último y sobrenatural. Perfecciona la virtud de la prudencia, en casos repentinos, imprevistos y difíciles de resolver, que requieren de una solución rápida, que no podría dar la
simple virtud de la prudencia con su procedimiento humano, lento y discursivo.
1.-Preserva
al alma del peligro de una falsa conciencia.
2.-Resuelve
con seguridad infalible y acierto, multitud de situaciones difíciles e imprevistas.
3.-Inspira
los medios más oportunos para dirigir santamente a los demás, en el ejercicio de su responsabilidad cuando tiene gobierno
sobre otros.
4.-Aumenta
la docilidad y sumisión a los legítimos superiores.
Don de
Ciencia.
Es un hábito
sobrenatural, infundido con la gracia, por el cual la inteligencia del hombre, bajo la acción iluminadora del Espíritu Santo,
juzga rectamente de las cosas creadas en orden al fin sobrenatural. Es necesario para que la virtud de la Fe pueda llegar a su plena expansión y desarrollo. “No basta conocer la verdad
–aunque sea con esa penetración profunda que proporciona el don del entendimiento..--; es preciso que se nos de también
un instinto sobrenatural para descubrir y juzgar rectamente de las relaciones de esas verdades divinas con las cosas creadas,
principalmente con el mundo natural y sensible que nos rodea”. (Royo Marín. Op. Cit. p. 320)
Efectos:
1.-Nos enseña
a juzgar rectamente de las cosas creadas en orden a Dios.
2.-Nos guía
certeramente acerca de lo que tenemos que creer o no creer.
3.-Nos hace
ver con prontitud y certeza el estado de nuestra alma.
4.-Nos inspira
el modo más acertado de conducirnos con el prójimo en orden a la vida eterna.
5.-Nos desprende
de las cosas de la tierra.
6.-Nos enseña
a usar santamente de las criaturas y cosas de la tierra, en orden al fin sobrenatural de amar a Dios.
7.-Nos llena
de contrición, compunción del corazón y arrepentimiento de nuestros pasados errores.
Don de
Entendimiento.
Es un hábito
sobrenatural, infundido con la gracia santificante, por el cual la inteligencia del hombre, bajo la acción iluminadora del Espíritu Santo, se hace apta para una penetración intuición de las verdades reveladas
especulativas y prácticas y hasta de las naturales en orden al fin sobrenatural.
Más que
el don de la ciencia es indispensable para que la virtud teologal de la Fe
llegue a su expansión y desarrollo. Por mucho que se ejercite la fe al modo humano y discursivo, que e la vía ascética, nunca
se podrá perfeccionar ni desarrollar, ya que se requiere de modo indispensable e insustituible
la acción del don del entendimiento, que es la vía mística, esto es, infundido
por Dios.
“El
conocimiento humano es de suyo discursivo, por composición y división, por análisis y síntesis, no por simple intuición de
la verdad. De esta condición general del conocimiento humano no escapan las virtudes infusas al funcionar bajo el régimen
de la razón y a nuestro modo humano (ascética) . Pero siendo el objeto primario de la Fe la Verdad Primera manifestándose (o sea, el mismo Dios hablando), que es una realidad simplicísima,
el modo discursivo, complejo de conocerla, no puede ser más inadecuado ni imperfecto. La Fe de suyo es un hábito intuitivo, no discursivo; y por eso, las verdades de la fe no pueden ser captadas
en toda su limpieza y perfección (aunque siempre en el claroscuro del misterio) más que por el golpe de vista intuitivo y
penetrante del don del entendimiento. O sea cuando la fe se haya liberado enteramente de todos los elementos discursivos que
la impurifican y se convierta en una fe contemplativa o intuitiva. Entonces se llega a la fe pura, tan insistentemente recomendada
por San Juan de la Cruz como único medio proporcionado para
la unión de nuestro entendimiento con Dios”. “..le hace penetrar en las verdades reveladas de una manera tan profunda y se las manifiesta con tal claridad
que, sin descubrirle del todo el misterio –cosa reservada a la visión beatífica--
le da una seguridad inquebrantable de la verdad de nuestra fe”. (Royo Marín. Op. Cit. p. 323).
Don de
Sabiduría.
Es un hábito
sobrenatural, inseparable de la caridad, por el cual el alma juzga rectamente de Dios y de las cosas divinas por sus últimas
y altísimas causas bajo instinto especial del Espíritu Santo, que se las hace saborear por cierta connaturalidad y simpatía.
Es el más perfecto de los dones y es el encargado de llevar a su perfección a la primera y más excelente de todas las virtudes:
la caridad.
Por ser
la caridad la virtud más excelente, la más perfecta y divina, está reclamando y exigiendo por su misma naturaleza, la regulación
divina del don de la sabiduría.
Sin la sabiduría,
la caridad se asfixiaría, limitada a los estrechos senderos humanos, ya que se le imponen cargas de prudencia y mezquindades
de intereses, incluso muy apoyados por citas de la escritura para asfixiarla en su excelencia divina sin ataduras.
“La
caridad heroica de los grandes santos era efecto de la actuación intensísima en sus almas del don de la sabiduría”.
(Royo Marín. Op. Cit. p. 326).
Efectos:
1.-Proporciona
a los que la aman y le abren su corazón el sentido divino, de eternidad con que juzgan todas las cosas.
2.-Hace
vivir de un modo enteramente divino los misterios de nuestra fe.
3.-Hace
vivir en sociedad con las tres divinas personas, mediante una participación inefable de su vida trinitaria.
4.-Lleva
hasta el heroísmo la virtud de la caridad.
5.-Proporciona
a las demás virtudes el último rasgo de perfección y acabamiento, haciéndolas verdaderamente divinas.
Los Frutos del Espíritu Santo.
Los frutos
del Espíritu Santo y las Bienaventuranzas, son actos exquisitos de virtud procedentes
de los mismos dones del Espíritu Santo. Estos frutos se producen cuando el alma del cristiano corresponde dócilmente al la moción del Espíritu Santo. Sin embargo hay que aclarar que no todos los actos
que proceden de la gracia tienen razón de frutos, sino únicamente los más excelsos, que llevan consigo cierta suavidad y dulzura;
son actos procedentes de los dones del Espíritu Santo. Al mismo tiempo que son frutos
con relación a la vida temporal, “son flores con relación al fruto final de la vida eterna, que ya anuncian y que hacen
pregustar al alma” (Royo Marín. Op. Cit. p. 239).
Son menos
perfectos que las bienaventuranzas; todas las bienaventuranzas son frutos, pero no todos los frutos son bienaventuranzas.
Son actos
virtuosos del hombre santificado y en su calidad de frutos son últimos y deleitables. Son el preludio de la felicidad eterna.
Son contrarios de manera absoluta a las obras de la carne.
Caridad.
Siendo la
reina de las virtudes, cuando los actos de caridad se producen con suavidad y dulzura, constituyen el fruto del Espíritu Santo.
Gozo
Espiritual.
Es uno de
los tres principales efectos internos que produce la caridad. Es una felicidad suave y permanente que procede de la pureza
de conciencia y de la elevación del alma a las cosas dignas.
Paz.
Siendo que
la paz es obra de la justicia, en cuanto que esta aparta obstáculos y de manera directa procede de la caridad porque esta
causa o produce la paz por su propia razón, ya que siendo la caridad la virtud unitiva por excelencia, de esta unión con Dios
brota la paz (Jn. 14 27).
Longanimidad.
Como virtud
derivada de la fortaleza que da firme ánimo para tender a algo bueno que está lejano, cuya consecución se hará esperar por
algún tiempo, como fruto es la espera deleitosa del que ha llegado a ese momento de esperar al amado, sin otra cosa más que
esperar a que llegue.
Afabilidad.
Como fruto
del Espíritu Santo es deleitable en su ejercicio cuando se trata con los semejantes.
Bondad.
Es el gozo
al vivir con el prójimo la sencillez, la amabilidad, la complacencia, con un particular cuidado con gozo de servir a los demás
y de no dañarles, con generosidad, magnanimidad y desinterés. El trato no es brusco, su tono de voz no es imperioso. No se
contradice con la energía del que denuncia o amonesta, sino que encuentra el medio de diferenciar lo que es una cosa y otra
con el mismo prójimo. No escatima su tiempo cuando se trata de ponerlo al servicio del prójimo, sobre todo cuando se trata
de su salvación.
Fe.
Es una particular
seguridad y firmeza que causa en el alma un gozo y deleite inefable al contemplar lo que la virtud teologal del mismo nombre
le ofrece.
Mansedumbre.
Es el gozo
del alma por hacerse tratable por todos los demás, incluso por los enemigos de la fe y los pecadores, aunque se haya ejercitado
con ellos la denuncia profética o la amonestación. Es hacerse todo para todos.
Templanza.
Se expresa
en el gozo del alma del cristiano en vivir la modestia, que consiste en cohibir
y restringir los apetitos desordenados de la concupiscencia. El goce es como el de los vencedores de una guerra. Asimismo es el gozo en vivir la continencia, mediante la privación del placer. Alcanza
su perfección al adquirir la virginidad de espíritu, participada por María al que se la pide. Además consiste en el gozo del
alma del cristiano por vivir la castidad, que consiste en el recto uso de las cosas lícitas, para referirlas a Dios para su
mayor gloria. Esto se hace de modo permanente, en forma de hábito y de acto siempre en ejercicio. Lo primero es de los bienaventurados,
lo segundo de los justos en la tierra, lo tercero es lo que debemos procurar adquirir los cristianos, hasta lograrlo siempre.
Las Bienaventuranzas Evangélicas.
