Es una realidad que México como pueblo y nación tiene
una gran trascendencia dentro del plan de Dios para el futuro de la humanidad. La aparición de la Virgen de Guadalupe en el
año de 1531 marca un signo importantísimo y providencial en nuestra patria, en el desarrollo del plan de la salvación.
Con motivo de la 5ta visita de Su Santidad Juan Pablo
II a México, y particularmente al santuario de la Virgen de Guadalupe con ocasión de la canonización de Juan Diego, conviene
analizar una perspectiva escatológica, es decir, de este final de los tiempos: la vinculación de este Papa con Guadalupe,
y el sentido apocalíptico que tiene la aparición de la Virgen de Guadalupe. No obstante
haber ocurrido hace ya 470 años, su propósito fundamental empieza a tener vigencia a partir de este momento.
En primer lugar, hay que hacer notar que el primer santuario
que el Santo Padre visitó en todo el mundo al inicio de su pontificado fue, como es sabido, el de Guadalupe, donde él puso
bajo su manto, bajo su guía, protección y bendición todo su pontificado. De esta forma, venía a cumplimentar su profunda devoción
a la Santísima Virgen, que recién ordenado sacerdote llevó a la práctica con la consagración de San Luis María Grignion de
Monfort, que se reduce en la frase Totus Tuus, Todo Tuyo. Asimismo, Juan Pablo II le pide a la Santísima Virgen, en esa ocasión, que interceda para que nos conceda la fe necesaria para construir en nuestro Continente,
es decir, el Americano, la llamada Civilización del Amor. Esta frase adoptada desde 1970 por Pablo VI, no es sino el reconocimiento
público y social del reinado de Cristo en la tierra, en el que habrá de cumplirse al fin la oración sacerdotal de Jesús: “Que
todos sean uno”, en el que podamos al fin ver realizada la profecía bíblica de un solo rebaño y un solo pastor.
No es gratuito que a pesar de la persecución masónica
contra el catolicismo en México, hoy en día el pueblo mexicano aún responda a una sólida fe en el Evangelio. Podríamos afirmar sin temor a equivocarnos que el país que será el último bastión de la defensa
de la fe y de la Iglesia en el mundo entero sea México. No por nada, el Papa desde 1979, recitó esa frase que hoy es famosa:
“México siempre fiel”. Frase que conlleva un alto sentido profético para
el futuro inmediato y que descubre la misión que este país tiene para la renovación y triunfo de la Iglesia en los momentos
de la gran persecución en contra del cristianismo.
Confirma lo anterior el mensaje que la Santísima Virgen
le diera al Padre Esteban Gobbi el 5 de diciembre de 1994, precisamente en el Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, aquí
en México:
“¡Esta tierra especialmente protegida y bendecida
por Mí. Sois la niña de mis ojos... por esto comenzará desde aquí (desde México) mi gran victoria contra todas las fuerzas
masónicas y satánicas, para mayor triunfo de mi Hijo Jesús.”
Estas palabras de la Virgen nos recuerdan la feroz batalla
que se dio en contra de la Ley Calles a fines de la década de los 20´s y que tenía una explicación fundada, toda vez que México
fue la primera nación en todo el mundo que proclamó a Cristo Rey. Es a partir de la Encíclica “Quas Primas” del
11 de diciembre de 1925, con la fiesta litúrgica de Cristo Rey, en que se consolida la doctrina social cristiana para apresurar
la acción de proclamar el reino social de Cristo, reconociendo públicamente su derecho a reinar en la sociedad de los hombres,
con ellos y por ellos. En efecto, pocos días después, el grito de ¡Viva Cristo Rey! fue lanzado por primera vez por las gargantas
del pueblo católico mexicano. Los campesinos, aún sin el apoyo de la Iglesia, y con la sola fe sencilla de su catolicismo
tradicional, entregaron la sangre para defender su religión y su fe en la promesa: ¡Reinaré! Y esto por una razón concreta:
México está destinado providencialmente a un papel de servicio vital en el triunfo de la Iglesia, una vez que sea purificada
y renovada, para que llegue el triunfo del reino de Dios por medio del Corazón Inmaculado de María; porque esta nación que
fue creada por Dios para Santa María de Guadalupe, Ella la quiere para Cristo, y así se hará realidad la esperanza cifrada
en nuestro Continente. De América cristiana, lidereada por México, crecerá el germen de la renovación y el triunfo del reino
de Cristo.
