Subida al Cerro del Tepeyac
Introducción
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Introducción
Capítulo 1. La Santísima Virgen de Guadalupe mandó construir su templo.
Capítulo II. Se explica el modo de construir el templo.
Capítulo III. Camino fácil de subir el cerrillo del Tepeyac.
Capítulo IV. Milicia.
Conclusiones.
Apéndice 1.
Apéndice II.
Luis González
Cruciferos
Viacrucis de los Caballeros Crucíferos
Cantos Gregorianos

Introducción

 

El cumplimiento del mandato de construir un templo, que expresó la Santísima Virgen de Guadalupe a través de San Juan Diego, inició con el reconocimiento por parte del obispo fray Juan de Zumárraga en 1531 de la Aparición de Santa María, de su imagen en la tilma y con la construcción de la Basílica de la Guadalupe.

 

Con la canonización de Juan Diego,  la Iglesia reconoce que la imagen de la Santísima Virgen de Guadalupe estaba impresa también en el alma de Juan Diego, y SS Juan Pablo II proclama el camino hacia la consumación de la voluntad de Nuestra Señora, de construir el templo con hombres, a través de la imitación del santo, quien se con su humildad se revistió de la Virgen, que es la más perfecta imagen de Cristo que una creatura puede alcanzar. Con tal santidad es posible alcanzar la más perfecta imagen del Padre Eterno y la perfección que El quiere de cada uno de los hombres, mujeres y niños, que de esto tengan noticia. Es de esta manera como el ser humano da cumplimiento al mandato de Cristo: “Sed Perfectos como vuestro Padre Celestial es Perfecto”, quien obró el misterio de la creación, la encarnación y la redención a través de María. A través de Ella también dará conclusión a la historia terrena de la humanidad y culminará el inicio de la historia celestial de toda la creación.

 

Para explicar este grandioso acontecimiento, es necesario recapitular sobre los principales hechos de nuestra historia, la cual inicia por el  amor misterioso y eterno que Dios nos tiene por el que decidió crear todo cuanto existe y coronar esa creación al hacerse hombre con superabundancia de Gracia y Gloria a través de María. Ella estuvo presente por toda la eternidad en la divina voluntad misma de la creación del universo, la encarnación divina, la redención y recreación gloriosa de todo cuanto existe. En los íntimos misterios de esta divina voluntad, la determinación misma de hacerse hombre tenía que ver con el inconmensurable amor que prodigaba a María, en la que encerraba todos los tesoros de la creación que entregaría a su Segunda Persona desde  el momento de su encarnación, la redención,  hasta la Jerusalem Celeste.

 

Ya en curso, la determinación divina de hacerse hombre fue la prueba de fidelidad para los ángeles,  y muchos encabezados por Satanás no aceptaron y se rebelaron, por lo que fueron precipitados  al infierno. Querían que en lugar de que Dios se hiciera hombre, asumiera la naturaleza angélica --se enangelizara-- porque consideraban al hombre como a una creatura baja y miserable, indigna de convertirse en dios por participación. 

 

La naturaleza angélica fue sometida a la prueba de la divina voluntad, consistente en que Dios crearía a una creatura tan agraciada y tan parecida a Dios Padre –“hagamos al hombre a Nuestra Imagen y Semejanza”--, que ejercería como creatura con todo el poder de Dios por participación, la función de la primera persona de su Santísima Trinidad,  Dios Padre, de engendrar a Dios mismo en su segunda persona, para revestirlo de una nueva persona en la que la creatura y el creador serían un mismo ser, con dos naturalezas.

 

No se equivocaban los ángeles. Ello significaba que una creatura singular en Gracia, tendría la dignidad del Padre por participación, al ejercer el oficio de engendrar a la persona que reuniría a la creatura y al creador. Unos adquirieron la perfección de su naturaleza al amar esta voluntad divina. Otros fueron expulsados por rebeldes.

 

No tanto el regir al universo que tendría la dignidad del hombre, sino el que un día Dios mismo pudiera decirse con todo el amor y delicada predilección y con toda verdad “el Hijo del Hombre”, fue la voluntad divina que los demonios no quisieron aceptar –y que imitan quienes no quieren ser salvados por Cristo--  y a quien no quisieron servir primero fue a esa creatura singular tan agraciada que sería llamada la Madre de Dios, cuya identidad les estuvo vedada y cuyo imperio los humilla y pulveriza.

 

Este modelo de María estaba reservado para todos los hombres, el engendrar por la Gracia –regalo de Dios—a Dios Hijo con la vida de cada uno, y adquirir de esa manera, la divinidad, para ser hermanos de Cristo y poder llamar Padre a Dios.

 

Perdido y lleno de envidia el demonio tentó en el paraíso terrenal a nuestros primeros padres para que desobedecieran a Dios, con lo que pensaba echar a perder los maravillosos planes que El tenía para nosotros. Sin embargo,  en su incomprensible amor eterno y conforme a su eterna providencia, ya había determinado que aparte de hacerse hombre, también sería redentor y en un acto más grandioso que la misma creación, recrearía al hombre y a todo el universo, y lo haría de la forma más simple y maravillosa que su sabiduría quería regalar en superabundancia de amor a los hombres: a través de María. Así, aquella que ya estaba coronada como Madre de Dios, Templo y Trono de la Sabiduría, Hija de Dios Padre y Esposa del Espíritu Santo, tendría de forma inherente a su naturaleza la gloria de ser Corredentora con Cristo.