Como ya
quedó asentado, los hechos que constituyen las bienaventuranzas expresadas por Nuestro Señor Jesucristo, son el punto culminante
y coronamiento definitivo en la tierra, de toda la vida cristiana.
La vida
en el Reino de Dios tiene una progresión gradual fundada en las obras sobrenaturales de virtud.
Primero
son los actos virtuosos comunes bajo el influjo de la gracia actual y poseyendo el hábito de las virtudes infusas, pero que
siempre se realizan por el cristiano en su modalidad humana.
En segundo
lugar se encuentran los actos virtuosos procedentes de los dones del Espíritu Santo, con su modalidad divina y sobrehumana.
Estos actos pueden ser de dos clases. La primera clase es la de los actos se producen con madurez, facilidad y gusto y corresponde
a los frutos del Espíritu Santo. La segunda clase es la de los actos como virtudes
heroicas, cuando la acción de los dones es desbordante y dominadora, constituyen actos exquisitos, maduros y deleitables en
grado excelso, y son los que constituyen a las bienaventuranzas evangélicas. Son como el anticipo del goce de la visión de
Dios.
Lo mismo
que los frutos del Espíritu Santo, no son hábitos sino actos. Y cada uno de ellos lleva consigo una recompensa inefable.
Santo Tomás
de Aquino explica que los actos de las bienaventuranzas se indican como méritos y son preparaciones o disposiciones para la
felicidad perfecta o incoada. Las bienaventuranzas que Cristo ha señalado como premios,
pueden ser en sí mismas o la bienaventuranza perfecta, y es cuando se refiere a la vida futura, o alguna incoación de la bienaventuranza que se da en las almas perfectas, y entonces pertenecen como premios
a la vida presente, ya que cuando el cristiano empieza a progresar en los actos de las virtudes y de los dones, puede esperarse
de él que llegará a la perfección de esta vida y a la del cielo.
EL premio
de las bienaventuranzas se inicia en esta vida y se consumará de modo perfecto en el cielo.
“Todos
los premios se consumarán perfectamente en la vida futura; pero, entre tanto, también se iniciarán de algún modo en esta.
Porque el reino de los cielos puede entenderse, dice San Agustín, como el principio de la sabiduría perfecta, cuando empieza
a reinar en ellos el espíritu. La posesión de la tierra señala también el buen afecto del alma que reposa por el deseo en
la estabilidad de la herencia perpetua, significada por la tierra. Son consolados también en esta vida, participando del Espíritu
Santo, que es el Paráclito, es decir, el Consolador. Y son saciados, aún en esta vida con el alimento del que habla el Señor:
“Mi comida es hacer la voluntad de mi Padre” (Jn. 4, 34). También en esta vida consiguen los hombres la misericordia
de Dios, y, también en este mundo, purificada la visión del ojo por el don del entendimiento, pueden de algún modo ver a Dios.
Y, finalmente, los que pacifican en esta vida sus deseos y movimientos, asemejándose cada vez más a Dios, se llaman y son
verdaderamente hijos de Dios. Todo esto, no obstante, se realizará de un modo más perfecto en la gloria”. (Santo Tomás
de Aquino. Citado por Royo Marín. Op. Cit. p, 339).
Cristo pone
en primer lugar la libertad frente a los obstáculos que impiden la unión con Dios, por eso enumera primero las riquezas y
los honores, para de allí avanzar hacia la perfección que se corona con la persecución por su causa.
De los
Pobres de Espíritu es el reino de los cielos (Mt. 5, 3).
Consiste
en tener el corazón perfectamente desprendido de las cosas de este mundo, se incluye la negación de sí mismo, sin la cual
no se puede aspirar a la vida eterna y es tan radical la exigencia de Cristo, que incluye la no apropiación de personas y
afectos a la par o por encima del Reino de Dios. Quien ame más a su padre a su madre, a su esposa o a sus hijos, no es digno
de Cristo. El que coloque cualquier posesión de su voluntad a la par o por encima de la posesión de Dios no puede poseer el
premio, que es el reino e los cielos.
Cabe señalar
que respecto de los bienes materiales, es más propicia la pobreza material que la posesión de riquezas para obtener la felicidad
de los pobres de espíritu y poseer el reino de los cielos, ya que es muy difícil a los ricos entrar en el reino (Mt. 19, 23);
quien haya recibido el consuelo del dinero, no recibirá por ello el Reino de
los cielos (Lc. 6, 24); y no se puede servir a Dios y al dinero (Lc. 16, 13). Por razón natural es más fácil no apegarse a
las riquezas y a los bienes de la tierra cuan do no se tienen , que desprenderse de estas
cuando se poseen y es más fácil caer en la avaricia cuando se tienen las riquezas y caer con ello en la idolatría como
dice San Pablo.
Los Mansos
de Corazón poseerán la tierra (Mt. 5, 4)
La mansedumbre
existe en la vida del cristiano, como virtud y como fruto del Espíritu Santo, pero también es un acto excelso de la corona
de la vida cristiana, como bienaventuranza. Su contrario es la voluptuosidad, que consiste en seguir la satisfacción de las
pasiones del apetito irascible y del concupiscible. “Del desorden de las pasiones irascibles retrae la virtud de la
mansedumbre según la regla de la razón; pero los dones del Espíritu Santo lo retraen de un modo más excelente, hasta el punto
de que el hombre, conformándose del todo con la voluntad divina, permanezca completamente tranquilo con relación a ellas”;
se requiere de violencia contra nuestras inclinaciones (Lc. 16, 16) para obtener la mansedumbre de Cristo (Mt. 11, 29) y saborear
la suavidad de su yugo, porque que nos pide que aprendamos de Él . “Manso
es aquel a quien no se le pega el rencor ni la ira, sino que todo lo sufre con ecuanimidad”. (Royo Marín Op. Cit. p,
341-342). No se refiere a la energía y la determinación, firmeza de la voz e
incluso ironía para afrentar al enemigo de la Fe, cuando así
se requiera, o al ejercicio de la amonestación conforme a lo dicho en el caso de la
Piedad.
Los que
lloran serán consolados (Mt. 5, 5).
Esta bienaventuranza,
como las dos anteriores, implica la renuncia de algo que pertenece a la vida voluptuosa, que expresa su conformidad con la
carne y el mundo mediante la risa por el desenfreno de toda clase de placeres pecaminosos. Mientras la virtud retrae de los
placeres ilícitos y modera los lícitos por la regla de la razón, el don del Espíritu Santo
mueve a la renuncia total e incluso se abraza voluntariamente del llanto, que es expresión corporal del acto de la
compunción del corazón, que siente un profundo dolor por sus pecados por haber ofendido a Dios que tanto nos ama y que merece
nuestro amor, y por los pecados de los hombres, e incluso se duele por la indiferencia y desamor para Dios por parte de la
humanidad en general.
Santa Catalina
de Siena distingue cinco clases de lágrimas:
1.-Lágrimas
de la maldad. Engendran la muerte y proceden del pecado y conducen al pecado. Corresponden a corazones desordenados por el
odio, la envidia, la desesperación, la codicia, la avaricia y el miedo o angustia frente a la expectativa de perder riquezas,
tesoros o propiedades, ya que han puesto en estas su corazón y se asemejan a estas.
2.-Lágrimas
de temor por los propios pecados. Son por el temor al castigo, imperfectas, pero como inicio hacia la contrición sirven en
el camino de la conversión.
3.-Lágrimas
por las dificultades y tribulaciones. Son las de quienes empiezan a querer servir a Dios. Corresponden a los que privados
de consuelos sensibles son atormentados por tentaciones y tribulaciones. Aún son del amor propio y no tienen aún amor de Dios.
4.-Lágrimas
de los que amando a Dios y al prójimo, se duelen de las ofensas que se hacen a Dios y se compadecen del daño del prójimo.
5.- Lágrimas
de dulzura. Son las que proceden de la unión con Dios, al darnos cuenta de cuanto nos ama. Son lágrimas de felicidad. Es el
don de lágrimas.
Los que
tienen hambre y sed de Justicia serán saciados (Mt. 5, 6).
Justicia
equivale a santidad. Se trata del deseo ardiente de perfección y santidad. Existen varios niveles en este deseo, como el desear
alcanzar un mayor grado de gloria en el cielo; desear cumplir el mandato de Cristo que quiere que seamos santos y olvidarse
completamente e sí mismo y no tener por objetivo sino la mayor gloria de Dios con nuestra santificación. Este último es el acto perfecto en que consiste la bienaventuranza.
Para que el acto sea perfecto, requiere que sea sobrenatural, procedente de la gracia divina y orientado a la mayor gloria
de Dios; debe ser un acto profundamente humilde, sin apoyarlo jamás en nuestras propias fuerzas; debe ser un acto sumamente
confiado, ya que si bien nada podemos, todo lo podemos en Dios (Flp. 4, 13). Debe ser un acto predominante, esto es más intenso
que cualquier otro deseo, el deseo fundamental de toda nuestra vida. Debe ser constante y progresivo, sin olvidos o para cuando
tengamos tiempo. Debe ser práctico y eficaz, no de un quisiera, sino de un quiero determinante, enérgico, efectivo y eficaz,
que se traduce en la práctica poniendo todos los medios a nuestro alcance para
conseguir la perfección a toda costa.
Los Misericordiosos
alcanzarán misericordia (Mt. 5, 7).