Lo anterior está clara y perfectamente asociado precisamente
a la aparición de la Santísima Virgen de Guadalupe en 1531. El lector debe saber que la única imagen, manifestación o aparición
de la Santísima Virgen en todo el mundo y en toda su historia en que aparece encinta, es en Guadalupe, en México. En otras
múltiples manifestaciones marianas, apariciones o tradiciones que envuelven a la Santísima Virgen, cuando se quiere establecer
su maternidad, aparece con el Niño Jesús en brazos. Sin embargo, en el caso de la Virgen de Guadalupe no. Místicamente, misteriosamente,
la Virgen hace 471 años aparece encinta. ¿Por qué?
La respuesta la encontramos en el libro del Apocalipsis,
que en su capítulo 12 nos descubre una señal en el cielo: “Una Mujer vestida del sol, la luna bajo sus pies y en su
cabeza una corona de doce estrellas, la cual, hallándose encinta, gritaba dolores
de parto...”.
Esta referencia de la Mujer vestida del sol que está encinta,
es precisamente la imagen de la Virgen de Guadalupe. En este caso, la visión que tiene el apóstol San Juan de la Mujer vestida
del sol que está encinta y que gime dolores de parto, corresponde, en primer
lugar, a la Iglesia, y en segundo lugar, figurativamente, a la Santísima Virgen María. Es decir, esta Mujer vestida del sol,
representa a la Iglesia fiel, y también a la Iglesia que va a huir al desierto, y también a la Iglesia que va a dar a luz
como resultado de esta purificación y renovación que tendrá la Iglesia universal para recibir el reino de Cristo en todo el
orbe, tal y como lo complementa el texto apocalíptico de la Mujer que gime dolores de parto, pues dice más adelante: “Que
dio a luz un varón que ha de gobernar a todas las naciones con vara de hierro...”.
Es decir, es la Iglesia que está a la espera de la venida de Cristo, pero ya no como un cordero llevado al matadero, o en
un manso borrico como se le vio en la entrada a Jerusalén, sino como Rey de reyes y Señor de señores, ya que aunque muchos
no lo crean, Jesucristo es Rey, y está pronto a volver, pero a volver como Rey.
Y así lo dice el Apocalipsis: “Y vi el cielo abierto; y he aquí un caballo blanco, y el que lo montaba era llamado Fiel,
el Verdadero, el que con justicia juzga y hace la guerra, y tiene un nombre escrito que nadie conoce sino él. Iba envuelto
en un manto salpicado de sangre y es llamado por nombre el Verbo de Dios... y en el muslo lleva escrito un título: Rey de
reyes y Señor de señores y de su boca sale una espada afilada para con ella herir a las naciones; Él las gobernará con vara
de hierro.. .” (Apoc XIX, 11-16).
Así pues, Cristo será Rey absoluto de esta humanidad,
una vez que la Iglesia sea debidamente purificada. Porque Cristo es Rey por título de nacimiento, por ser el Hijo verdadero
de Dios Omnipotente, creador de todas las cosas; es Rey por título de mérito, por ser el Hombre más excelente que ha existido
y existirá sobre la faz de la tierra; y es Rey por título de conquista, por haber salvado con su doctrina y con su sangre
a la humanidad de la esclavitud del pecado y del infierno.
Entonces, esta Mujer que gime dolores de parto es la Iglesia
en su proceso de purificación y prueba, que tendrá que pasar a imitación de lo que pasó Jesucristo, para que se haga realidad
en todo el orbe Su reino. Y esta Iglesia está claramente identificada en el mensaje de la Virgen de Guadalupe. Confirma este
hecho la relación providencial que aparece con las 46 estrellas del manto de la Santísima Virgen de Guadalupe. Efectivamente,
las 46 estrellas sobre su manto son, por un lado, los 46 años de vida hasta la redención (los 13 años de María cuando quedó
encinta del Espíritu Santo, más los 33 años de la vida de Jesucristo) y, también, los 46 años que tardó en construirse el
Templo de Jerusalén. Por tanto, María Santísima es modelo e imagen de la Nueva Jerusalén (Apoc XXI, 2), del Nuevo Templo,
del Templo a donde vendrán a refugiarse los apóstoles de los últimos tiempos, y donde tendrán consuelo y protección para la
edificación del reino de Cristo. Pues bien, María Santísima es el receptáculo de ese reino,
significado, ni más ni menos, que en la aparición de la Virgen de Guadalupe.