 

En la regeneración, Cristo nos ha salvado con su vida, pasión, muerte y resurrección, y nos ha enseñado el camino que conduce a El para llegar al Padre. Falta que hagamos nuestra parte y ser perfectos con este trabajo.

 

Una vez que hagamos nuestros los mandamientos de la Ley de Dios y los sacramentos, hay varias rutas que dan curso a la Gracia Santificante y que nos  propone la Iglesia para llegar seguros a la santidad: las reglas de vida de los santos, sus consejos, su imitación, etc.

 

No para minimizar la importancia de estos caminos, sino para coronarla, la Santísima Virgen enseñó un camino en el Nuevo Mundo, el cual sería conocido y  cobraría significado y relevancia especialmente hacia los hechos escatológicos de nuestros días.

 

Ello ocurrió cuando la Virgen de Guadalupe, que apareció encinta en el ayate de San Juan Diego en México, pidió que los hombres acudieran en todas sus necesidades a Ella y que le construyeran un templo. Con estas disposiciones, habrá de dar a luz a una simiente de hijos que tienen la imagen de Cristo y revisten su imagen virginal.

 

Este camino que nos ha mostrado es el más directo y sencillo de todos para adquirir su imagen virginal y con ella la imagen de Cristo y la perfección cristiana: al subir un cerrillo, el del Tepeyac y hacer el oficio de San Juan Diego. 

 

Es necesario aprender de Ella y cumplir lo que nos manda, como lo hizo el santo, para que Ella imprima en nuestra alma a su perfecta imagen y siendo Ella quien más perfectamente imitó a Cristo Nuestro Señor, imprimirá en ese mismo acto a la imagen de Cristo en nosotros, con la que seremos reconocidos por el Padre Eterno, dado que lo estaremos adorando en espíritu y en verdad, como El quiere ser amado.

 

Con esta forma de vida seremos la materia perfecta que Ella quiere para construir su templo, que es el templo de Dios en nosotros. Este templo es el que será medido con esa caña con la que San Juan midió al Templo en el Capítulo 11 de la Revelación: “luego me fue dada una caña de medir, parecida a una vara diciéndome: Levántate y mide el Santuario de Dios y el altar, y a los que adoran en él”. Esa caña con la que se nos medirá son las 7 prácticas de vida que nos hacen formar parte del templo y con las que adquiriremos la imagen de María –con las que subiremos el cerrillo-- y con la de Ella la de Cristo: Pobreza, obediencia, castidad, estabilidad, conversión de costumbres, esclavitud a María y ofrecimiento de Víctima de Amor, que se nos han enseñado en todo camino de perfección cristiana desde Adán y Eva, Abraham, Moisés y los profetas, hasta la encarnación de Cristo y la fundación de la Iglesia y prevalecerán hasta su triunfo. Con esta forma de vida escalaremos las virtudes de María, que son las virtudes teologales de Fe, Esperanza y Caridad, y las virtudes capitales de humildad, generosidad, castidad, paciencia, templanza, caridad y diligencia.

 

Con la canonización de Juan Diego, el Papa Juan Pablo II ha presenciado, al igual que el obispo Fray Juan de Zumarraga, como la imagen de María está impresa no sólo en el ayate, sino que en ese acto también estaba impresa en su alma y que la Virgen Santísima quiere que todos los hombres imitemos a Juan Diego –el más pequeño de sus Hijos-- para que como él, recibamos su imagen en nuestras almas, con lo cual cumpliremos su voluntad de construir el templo que quiere y que nos recordó a través de uno de sus más grandes santos, San Luis de Montfort. Esto es, edificar el templo de Dios en nosotros, para que podamos ser medidos con la vara que se entregó a San Juan.

 

Estas son las alas del águila que en La Revelación le son dadas a la mujer encinta –la Iglesia- que está por dar a luz, para que se refugie en el desierto, --que es figura de las 7 prácticas de vida que nos enseñaron los padres que en este habitaron y donde les fue dado ser portadores del Espíritu Santo--, donde comerá de los frutos del Espíritu Santo con los que será  alimentada el tiempo señalado. Allí, nutrida con los manjares del desierto, dará a luz a estos hijos nuevos, a este templo semejante a Ella. Allí adquirirá esta construcción las proporciones del templo medido por San Juan.

 

A continuación se explica como han sucedido estos hechos, a ti, quienquiera que seas, que, si quieres, puedes elegir renunciar a tu voluntad y tomar las ilustres y heroicas armas de la obediencia, para militar bajo Cristo, Señor y Verdadero Rey, cuyo yugo es suave y cuya carga es ligera, para progresar en la vida divina y dilatado el corazón, correr con una dulzura de amor indecible por el camino de los mandatos de Dios, como nos invitan los santos.

Capítulo 1. La Santísima Virgen de Guadalupe mandó construir su templo.

Subida al Cerro del Tepeyac. Textos que fundamentan la espiritualidad crucifera.