Es una virtud
especial que proviene de la caridad, que nos inclina a compadecernos de las miserias y desgracias del prójimo y a remediarlas
en cuanto dependan de nosotros. Se trata de la mayor de las virtudes que podemos practicar con relación al prójimo. Como acto
con relación a nosotros, se desprende del agravio por alguna acción que el prójimo haya cometido y que nos afecte directa
o indirectamente de modo personal, como en el caso del administrador infiel (Lc. 1, 12). Como acto con relación a la necesidad
de otros, incluyendo a los enemigos y a los desconocidos, consiste en ponerles el remedio que esté a nuestro alcance, como
también nos enseña el buen samaritano (Lc. 6. 33-36; Lc. 10, 25-37): dar limosna y socorrer al necesitado. Como acto exquisito
de amor a Dios y al prójimo por Dios, consiste en hacer lo que esté a nuestro alcance para que el prójimo se salve. Entre
los actos para ejercer esta misericordia, se encuentra el ejemplo que se da con
el ser justos delante de Dios y enseguida enseñando a los demás acerca de las cosas de Dios, así como amonestando al prójimo
cuando se encuentre en el error o en el pecado y denunciando el mal proceder y el daño, en el marco del ejercicio de la denuncia
profética que con la debida instrucción y los dones de ciencia, consejo, entendimiento y fortaleza, debemos realizar. Semejante
al trabajo de un médico con un enfermo al que hay que cortarle la pierna para salvar su vida, es la amonestación y la denuncia
profética que hace el cristiano para salvar a su prójimo.
Los Limpios
de Corazón verán a Dios (Mt. 5, 8).
Se trata
de la limpieza de todo pecado y es efecto del don de entendimiento, por el cual el Espíritu Santo purifica y eleva hasta tal
punto la visión espiritual del alma, que se le permite ver a Dios desde esta vida en todo cuanto existe. La limpieza de corazón
consiste primeramente en estar libre de todo pecado, enseguida, en estar libre de todo afecto por las cosas creadas y en grado
perfecto, en alcanzar la virginidad de espíritu. A semejanza de la
Santísima Virgen María, que es la criatura original en la que Dios depositó todos los decretos de la creación
y de la redención, en la medida en que el cristiano cumple debidamente con sus deberes desde el estado particular en que se
encuentra, y se eleva, por la ordinaria imitación de Cristo desde el seno inmaculado de la Virgen María y habiendo pedido con suavidad e insistencia el don de la virginidad de espíritu,
la obtendrá de María y se convertirá en madre de Cristo (Mt. 12, 50), la cual es virgen, lo cual no sería posible para el
cristiano, sin que cumpla debidamente la voluntad de Dios. El don de lágrimas ha sido señalado, por los padres del desierto,
como un fruto de los que siendo limpios de corazón han alcanzado la virginidad de espíritu, esto es, aquella semejanza con
Dios que tiene como el tesoro de su identidad la Santísima Virgen
María, y de donde procede su virginidad y que Ella da a quien quiere y que se lo ha pedido, ya que Ella es el original de
toda la creación y de la redención del hombre, al que han de asemejarse todos los verdaderos hijos de Dios, tal como Cristo
lo hizo, ya que no existe criatura alguna más semejante a María que Cristo ni mas semejante a Cristo que María, puesto que
uno y otro se tienen por original conforme a la naturaleza, oficio y misión de cada uno.
Los Pacíficos
serán llamados hijos de Dios (Mt. 5, 9).
Los pacíficos
son los que viven la paz de Cristo, que no es como la que da el mundo (Jn. 14 27), ya que por Cristo, hay división y espada
y al mismo tiempo existe paz en quienes viven y sufren la división y la espada por su nombre, ya que viven la tranquilidad
del orden de dar a Dios los que es de Dios. La paz y la acción pacificadora puede iniciar con la promoción del no conflicto,
pero diferenciando de manera clara y bien determinada, la calma, el bienestar
y tranquilidad que tiene por fundamento las convenciones entre los hombres o las que procedan de sus acuerdos de intereses
personales, grupales o sociales, y del cumplimiento de la ley de Dios, de cuyo árbol procede la paz verdadera que tienen los
que son de Cristo. Tiene paz con Dios, la paz verdadera, aquel que cumpliendo su voluntad, ejerce la denuncia y la amonestación cristianas y que de estos actos vengan conflictos, señalamientos y persecuciones, e incluso
sea señalado como perverso, agente de discordia, virulento, agresivo o violento.
De los
que padecen persecución por la justicia es el Reino de los Cielos (Mt. 5, 10).
La palabra
justicia en lenguaje bíblico equivale a santidad, el cumplimiento íntegro y perfecto
de la ley de Dios. Justo es lo mismo que santo. Baste decir que Cristo dijo (Jn. 3, 20) que el que obra el mal, odia la luz
y no viene a la luz por que sus obras no sean reprendidas, y esta es la verdadera razón de las persecuciones que padecen los
justos por parte de los malvados, los que obran injustamente. Primeramente el hombre justo es perseguido por las inclinaciones de su naturaleza, hasta que con una vida virtuosa las vence. Enseguida e perseguido
por los recuerdos de la vida disipada, hasta que con el ejercicio de la virtud los vence. Asimismo, es perseguido por el demonio
con toda clase de tentaciones y seducciones y con ayuda de Dios vence. También es perseguido por los hombres, que pueden incluso
ser sus hermanos, su madre y parientes, vecinos y conocidos, frente a lo cual
no ceja el ejercicio de la virtud, de la denuncia, de la amonestación, salvo los casos establecidos por el mismo Cristo, respecto
de aquellos que compara con perros y puercos. También ejerce la prudencia de las serpientes y huye cuando es necesario (Lc.
21, 20-22). Las persecuciones son la confirmación de la vida en Cristo. Esta bienaventuranza no es entendida por los que están
en vías de perdición, por causa de la ceguedad en que se encuentran sumergidos por el pecado, las preocupaciones del mundo,
las riquezas y las ocupaciones en sí mismos y esto lo advierte San Pablo: “La predicación de la cruz es una necedad para los que se pierden; mas para los que se salvan,
es fuerza de Dios” ( I Cor. 1, 18).
Premios de Dios para los vencedores
Todavía aún más, Cristo determina
una serie de premios especiales para los que Él mismo llama “los vencedores”, respecto de ciertos trabajos de
conversión y perfección, que especifica claramente en el libro del Apocalipsis.
Allí menciona
la clasificación respecto de sus fieles, por su amor, su servicio su determinación, su firmeza su fidelidad y los divide en
siete clases de fieles o siete iglesias, en las que reconoce las virtudes y señala agravios que han cometido en contra de
Dios.
Solamente
de dos clases de fieles, reconoce exclusivamente la virtud y no tiene nada que reclamarles, que son los fieles que han sido
incluidos en las iglesias de Esmirna y Filadelfia.
En dos de
las clasificaciones no reconoce virtudes, sino que señala su estado de decadencia respecto de la ley de Dios: Sardes y Laodicea.
Sin embargo, les da oportunidad de conversión y les promete premios magnánimos si
salen de su estado y se convierten a Él.
En las tres
clasificaciones restantes, es decir, Efeso, Pérgamo y Tiatira, reconoce virtudes, pero señala acciones bien concretas por
las que la justicia de Dios está en su contra, por lo que los convoca a arrepentimiento y promete sendas coronas de gloria.
Creemos
que estas clasificaciones divinas por la conducta de los fieles, no se refiere a regiones y/o tiempos específicos, sino que
se refiere a la conducta de los fieles desde que Cristo vino y nos redimió, hasta que vuelva glorioso.
En este
sentido, son las acciones de los fieles, sobre todo a las virtudes que debemos reforzar y las desviaciones, pecados y errores
que debemos corregir, las que los colocan en una y otra, independientemente del
tiempo y del lugar, por lo que los
ciudadanos del Reino de Dios, que teniendo ojos vieron y teniendo oídos escucharon, y entendieron en su corazón, para que
Dios los salve, pudieron y pueden darse cuenta a que clase de fieles, de los descritos, pertenecen, a fin de asumir la amonestación,
salvarse y recibir el premio especial que Cristo ha destinado para cada uno.
Puede darse
el caso en numerosas ocasiones en el cristiano deba corregir en su persona no solamente una de las conductas amonestadas por
clasificación de iglesia, sino que tenga errores de los que se sancionan en varias de las iglesias, por lo que si escucha
la voz de Cristo mediante los instrumentos y/o los siervos que Él haya dispuesto para este trabajo, habrá de corregir todas
estas conductas que ofenden a Cristo y hacerse merecedor del título de vencedor y de los premios que Él promete.
1.- El
fruto del árbol de la vida. Los que con fatigas y paciencia, que soportan en ellos los embates de los malvados y han denunciado
los engaños de los falsos cristianos y prelados y que por ello han sufrido por Cristo sin desfallecer, pero que al mismo tiempo
se ha enfriado su amor primero y la caridad en ellos no es sino una sombra, si se arrepienten de este pecado y se vuelven
al verdadero amor de Cristo, se les dará de comer del árbol de la vida que está en el paraíso de Dios (Apoc. 2, 1-7).
2.-La
corona de la vida y el poder de no ser tocados por el daño de la muerte segunda. Los que han sufrido tribulaciones, pobreza y calumnias de los que se dicen de Cristo sin serlo y que en realidad son
servidores del demonio, que serán encarcelados para ser tentados y atribulados, que se mantengan fieles hasta la muerte, recibirán
de Dios la corona de la vida y no sufrirán el daño de la muerte segunda (Apoc. 2, 8-11).