También es de llamar la atención la relación de estas
46 estrellas con respecto al Papa Juan Pablo II. En efecto, desde la aparición de la Virgen de Guadalupe, en 1531, hasta Juan
Pablo II han habido 46 sucesores de Pedro (desde Clemente VII, Papa reinante en 1531 hasta Juan Pablo II); el mismo número
de las estrellas del manto de la Virgen de Guadalupe. Lo que nos sugiere que este Papa cierra la época presente, abriéndose
entonces el final de los tiempos. De ahí la íntima vinculación de Juan Pablo II con Guadalupe y la explicación sobrenatural
y escatológica de su reciente venida a México para canonizar a Juan Diego, pero
hay que elevar la mirada para entender la trascendencia de la Virgen de Guadalupe
en el plan de Dios.
Corroboran lo anterior unos relatos que son tomados del
libro de Jacques Lafaye intitulado “ Quetzaltcóatl y Guadalupe”, en donde podemos leer un par de obras guadalupanas
del siglo XVIII denominadas “Eclipse del Sol Divino, causado por la interposición de la Inmaculada Luna María, Señora
Nuestra, Venerada en su Sagrada Imagen de Guadalupe”, y “La Celestial Concepción y Nacimiento Mexicano de la Imagen
de Guadalupe”. Ambas obras se encuentran dentro de los sermones pronunciados el 12 de diciembre de 1742 por un religioso
agustino en el Santuario de Guadalupe de Michoacán. Pues bien, en estos textos encontramos lo siguiente:
“La Virgen María, en su imagen de Guadalupe aparecida
a los mexicanos habría dotado a los “americanos” de un carisma de identificación de María con la Mujer del Apocalipsis.
Al referirse a las profecías atribuidas al apóstol San Juan, dejaban ver en la mariofanía del Tepeyac el anuncio del fin de
los tiempos, o por lo menos de la Iglesia de Cristo, a la cual subsistiría la Iglesia Parusíaca de María. Del mismo modo que
Dios había elegido a los hebreos para encarnarse Jesús su Hijo, del mismo modo, María, la redentora del final de los tiempos,
la que iba a triunfar sobre el reino del Anticristo, había elegido a los mexicanos.”
El texto precedente identifica con claridad a la Virgen
de Guadalupe con la Mujer del Apocalipsis, Mujer que está identificada con la Iglesia fiel de los últimos tiempos y que va
dar la gran batalla, en el desierto, en contra del Anticristo, para ser purificada, renovada y salir victoriosa por medio
del Corazón Inmaculado de María y dar a luz, por la fe, a Cristo Rey. Por eso
el texto deja claro que la manifestación de la Virgen de Guadalupe en el Tepeyac anuncia el fin de los tiempos para que subsista
la Iglesia de la manifestación de María, es decir la Iglesia que va a poner fin al misterio del mal cuya cabeza es el Anticristo;
por eso el texto concluye diciendo que María es la que va a triunfar sobre el Anticristo, para lo cual se apoyará mayormente
en los mexicanos, a quienes ha elegido para esa misión. Recordemos que la Virgen con su “talón aplastará la cabeza de
la serpiente” (Gen III, 15). El Santo Luis María Grignion de Monfort interpreta lo que es el talón, diciendo que son
los apóstoles de los últimos tiempos que junto con María van a dar la guerra en contra del Anticristo.
El otro texto
es de un Padre Jesuita, de apellido Carranza, autor de la obra: “Traslado
de la Iglesia a Guadalupe”. Dice así:
“La
imagen de Guadalupe será, a fin de cuentas, la patrona de la Iglesia Universal, porque es en el Santuario de Guadalupe donde
el trono de San Pedro vendrá a hallar refugio al final de los tiempos...”.
Aquí deja claro que Guadalupe, símbolo del nuevo Templo, de la Iglesia que es perseguida en el desierto, se convertirá en el refugio de los verdaderos
y auténticos cristianos, en cuya cabeza está el Papa, en este caso, Juan Pablo II. Quizá de ahí la firme decisión que tenía
el Papa de venir a México, aún cuando fuera en silla de ruedas, a la canonización de Juan Diego.
Ahora bien,
no debe interpretarse el texto anterior como que el Papa en su huida venga a México, sino que Guadalupe, al ser símbolo místico
de la Iglesia que huye al desierto, reúne a todos los miembros de la Iglesia fiel, la Iglesia auténtica y perseguida, y a
la cabeza, al Papa Juan Pablo II. De ahí pues la trascendencia de Guadalupe y su profundo misterio, cuyo significado es ahora
que empieza a descubrirse y a comprenderse mucho mejor, porque somos nosotros, los de este tiempo, a quienes estaba dirigido
principalmente la profecía del final de los tiempos y de la Mujer vestida del sol.
Luis Eduardo López Padilla