3.-Se
les dará maná escondido y una piedra blanca con un nombre nuevo que nadie conoce sino el que la recibe. Los cristianos
que tienen que vivir en el lugar en donde satanás tiene su trono, que son fieles al nombre de Jesucristo, que no reniegan
de su fe ni en los días de persecución, si se arrepienten de su pecado de estar
de acuerdo y tener tratos con quienes inducen a los cristianos a la idolatría y a anteponer los bienes de la tierra al amor
de Dios, y que justifican medios malos para alcanzar supuestos fines buenos, además de ser relajados en el culto, recibirán maná escondido y una piedra blanca con un nombre nuevo que nadie conoce sino el que
la recibe (Apoc. 2, 12-17)
4.- Poder
sobre las naciones para regirlas con centro de hierro para quebrarlas como piezas de arcilla y el Lucero del Alba. Los
que mantienen la caridad, la fe y el espíritu de servicio, la paciencia y las obras buenas mayores a las del inicio de su
conversión, pero que conviven y toleran a personas que enseñan a los demás a anteponer los bienes de la tierra por encima
del amor de Dios y que por eso satanás les da a conocer sus profundidades. Los que rechacen a estos y se mantengan fieles
recibirán poder sobre las naciones para regirlas con centro de hierro para quebrarlas como piezas de arcilla y también recibirán
el Lucero del Alba (Apoc. 2, 18-29).
5.- Caminar
con Cristo con vestiduras blancas, con su nombre escrito en el libro de la vida y Cristo se declarará por él delante del Padre
y sus ángeles. Los que se ostentan como cristianos verdaderos, porque lo son, recibirán este premio (Apoc. 3, 4-6).
6.- Serán
columnas en el santuario de Dios y tendrán grabado su nombre y el de la ciudad de Dios, la nueva Jerusalén y el nuevo nombre
de Cristo. Para los que tienen poco poder, pero han guardado la palabra de Dios y
no renegaron del nombre de Cristo, son pacientes y mantienen con firmeza su lealtad
a Dios, serán columnas en el santuario de Dios y tendrán grabado su nombre y el de la ciudad de Dios, la nueva Jerusalén y
el nuevo nombre de Cristo (Apoc. 3, 7-13).
7.- Cenar
con Cristo y Cristo con él; sentarse con Él en su trono. A los que aceptan la corrección y la reprensión que viene de
Dios por medio de los siervos que Él envíe, que por su medio llama a la puerta, para que escuchen su voz y abran la puerta
de su corazón y se vuelven fervientes y se arrepienten, cenarán con Cristo y Cristo con ellos y se sentarán con Él en su trono
(Apoc. 3, 14-22).
Los benditos del Padre (Mt. 31-34)
Hay una serie
de actos por los que Cristo en persona reconocerá en el juicio universal a los que son de su redil y que son la personalidad
y el modo de ser del cristiano, que habiendo vivido todo lo que hemos expuesto hasta este momento ha servido a Cristo como
Él quiere.
Estos actos
son la suma de toda la virtud y de toda la vivencia del ser sobrenatural que hemos expuesto: dar de comer al hambriento, dar
de beber al sediento, hospedar al peregrino o al que va de camino, vestir al desnudo, visitar al enfermo y al prisionero.
Estos actos, además de su
cumplimiento literal, implican a una serie de actos que son recurrentes en la vida del cristiano y que son perfectamente señalados
por los dones de ciencia, sabiduría y consejo, para realizarse debidamente y por el influjo de la caridad, que es amar al
prójimo por Dios como a sí mismo.
Así, el
hambre, la sed, la itinerancia, la desnudez, la enfermedad y la prisión, significan, para cada caso de la vida que corresponda
a la necesidad material y espiritual, la carencia que particularmente debemos remediar en el prójimo, que es el mismo Cristo.
Sin duda alguna, este es el
llamado definitivo a tomar posesión del Reino de Dios por la eternidad, a quienes se han revestido de Cristo por María con
el traje de virtudes, dones y frutos que se ha expuesto y que han vivido el Reino de Dios como se puede vivir en la tierra,
esto es la misma vida divina en la Fe, la Esperanza y la Caridad.
El misterio del Reino de Dios
El Reino
de Dios, para sus hijos, consiste en la posesión de la divinidad por participación gratuita y por amor del creador y de acuerdo
con la Santa Iglesia Católica, los benditos del Padre,
quienes ya lo hayan sido desde la tierra por libre y plena elección, vivirán la misma vida de Dios en la gloria, aunque en
la tierra ya la hayan vivido por la fe.
Esta vida
divina consiste en la vida del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, la cual tiene su templo, trono y sagrario en la Santísima Virgen María, por lo que los verdaderos ciudadanos
del Reino, habrán recibido la imagen y vida de Cristo, necesarias para esta vida divina,
de María, perfecta imagen de Cristo y de la Santísima Trinidad
y como creatura, única elevada a la vida íntima de las tres divinas personas en grado de familia y eso es lo mismo que Ella
participa a sus verdaderos devotos y quiere dar a todos.
Este es
un misterio que no es dado reconocer y menos vivir a todos los llamados, sino a los que así lo eligieron y se hicieron predestinados,
porque libremente, mientras los demás eligieron las cosas del mundo y de la carne, estos eligieron por lote y herencia a Dios.
Es precisamente
por esto, que el misterio de María en la creación, en la redención y en la vida íntima de la Santísima Trinidad
no es dado a todos y claramente Cristo lo expresó: “A vosotros se os ha dado a conocer los misterios del Reino de los
Cielos, pero a ellos no”.
Toda la
vida del ciudadano del Reino de Dios que hemos expuesto, tiene su seno de gestación, de alumbramiento y de perfección terminada
en María y estos oficios son los que nuestra madre realiza en cada uno de estos ciudadanos, que son sus hijos, tal cual Cristo
lo es, puesto que somos hermanos del mismo Cristo.
De esta
forma, el ser espiritual del hombre de Dios, ha sido formado por María y entregado a Dios por María, ya que por María Dios
se entregó a los hombres para su redención y es en ella en la que ha guardado toda si divinidad que ha de conocer, amar y poseer el hombre.
Estos ciudadanos
perfectos del Reino de Dios, son los que han entrado en el santo de los santos del templo de Dios, estro es, que han vivido
el verdadero espíritu de María, que consiste en hacer que el alma en su interior dependa y sea esclava e hija de la Santísima Virgen María y de Jesús por Ella.
La escasez
de esta clase de ciudadanos coincide con lo expresado por el mismo Cristo, cuando dice a quienes se les ha dado a conocer
los misterios del Reino de Dios y el por qué a los demás no, ya que incluso entre quienes se dicen servidores y amantes de
María, muchos lo son solamente exteriormente, y son pocos los que han elegido vivir el espíritu y perseverar en él, hasta
recibir de María la participación de su misma virginidad, la que hizo posible que Cristo encarnara en su seno, para así convertirse
en verdaderas madres de Jesús (Mc. 3, 35).
V.
El Cetro de Hierro
“Y
el juicio consiste en que la luz vino al mundo y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas.
Pues todo el que obra el mal odia la luz y no va a la luz, para que sus obras no se manifiesten tal y como son. Pero el que
obra la verdad va a la luz, para que se vea que sus obras están hechas en Dios” (Jn. 3, 19-21)
Esta escrito
que viene una época en que Dios quebrará a las naciones como jarro de loza y las gobernará con centro de hierro, siendo la
causa, que no quieren la buena nueva, ni arrepentirse ni que Dios los salve (Jn. 1, 11; 12, 37-41; Mt, 7, 26; 13, 13): “Las
gobernará con cetro de hierro. Las juzgará como quien exprime uvas y las pisa con los pies, y las hará beber el vino del terrible
castigo que viene del furor del Dios todopoderoso. En su manto y sobre el muslo lleva escrito éste título: "Rey de reyes Señor de señores."” (Apoc.
19, 15-16).
Como ha
quedado establecido, las exigencias del Reino de Dios no admiten que algo se anteponga. Cristo señaló claramente que en este
mundo no tiene nada del mundo que dar, sino a Sí mismo y lo demás se dará por añadidura; que las convenciones del mundo deben
abandonarse, lo mismo que los afectos familiares; todo (Lc. 9, 57-62; 14, 26-35) y que eso implica para los hijos del Reino,
violencia contra sí mismos y respecto del mundo, el demonio y la carne (Lc. 16, 16; Mt. 7, 13 y 21; 21, 28-29), sacrificio
(Mt. 10, 34-39; 1 Mac. 1, 23-28). El que sigue a Cristo debe cargar su cruz de cada día e incluso hacerlo a costa de su propia
vida (Mt. 10, 39). “La predicación
de la cruz es una necedad para los que se pierden; mas para los que se salvan, es fuerza de Dios” ( I Cor. 1, 18). “Hasta Juan era la Ley y los profetas; desde entonces se evangeliza el Reino de Dios y cada cual se violenta
para entrar en él” (Lc. 16, 16).
Quienes
así han obrado no estarán sujetos al juicio del centro de hierro, ya que “El que escucha mi palabra y cree en el que me ha enviado, tiene vida eterna y no está
sujeto a juicio, sino que ha pasado de la muerte a la vida” (Jn. 5, 24).
Son los
que reciben del ángel de Dios, el sello en la frente que corresponde a los siervos de Dios que serán preservados durante los
castigos a los enemigos de Cristo (Apoc. 7, 3-4).
Para estos
verdaderos hijos de Dios, que han sido salados con fuego por una vida santa (Mc.
9, 49-50) y soportado su yugo suave y su carga ligera (Mt. 11 29-30), habrán gustado de la dulzura de Cristo (Mt.12, 18-21),
el tiempo de cetro de hierro es de cercanía del reinado total de Cristo en la tierra, por tanto es un tiempo de alegría, porque
servirá para que aquellos que aún no se hayan convertido, tengan la última oportunidad de hacerlo, ya que les sobrevienen
una serie de castigos que terminarán con la muerte para los que nieguen de plano a Dios y permanezcan como impíos (Jn. 8,
21).
El yugo
suave y la carga ligera de Cristo; el cargar diariamente con su cruz y el negarse a sí mismos, el entregar la vida por él,
se habrá manifestado en lo que se llama la vía purgativa, consistente en la purificación de los instintos concupiscible e
irascible que actúan a través de nuestros sentidos con el consentimiento de la voluntad, así como de misma voluntad, la inteligencia
y la memoria.; todas nuestras acciones y toda nuestra vida.
Este yugo
suave y carga ligera que aceptamos por Cristo, es la que nos hace aprender de Él a ser mansos y humildes de corazón (Mt. 11
29-30) y cumplir sus mandamientos, por lo cual viene a hacer morada en nosotros (Jn 14, 23) que al analizar consiste en la
vivir la misma vida de Dios, en cuyo transcurrir, se gesta el organismo espiritual mediante la gracia santificante que Dios
nos regala y el cumplimiento por nuestra parte e la voluntad de Dios. De esta manera toda la vida y todo acontecer sirve a
los hijos de Dios.
Finalmente,
como parte del cetro de hierro, Dios amonesta debidamente, por medio del Apocalipsis en su mensaje de lo que el Espíritu dice
a las Iglesias, a quienes cumpliendo con algunas partes de la ley de Dios, han descuidado otras por dejar de manera culpable
residuos del hombre viejo, como tropiezo del alma que pueden llevar a la condenación.
En la vida ordinaria.
La sabiduría
divina da a cada quien lo que le es proporcional al beneficio espiritual que le sirva para salvarse y santificarse, conforme
a su estado de vida y condición general en que se encuentre, como bien señala en la parábola de la higuera (Lc. 12, 6-9) y
también da su auxilio a buenos y malos (Mt. 5, 45). Los auxilios son para todos,
ya que la voluntad de Dios es que todos se salven (1 Tim. 2, 3-4) y eso se debe al gran amor que tiene por todos los que están
en el mundo (Jn. 3, 16), por lo cual les entregó a su Hijo único.
De esta
forma determina ciertos auxilios para cada uno (Jn 15, 1; Jn, 15, 4), ya que exige que la justicia del cristiano debe ser
superior a la de los hipócritas, pues de otro modo no hay oportunidad de entrar en el Reino de Dios (Mt. 5, 20). Estos son
para salir de una situación particular de pecado, de tibieza espiritual, de peligro de caer en el pecado, por exposición voluntaria
o involuntaria, etc.
Dios proporciona
estos auxilios si el sujeto se encuentra en pecado mortal o en estado de fluctuación constante de salir del pecado mortal
y de volver a caer en este; si se encuentra en un estado de gracia pero sujeto por el pecado venial constante voluntario y
al borde siempre del pecado mortal; si se encuentra en estado de gracia siempre incipiente pero atado siempre a las preocupaciones
del mundo, que de modo culpable le hacen caer siempre en el pecado de temer mas a las pérdidas materiales o a dejar de ganar
bienes materiales en lugar de preocuparse por enriquecerse de los bienes que valen delante de Dios (Lc. 12, 21; Lc. 16, 15).
Asimismo
de quienes cumpliendo con deberes religiosos de modo exterior, se mantienen en el mismo estado de anemia espiritual y cuando
ha menester ejercer la virtud, siempre son sofocados por el apego a sus percepciones personales acerca de Dios y su ley, la
confianza en sí mismos, la ignorancia culpable, las posesiones, las preocupaciones del mundo, las apetencias de la carne,
el qué dirán o por las tentaciones del demonio. Muchos incluso, por el demasiado tiempo que llevan viviendo en estos estados,
creen que están cumpliendo con Dios y reprueban a quienes los amonestan. Les echan en cara los actos que, a su juicio, hacen
perder al amonestador autoridad moral para amonestarlos. Para estos también Dios dispone auxilios.
El tipo
de auxilios es tan numeroso como personas a las que son enviados. Sin embargo se pueden identificar por su naturaleza aquellos
que tienen por medio la permisión de Dios a que la persona sufra dolor, ya sea
físico, --mediante enfermedades o dolencias diversas-- o bien sea moral, cuando este se inflinge en el espíritu o con la pérdida de posesiones, bienes materiales,
fama, dificultades y contrariedades en las diversas relaciones con los hijos, los padres, los hermanos, otros familiares,
en el trabajo, con los vecinos, o con sus enemigos, etc.
En otro
orden se encuentran los auxilios de la amonestación que Dios envía por medio de terceros.
La permisión
del sufrimiento y las amonestaciones pueden provenir por que alguien ora y ofrece sacrificios por la persona, o por su propia
insistencia en la oración, aunque lo que pida sea distinto de lo que reciba. Esto se debe a que por la insistencia en la oración,
reciba una respuesta, puesto que al que toca se le abre (Lc. 11, 9-10) como aquellos que rezan diario y van a misa todos los
domingos, pero que su vida espiritual está atrapada en la mediocridad de las convenciones humanas, de los intereses personales
y de los temores humanos.
Cuando su
oración de querer dar culto a Dios tiene un cierto grado de honestidad, les viene un auxilio apropiado y ponderado a su persona,
que les brinde la oportunidad precisa para poder convertirse definitivamente a Dios, como en el caso del buen ladrón. En el
caso de los justos, el oficio del dolor y la amonestación será para aumentar su santidad.
El dolor
produce sufrimiento, cuya virtud sanadora pondera el mismo Rey David, cuando dice: “Me estuvo bien el sufrir, así aprendí
tus mandamientos” (Sal. 118, 71), y “me castigó el Señor, pero no me entregó a la muerte (Sal 117, 18). El objeto
del dolor es que el pecador acuda a Dios (Sal. 38; 55, 14) y con ello lo reconozca como el fin de nuestra vida y así pedirle fuerza para cumplir su ley.
La enfermedad,
el dolor y los sufrimientos, procedan de donde procedan, siempre tienen la característica de cruz. Ello aunque sean consecuencia
directa de actos contrarios a la ley de Dios o la de los hombres, como ocurrió con los dos ladrones que fueron crucificados
junto con Cristo (Mt. 27, 38), ya que Él quiso ser contado entre los malhechores (Mc. 15, 28). Es precisamente en medio del
dolor, aunque sea producto de actos contrarios a la ley de Dios y de los hombres, cuando se está en la oportunidad de colocarse
a la derecha o a la izquierda de Cristo crucificado; para hundirse en el infierno (Lc. 23, 39) o para convertirnos a Él (Lc.
23, 40-43).
Respecto
de la amonestación, considerada como llamada de atención y corrección o reprensión, Dios la enviará siempre por medio del
prójimo a buenos y malos, como lo expresa el mismo Cristo en la parábola del rico Epulón, para cuyos familiares que estaban
por el camino de la perdición, el único y suficiente auxilio era la denuncia y amonestación de Moisés y los profetas (Lc.
16, 29).
Para el
caso de los que se han cerrado a una vida espiritual mediocre, que no reciban el auxilio del sufrimiento físico y moral, no
se quedan sin auxilio por parte de Dios, quien siempre dispone de personas que les amonesten y les aconsejen.
Para ese
oficio, Dios se vale de cualquier tipio de personas, muchas que son tenidas en nada o despreciadas, incluso cuestionadas en
su autoridad moral por parte de quienes son amonestados.
No se les
dará otra oportunidad para ser llamados a conversión, como ocurrió con el rico Epulón, quien incluso pidió que resucitara
un muerto, para que fuera a ver a sus cinco hermanos para que hicieran penitencia, pero la respuesta fue: “Si no escuchan
a Moisés y a los profetas, ni aunque uno resucitara de entre los muertos se persuadirían”
(Lc. 16, 19-31).
Asimismo,
el hecho de qué, como dijo Cristo, un profeta no tenga crédito ni con los de su casa ni con los de su tierra (Lc. 4, 24) no
disminuye ni modifica la calidad del mensaje y de la amonestación para quienes esta ha sido dirigida y por su incredulidad,
no se les otorga otra clase de auxilios cuando sufran calamidades, como el mismo Señor lo manifiesta al señalar que el profeta
Elías fue enviado a una extranjera viuda para socorrerla y no a los israelitas, lo mismo que el profeta Eliseo fue enviado
a curar de lepra a otro extranjero, habiendo muchos leprosos en Israel.
Ante esta
amonestación del Señor, de igual manera como en el caso del buen y del mal ladrón, existe la oportunidad de la conversión,
pero como casi siempre a quienes se debe amonestar de esta manera, resulta que son
de corazones duros por propia elección, eligen volcarse en contra del que los amonesta, tal como ocurrió a Cristo cuando advirtió
acerca de esto: “Todos en la sinagoga se llenaron de ira al oír estas cosas y, levantándose, le llevaron a la cima del
monte sobre el cual se levantaba la ciudad, con ánimo de precipitarle” (Lc. 4, 14-29).
En todos
los casos existe la oportunidad de convertirse o bien, de volcarse y por no haber hecho penitencia, perecer (Lc. 12, 3), como
narra el Señor, cuando incluso califica a quienes elijan esta última opción, como perros y puercos, ya que por propia elección
no son dignos ni siquiera de recibir amonestación y su estado viene a ser peor del que tenían antes (Lc. 11, 24-26).
Los enemigos de cada uno
serán los de su casa (Mt. 10, 36)
“No
penséis que he venido a traer paz a la tierra; no he venido a traer paz sino espada. Porque he venido a separar al hijo de
su padre, a la hija de su madre, a la nuera de su suegra; los enemigos de cada uno serán los de su propia casa. El que ama
más a su padre o a su madre, más que a mi, no es digno de mi; y el que ama más a su hijo o a su hija más que a mi, no es digno
de mi. El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mi. El que busca su vida la perderá, y el que por mi la pierde la
hallará” (Mt. 10, 34-39)
Merece particular
reflexión este fenómeno, ya que Cristo mismo sufrió las consecuencias de anunciar el Reino y amonestar a los suyos, quienes
en lugar de alegrarse y agradecerlo, no lo recibieron (Jn. 1, 11), y cuando con sus familiares y vecinos les reveló que en
Él se cumplía la promesa de Dios de enviarles un salvador, no le daban crédito y cuando les recriminó por esta actitud quisieron
matarle (Lc. 4, 14-29).
La narración
de San Lucas, señala que luego de que Jesús regresó del desierto lleno del Espíritu Santo, lo primero que hizo es ir a Nazaret,
su ciudad natal para dar la noticia de su misión, a sus vecinos y familiares.
Entró en
la sinagoga como era su costumbre y confirmó para sí el pasaje del profeta Isaías, que habla sobre el ungido, el Cristo y
como el Espíritu Santo está sobre Él, como enviado para evangelizar a los pobres, predicar
a los cautivos la liberación, dar la vista a los ciegos, liberar a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor.
Cuando Cristo
se dio cuenta de la actitud de sus vecinos y familiares, la cual fue de sorpresa y no dar crédito a que Él fuera el ungido,
el Señor bien pudo haber optado por remediar las enfermedades de algunos de los
presentes, o de sus familiares, aunque no estuvieran presentes; bien pudo haber resuelto la escasez de alimento de alguno
otro, bien pudo dar consuelo a alguno que tuviera sufrimientos morales diciendo ante todos lo que le pasaba y remediando su
situación. Eso hubiera bastado para que hubiera salido bien acreditado y con alabanzas por parte de sus paisanos y familiares.
Sin embargo
no hizo eso, sino que optó por recriminarles su falta de fe de la manera más dura que había, incluso con lo que hoy en día
podría ser calificado como un lenguaje virulento y despectivo, echándoles en cara que como en tiempos de Elías y Eliseo, no
merecían que sus viudas fueran asistidas ni sus leprosos fueran curados y que Dios prefería a los extraños.
La respuesta
no se hizo esperar y haciendo acopio de resentimientos en contra de Cristo, --los cuales suelen acumularse a lo largo de la
vida en los corazones malvados por diversidad de causas—se llenaron de ira ante el mensaje de Dios (Lc. 4, 28), y en
lugar de agradecer al mensaje y al mensajero, que en este caso eran la misma persona en Cristo, y en lugar de convertirse,
se volcaron en su contra lo sujetaron y lo llevaron a la cima del monte sobre el que estaba la ciudad con ánimo de precipitarle,
de matarle (Lc. 4, 29).
Por esta
misma razón es que luego, cuando habla duramente de que no debemos juzgar al prójimo y pone por ejemplo la viga y la paja
en el ojo, también advierte acerca de que no es prudente echar lo santo a los perros ni las perlas a los puercos: “No
deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras perlas delante de los puercos, no sea que las pisoteen y, revolviéndose, os
destrocen” (Mt. 6, 6).
Tal era
el despecho, la incredulidad y el desprecio que algunos de sus parientes sentían contra Cristo, que aún sabiendo que los judíos
intentaban matarle, por lo cual no iba a la fiesta de los tabernáculos (Jn. 7, 1), querían que fuera y le echaban en cara
que era necesario que sus discípulos vieran sus obras y que si predicaba y curaba, que eso lo hiciera ante el mundo, “ya
que nadie actúa en secreto si quiere manifestarse” (Jn. 6, 4), como si para ese momento no lo hubiera hecho ya y con
palabras llenas de insidia, dolo y hasta ostentando autoridad para mandarle, por parte de quienes le echan en cara que no
cumplía lo que decía, como contra quien no tiene autoridad moral para predicar porque no tiene disposición de complacer los
requerimientos de los incrédulos. Incluso el Apóstol Juan dice claramente: “porque ni sus hermanos creían en él”
(Jn. 7, 5) y también decían que estaba fuera de si (Mc. 3, 21).
Ante ello
Cristo les responde con el mismo lenguaje que utilizó en Nazaret en la sinagoga: “Mi ocasión no ha llegado aún; pero
la vuestra está siempre pronta. El mundo no os puede odiar; pero a mi me odia, porque testifico de él que sus obras
son malas” (Jn, 7, 6-7). El silogismo es claro: sus familiares pertenecían a ese mundo contra el que Cristo testificaba
y, por eso, al igual que el mundo odiaba a Cristo, esos familiares eran amados por el mundo y le expresaban su odio enmascarado
al Señor. Así como no había llegado la ocasión de morir de Cristo, la de odiar de sus familiares estaba pronta para manifestarse
en ese momento.
De la misma
manera, como Dios dispuso que a los familiares de Cristo les fuera anunciado el Evangelio por su familiar Jesucristo, en la
vida ordinaria, a quienes un familiar les anuncia y amonesta acerca de las cosas de Dios no les será dado otro evangelizador
ni otro amonestador, sino aquel que Dios ya les dispuso.
Tampoco
Dios resucitará un muerto para que les haga ver su error. Ni siquiera en sueños algún muerto o alguna persona, viva o muerta,
a quienes ellos consideren con autoridad moral, les hablará. Es probable que tampoco su subconsciente asuma figuras de autoridad
para amonestarlos en manera alguna. Con suerte correrán con algún auxilio extraordinario de algún sufrimiento o alguna enfermedad,
que les haga reflexionar.
Como está
establecido por la Iglesia, de manera regular Dios no utiliza
de recursos extraordinarios o milagros para dar su auxilio, cuando este se ofrece con medios ordinarios, como lo es la amonestación
y evangelización por medio de familiares, amigos o vecinos. De esta forma, y ya que Cristo mismo fue víctima de una situación
de esta naturaleza, con sus familiares, se aplican las advertencias que hizo contra los lugares en los que Él predicó y no
quisieron convertirse (Lc. 9, 13-16), ya que claramente dijo; el que a ustedes escucha, a mi me escucha.
El auxilio
de Dios, por medio de la amonestación, aunque venga de familiares, regularmente
es dado a través de personas consideradas como despreciables y no de aquellos a los que los hombres endosan un buen nombre,
autoridad moral o buena fama, tal como el mismo Cristo lo hizo ver con la parábola del buen samaritano, la cual expuso a un
doctor de la ley, para hacer ver que el auxilio de Dios vino de la gente que los principales consideraban como indigno y despreciable
y no de los que por obligación debían ofrecerlo (Lc. 10, 25-37).
La exigencia
de Cristo, respecto del primer mandamiento de la ley de Dios, es absoluta: ni siquiera los afectos por los padres, hermanos,
esposa, hijos o amigos puede anteponerse a su amor y al cumplimiento de su voluntad, ya que eso son simples afectos humanos
y modos de ver de hombres, que son similares a los del demonio (Mt. 16, 23). Estos afectos deben ser sometidos y ordenarse
conforme a la caridad, que es amar al prójimo como a sí mismo por Dios, no de manera separada o independiente de Él, como
bien lo explica San Pablo (Rm. 13, 8-10) y advierte la diferencia de estos afectos humanos con la caridad (I Cor. 13).
Conforme
a la ley de Dios, para aquel que se niega a sí mismo y ama a su prójimo como a sí mismo por Dios, tiene el deber de reprender
a su prójimo cuando se da cuenta que este ha cometido una falta y eso lo debe hacer sin importarle los juicios que de ello
resulten en su contra (I. Cor. 4, 3-4). Este prójimo puede ser su padre, su madre, su esposa, sus hijos o sus amigos o vecinos,
y cumple con el amor de Dios y el amor al prójimo al reprenderlos como manda Cristo en el Evangelio y ya hemos explicado.
En el caso
de los padres, no por ser los progenitores según la carne, se liberan de reprender y tampoco de ser reprendidos. Por el contrario,
el padre que ama verdaderamente a sus hijos debe reprenderlos cuando se percata que han cometido la falta y no decir: “ya
son adultos y cada quien hace lo que le parece”, pues con esta sentencia que sale de su boca, se está juzgando a sí
mismo como reo del infierno por todos los pecados de sus hijos de las faltas que se dio cuenta y no reprendió. Eso mismo ocurrirá
con los que se hacen sus cómplices.
En el caso
de los hijos, tienen un doble deber de reprender a su padre o a su madre, cuando se percatan que cometen pecado, ya que existe
el deber señalado en el Evangelio y también existe el mandato de Dios en el cuatro mandamiento. Aquel que diga: “no
reprenderé la conducta pecaminosa de mi madre, porque se puede enfermar o morir por mi culpa, o porque se puede molestar conmigo
o porque va creer que la estoy juzgando”, es reo e los pecados de su madre y/o de su padre por triple cuenta, ya que
por haberle dado la vida, merece ser amonestada para que salve su alma del infierno; por el mandato de Dios que dice que hay
que reprender al prójimo cuando este comete una falta, y por el cuatro mandamiento de la ley de Dios que manda honrar al padre
y a la madre y no existe mayor acto de honor, que el prevenirle delante de Dios y como su mensajero, de que está en camino
del infierno, para que se corrija y salve su alma. En este caso el hijo que no reprenda a su padre o a su madre, es reo de
los pecados de sus padres, por temor a perder su cariño o por temor a que se molesten y por colocar su padre o a su madre por encima de los mandatos de Dios.
Hay quienes
juzgan a sus hijos de cometer pecado contra el cuatro mandamiento de la Ley de Dios y les dicen que no deben juzgarlos, por que estos les han amonestado
de incumplir con la ley de Dios en alguna materia. El cristiano deberá afrontar
con paciencia el sufrimiento que eso le origina y elevar oraciones y sacrificios por sus progenitores.
Hay padres
que prefieren dividir a su familia que cumplir, enmendarse y aceptar su responsabilidad y también prefieren que haya guerra
entre hermanos y familiares, colocándolos como sus defensores, que hacer lo que
es propio para su salvación. Hay padres que se echan a cuestas penitencias, sacrificios, comuniones, etc, para aparentar conducta
cristiana y también piden consejos presentando a los sacerdotes versiones a medias de los hechos, a fin de justificar su postura.
Dado que la gracia del sacerdocio da el discernimiento de espíritus a los sacerdotes, y pueden aplicarlo cuando ejercen el
sacramento con santidad, muchas veces aconsejan lo que el padre de familia deben hacer frente al problema, pero los que están
en vías de perdición y con el auxilio de la astucia del demonio, acomodarán el consejo para reforzar su postura y con ello
cerrarse más la oportunidad de convertirse.
A quienes
se encuentren sujetos por esta clase de demonios, que los aprisionan para no convertirse ante la amonestación --o juicio--
de personas a quienes consideran despreciables o de no cumplir con la reprensión por sus temores y afectos mundanos, por propia disposición a excluir la fe de sus vidas o a hacerse una religión a su
antojo, pero que, por extraordinaria luz de Cristo, que les engendre una llamada casi imperceptible pero presente en su corazón
y quieran tener paz con Dios, Cristo no los abandona y pone de remedio al ayuno y la oración (Mt. 17, 21). Deben confesar
este pecado y sujetarse al régimen de conversión que les señale en sacerdote.
En tanto,
la relación de los verdaderos cristianos respecto de estos que no se quieran convertir, aunque se digan hermanos, sea por
ser parientes o por estar dentro de la Iglesia, la amonestación
de San Pablo es clara: con estos “¡ni comer!” (I. Cor. 5, 11), ya que esta separación les puede servir para darse
cuenta de la separación eterna que les espera si no aprovechan la luz del día para arrepentirse.
Amonestaciones apocalípticas.
En el libro
de la Revelación, Dios tiene delante de Sí a todo su
rebaño, dividido en siete iglesias, de todos los tiempos, cuyas conductas son dignas de amonestación para su perfección y
que son aplicables a todos los fieles que quieren ser salvos y que buscan cumplir con la voluntad de Dios, pero que deben
corregir las acciones que les son advertidas, para poder salvarse y además recibir un premio especial. En cada amonestación,
el Señor se presenta con una potestad fundamental que quiere que cada uno de sus fieles reconozca y se apliquen para su corrección.
1.-La tibieza
se castigará con la degradación.
Efeso (Apoc.
2, 1-7). Todos los que tienen paciencia y que no soportan a los hipócritas y malvados, incluso que han sufrido por el nombre
de Cristo, pero en su interior son tibios, los que iniciaron con fervor su entrega al Señor, pero que posteriormente se enfriaron,
si no se arrepienten y corrigen su conducta, serán degradados, su lugar delante de Dios se dará a otro.
2.-La
prueba de la tentación para los que han sufrido tribulación y calumnias.
Esmirna
(Apoc. 2, 8-11). Con esta se prueba a los que han sufrido tribulación y calumnias de los que se dicen cristianos sin serlo
en verdad y que constituyen una sinagoga de satanás.
3.-Los
que toleran a quienes fomentan acciones contra la ley de Dios serán denunciados.
Pérgamo
(Apoc. 2, 12-17). Para los que cumplen con las prescripciones religiosas, pero que al mismo tiempo obtienen ganancias en lo
familiar, en las relaciones con los demás, en lo social, en lo político, en lo religioso, con prácticas anticristianas, serán
denunciados con la espada de la lengua de los emisarios de Dios.
4.-Los
que toleran anteponer a las creaturas por encima de Dios y que sondean al demonio, sufrirán dolor y muerte.
Tiatira
(Apoc. 2, 18-29). Para los que tienen caridad, servicio, paciencia y obras buenas en aumento, pero que al mismo tiempo toleran
en sí conductas y personas que anteponen a las creaturas por encima de Dios y de su ley y que incluso realizan acciones por
las que ponderan el poder del demonio para utilizarlo en su beneficio, aduciendo que se puede hacer cualquier cosa por alcanzar
el bien o el beneficio, si no se arrepienten, serán sometidos al dolor físico
y al sufrimiento mora, y serán heridos de muerte delante de todos los fieles para que sepan que Dios se da cuenta de todos
sus actos.
5.-Los
que ostentan virtud, pero sus obras están muertas, recibirán el juicio de improviso.
Sardés (Apoc.
3, 1-6). A quienes se ostentan ante todos como cristianos y practicantes de la ley de Dios, que van a misa todos los domingos
y son asiduos de devociones, pero cuya virtud es solo apariencia para quedar bien delante de los demás, si no se arrepienten
a tiempo, recibirán el juicio de Dios de improviso.
6.-Los
fieles serán exaltados para que todos sepan que Dios les ama.
Filadelfia
(Apoc. 3, 7-13). Ante los perfectos fieles a Cristo serán humillados los que se dicen cristianos sin serlo verdaderamente,
para que todos sepan que a sus fieles Cristo los ama.
7.-Los
mediocres y tibios serán vomitados por Dios.
Laodicea (Apoc. 3, 14-22).
Los que se han enriquecido ante los hombres y han puesto su confianza y consuelo en sus riquezas y por tanto han entibiado
su corazón delante de Dios y por ellos son mediocres, si no se arrepienten, son vomitados por Dios y tenidos por Él como desgraciados,
ciegos, pobres y desnudos, dignos de compasión.
A los que están en vías
de perdición.
En contraparte, para aquellos que van por la ruta de la condenación, ya que su ser espiritual se encuentra
en un estado de aniquilamiento por voluntad propia, tal como los que son calificados en la Escritura como perros o puercos, indignos de recibir las margaritas o las perlas de la amonestación
y de la palabra de Dios, no queda mas que un recurso extremo para que despierten y tengan oportunidad de convertirse a Cristo.
Este es el Cetro de Hierro.
En el Libro
del Apocalipsis, Cristo revela al Apóstol San Juan, todos los castigos que se sobrevienen a los hombres y señala que aunque
muchos morían, los que quedaban vivos no se convertirán ni dejarán de cometer las iniquidades que ofenden a Dios.
Estos son
los castigos del Centro de Hierro:
1.- La discordia.
“...salió otro caballo, rojo; al que lo montaba se le concedió quitar de la tierra la paz para que se degollaran unos
a otros; se le dio una espada grande. Es el segundo sello abierto. (Apoc. 6, 4).
2.- El imperio
del dinero. “... un litro de trigo por un denario, tres litro de cebada por un denario. Pero no causes daño al aceite
y al vino”. Todo tiene un precio, pero por ese precio no se corrompe al aceite que consagra ni al vino que se convierte
en la sangre de Cristo. Es el tercer sello abierto, el caballo rojo. (Apoc. 6, 6).
3.- La muerte
y el infierno. “... Se les dio poder sobre la cuarta parte de la tierra, para matar con la espada, con el hambre, con
la peste y con las fieras de la tierra”. Es el cuarto sello, el caballo verde. (Apoc. 6, 7-8).
4.- Terremoto,
el sol se pone negro, la luna roja como sangre, las estrellas caen del cielo sobre la tierra, el cielo se retira como un rollo
y los montes e islas son removidos de sus sitios. Los reyes, magnates, tribunos, ricos, poderosos, esclavos y libres se ocultan
en las peñas de los montes, porque se dan cuenta todos y reconocen que ha llegado el gran día de la cólera de Dios y quieren
ocultarse de su vista y piden que los montes los oculten cayendo sobre ellos. Es el sexto sello abierto. ( Apoc. 6, 12-17).
5.- Séptimo
sello. (Apoc. 8-9).
a) Pedrisco
y fuego mezclados con sangre que fueron arrojados a la tierra. La tercera parte de la tierra quedó abrazada. La tercera parte
de los árboles quedó abrazada, toda hierba verde quedó abrasada.
b) Una
como enorme montaña ardiendo fue arrojada al mar; la tercera parte del mar se convirtió en sangre y pereció la tercera parte
de las criaturas del mar y fue destruida la tercera parte de las naves.
c) Una estrella ardiendo, que se llama ajenjo cayó del cielo sobre la
tercera parte de los ríos y los manantiales de agua. La tercera parte de las aguas se convirtieron en ajenjo y mucha gente
murió por las aguas amargas.
d) Fue
herida la tercera parte del sol, la tercera parte de la luna y ala tercera parte de las estrellas, el día perdió la tercera
parte de su claridad y lo mismo la noche.
e) Una
águila clama por la suerte de los habitante de la tierra.
f) Una estrella cae del cielo y abre un pozo del abismo del que sale humareda que oscurecen al sol y del que salen
langostas cuya misión es causar daño y atormentar por cinco meses a los que no
tienen el sello de Dios. Los hombres buscan la muerte y no la encuentran.
g) Cuatro
ángeles exterminan a la tercera parte de los hombres por fuego, humo y azufre.
5.-Primer recuento del
fruto del castigo. Las dos terceras partes de los hombres que no fueron muertos, no se convirtieron de las obras de sus manos,
no dejaron de adorar a los demonios y a los ídolos de oro, plata, bronce, piedra y madera. No se convirtieron de sus asesinatos
ni de sus hechicerías, ni de sus fornicaciones ni de sus rapiñas (Apoc. 9, 20-21). Luego
de este recuento, se termina de predicar el Evangelio a todas las naciones. (Apoc. 10, 7).
6.- Dios
envía a sus dos testigos, cubiertos de sayal a profetizar durante mil 260 días, con poder de que salga fuego de sus bocas
para devorar a sus enemigos y poder de cerrar el cielo para que no llueva y poder para convertir las aguas en sangre. Cuando
termina su periodo de predica, son asesinados en Jerusalén por la bestia que surge del abismo y los habitantes de la tierra
se alegrarán por su muerte y se intercambiarán regalos. Pasados tres días y medio Dios los resucitó y fueron elevados al cielo
a la vista de sus enemigos. Hay un terremoto y perecen 7 mil. Los supervivientes de la ciudad dan gloria a Dios.
7.-Se anuncia
la llegada del reinado de Cristo sobre el mundo.
8.- Persecución
en contra de los que son de Cristo por parte de la bestia que surge del mar y a la que adoran todos los habitantes de la tierra.
9.- Surge
la bestia de la tierra, el falso profeta. Sirve a la bestia que salió del mar y seduce a los habitantes de la tierra y les
impone la marca de la primera bestia, el 666.
10.- Se
anuncia el juicio.
11.- El
ángel del Señor ciega la tierra con su hoz.
12.- Se
derraman las siete copas del furor de Dios. Siete plagas (Apoc. 16).
a) Surge
una úlcera maligna en los hombres marcados por la bestia.
b) El
agua del mar se convierte en sangre y toda alma viviente muere en el mar.
c) Todos los manantiales y ríos se convierten en sangre.
d) La
luz del sol se volvió quemante y abrazó a los hombres con fuego.
13.- Segundo recuento de
conversión entre los hombres. No obstante, blasfemaron del nombre de Dios que tiene poder sobre tales plagas y no se arrepintieron dándole gloria. (Apoc. 16, 9).
e) Se
derrama la sombra en el reino de la bestia. Queda su reino en tinieblas y los hombres se mordían la lengua del dolor.
14.- Tercer recuento de
conversión. No obstante blasfemaron del Dios del cielo por sus dolores y por sus llagas y no se arrepintieron de sus obras
(Apoc. 16, 11).
f) Las aguas del río Éufrates se secaron para preparar el camino a los reyes de Oriente, cuyos demonios que convocan
a todos los reyes de la tierra a la batalla del Harmagedón.
g) Relámpagos,
truenos y un violento terremoto como el que no hubo desde que los hombres existen en la tierra. Se desploman las ciudades
de las naciones, la Gran Babilonia sufre el furor
de Dios, las islas huyeron y las montañas desaparecieron. Piedras enormes cayeron del cielo sobre los hombres.
15.-
Cuarto recuento de conversión. No obstante, los hombres blasfemaron de Dios por la plaga de las piedras que cayeron del cielo;
porque ciertamente fue una plaga muy grande (Apoc. 16, 21).
16.- Juicio
de la gran ciudad, que tiene soberanía sobre todas los reyes de la tierra y es
madre de todas las abominaciones, señalada como la célebre Ramera y la
Gran Babilonia, que se embriagaba con la sangre de los santos, que entrega todo su poder a la bestia (Apoc.
17). Dios manda a sus fieles salir de esa ciudad. Es consumida por peste, llanto, hambre
y fuego. Los reyes de la tierra hacen duelo por esta ciudad destruida.
17.- Se
reúnen los reyes de la tierra para lucha en contra de Dios y de su Mesías.
La bestia
es capturada y arrojada al lago de azufre, lo mismo que el falso profeta. Todos los hombres que servían a la bestia y los
que tenían su marca fueron exterminados por la espada que sale de la boca de Cristo y sus carnes fueron devoradas por las
aves del cielo (Apoc. 19, 19-21).
Corolario.
Con todo
lo anterior, para todo hombre que vino al mundo tuvo Dios la invitación a la santidad, a participar de su misma vida divina.
Para los que por la ambigüedad de la miseria humana, por las preocupaciones del mundo o por instigación de los malvados, incluyendo
a los falsos profetas al Anticristo, y se sumergieron en el pecado o la indiferencia,
nuestro Padre proveyó de tan innumerables auxilios, que cuando cada persona sea llamada delante de Dios, no tendrá excusa
ni pretexto frente a la justicia divina, sino que si la divina majestad lo rechaza, será porque por plena y libre voluntad
decidió rechazar a Dios.
A estos
se les aplica el apóstrofe de Jerusalén, ya que una cantidad innumerable de veces, Jesús los quiso recoger con toda delicadeza
y ternura, como la gallina recoge a sus pollitos y no quisieron (Mt. 23, 37). Viendo no quisieron ver, y oyendo no quisieron
escuchar, porque embotaron su corazón con las complacencias de sí mismos y del mundo, así como por sus temores y prefirieron
eso, y no quisieron convertirse para que Cristo los salvara (Mt. 12, 13-15).
Conclusiones
El demonio, el mundo y la
carne producen dos reinos, el reino del hombre, que está en la tierra y es temporal
y el del demonio, que aunque tuvo un principio, no tendrá fin y cuya sede está en el infierno.
Todos los
hombres son llamados a formar parte del reino de Dios, pero pocos son los que eligen ser ciudadanos activos del mismo. El
llamado de Dios inicia con el llamado a existir y el bautismo, hasta el llamado permanente a ser perfectos como el Padre Celestial
es perfecto.
A lo largo
de la vida del cristiano, este llamado se traduce en una serie de auxilios apropiados para cada estado de vida y para cada
condición de la persona. Si camina por el sendero de la salvación, los auxilios son para alcanzar la unión mística de amor
con Dios. Si está estancado en la tibieza, aunque en gracia de Dios, los auxilios son apropiados para salir de esta, mediante
la amonestación y mediante situaciones especiales de la vida que produzcan crisis y que lleven al sujeto a salir de la tibieza.
Si la persona
se encuentra estancada en situaciones de fluctuación entre el pecado y la gracia, los auxilios igualmente se producen mediante
amonestaciones y situaciones especiales de crisis de la vida, que Dios permite para ayudar a su creatura a salir de ese estado.
Lo mismo
ocurre con las personas que se encuentran atadas en el pecado mortal, pero que quisieran salir de ese estado y aún aquellos
que sumergidos en el pecado, reciben este tipo de auxilios debido a oraciones y sacrificios de terceros.
La condición
del auxilio más común, es la de la amonestación de personas cercanas, familiares, amigos o conocidos, quienes de una u otra
manera, advierten a la persona sobre su situación y la necesidad de convertirse a Dios y para quienes reciben este tipo de
auxilio, regularmente no se provee de otro distinto o adicional, a menos de que la persona lo pida por medio de la oración
y el ofrecimiento de sacrificios voluntarios.
Asimismo
en todas las iglesias cristianas, el llamado es a la conversión.
Este tipo
de auxilio Dios lo ofrece de manera regular y casi siempre proviene de personas a quienes por la particular apreciación de
quienes los rodean, se les considera insignificantes, fracasados, carentes de autoridad moral, cuyas acciones incluso son
calificadas como risibles por los amonestados y por su insistencia, resultan molestos y son calificados con los ejemplos más
grotescos.
Existen
también los auxilios que están a la mano y que con solo disponerse a tomarlos, se ofrecen, tales como el Catecismo Oficial
de la Iglesia Católica, el Código de Derecho Canónico
y el servicio de la parroquia que a cada uno corresponde, donde cuando alguno se acerque al sacerdote, este responderá a sus
dudas y ofrecerá el auxilio para cada situación. En caso de que por alguna razón el sacerdote no quiera o no pueda, pues está
la diócesis o la mitra correspondiente. El caso es que nadie está desprovisto
de ayuda.
Finalmente,
se encuentran los terribles castigos anunciados por Dios a la humanidad, como última oportunidad para convertirse, para aquellos
que a pesar de todos los llamados de Dios no se conviertan o que hayan sido engañados
por los falsos profetas o por el demonio mediante el Anticristo.
Todo ello
forma parte del marco de misericordia para que nos volvamos a Dios con todo el corazón, de modo que quien resista a su amor,
no tendrá excusa ni pretexto y se condenará por libre y plena voluntad de separarse de Dios por toda la eternidad.
Desde el punto de vista de
la gracia, se puede señalar que en el caso de los que reciben a Cristo y les fue dado el poder ser hijos de Dios, son los
que se violentaron a sí mismos para obligar a su naturaleza caída, con ayuda de la gracia, a vivir la misma vida de Dios,
por lo cual el yugo es suave y la carga ligera.
Los que
fueron sordos a la voz de Cristo, porque no quisieron ver ni oír ni entender con el corazón y numerosas veces rechazaron a
Cristo, quien se presentó en la persona de quienes consideraron sin autoridad moral y despreciables, por ser familiares cercanos
o por ser despreciados por el mundo o carecer de las características que el mundo da a sus triunfadores, e resumen en los
siguientes casos:
El de los
que prefirieron los triunfos del mundo y pusieron su corazón en las riquezas, la fama, el buen nombre, el éxito, etc. Los
que tomaron del cristianismo lo que les convino e hicieron su propia religión.
El de los
que apocados y sumergidos en sus temores, prefirieron refugiarse en sus posesiones para tener seguridad.
El de los
que de plano rechazaron a Cristo, y dijeron que el hombre debe reinar en la tierra y que Dios no debe meterse con ellos.
Para estos casos, está el
Cetro de Hierro, como última oportunidad para salvarse o para endurecer su corazón aún más. Para los que elijan esta última
opción el único destino seguro será el ser precipitados al infierno.
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